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sábado, 24 de diciembre de 2011

Obstáculos. Cap. 16

Recomendación músical: None. A veces el silencio es más inspirador que la misma música... u.u aah jajaja no se crean, no me dió tiempo de buscar las canciones porque quería publicar este cap, ¡hoy mismo! Además, creo que ninguna hacía caso sobre ellas u.u *Sentida Mode On* Jajaja no se crean :D

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-Me llamo Martín –extendió su mano.

-Kate –dije mientras estrechaba su mano y le sonreía, mientras él hacia exactamente lo mismo.

-¿Eres nueva por aquí? –me pregunto al cabo de un rato.

-¿Por qué lo preguntas?

Vi la hora en mi teléfono y recordé que Natalia y Luisa me esperaban, pero asumí que esta charla no duraría mucho.

-Nunca te había visto por aquí –dijo mientras se disponía a caminar y yo lo seguía.

-Pues –consideré prudente no decir mi exacta ubicación –debería ser yo quién no te ha visto por aquí a ti.

-Me pareces familiar –dijo escudriñándose las sienes –, creo que vamos al mismo instituto.

-¿Enserio? ¿Al Instituto? –era fácil reconocer, pues era el único instituto que había en la ciudad, los demás eran colegíos y eso. Así que era por eso que ya lo había visto antes en algún lugar.

-Eres Kate Johnson, ¿cierto?

-Sí, sí –me parecía bastante ilógico que él me reconociera y yo no, o tal vez me daba pena.

-La hija de Stuart, el abogado, ¿no? –creo que estaba de más asentir a eso –. ¿La novia del nuevo?

Pero la forma en que pronunció “nuevo” no me simpatizó para nada, lo dijo como si esa palabra le provocara asco o nauseas.

-Sí –reafirmé –novia de Sebastián.

-Ah –dijo como quien no quiere la cosa –está bien.

Se comportó un poco cortante cuando justo recibí una llamada.

-¿Diga?

-¿En dónde estás, Katherine? –habló exasperada Luisa. Solamente me hablaba con mi nombre completo cuando estaba realmente furiosa.

-A unas calles, ya llego –hablé quedamente puesto que el grito de Luisa se oyó hasta donde Martín estaba, y él solo rió. Colgué y metí el teléfono en mi bolsillo trasero.

-Vaya, parece que te esperan –comentó Martín.

-Creo que sí.

-Oye, una pregunta –se atrevió a decir –: ¿el nuevo es muy exigente?

-¿Qué quieres decir?

-Digo, es él quién te estaba preguntando en dónde estás, ¿no? –asumió erróneamente.

-No, claro que no –y mi curiosidad despertó –. ¿Por qué lo preguntas?

-Porque –se miró las manos con temor a lo que yo pudiera pensar –, no sé, es lo que aparenta. Es decir, no habla con nadie en clases y siempre se mantiene solitario.

Fruncí el ceño, pues porque enserio no sabía qué decir. Nunca lo había visto así, siempre asumí que tenía amistades en clases o algo así.

-No me tomes a mal –interrumpió mis pensamientos –, pero creo que aleja a la gente. O creo que la gente le teme a él, no sé.

-Tú estás confundido –repuse mientras me hacía a un lado y me encaminaba hacía mi casa con la esperanza de dejarlo atrás.

-Es Sebastián, ¿cierto? –me gritó sobre los hombros, me detuve y me quedé parada en seco –. Dime si me equivoco.

Regresé solo para verlo a la cara.

-Tú no lo conoces –solté con enojo.

-Créeme, linda –musitó con tono lastimero, como si los recuerdos se estuvieran apoderando de él. De la nada, colocó cuidadosamente un mechón de mi pelo, detrás de la oreja –, lo conozco y te apuesto que hasta más que tú.

-No me interesa saber nada –le repliqué mientras quitaba su mano bruscamente lejos de mi cabello –, y no me digas linda.

Salí de ahí mientras él solo se dedicó a observar mi paso rápido. Crucé la calle y no me molesté en voltear a ver atrás, ni siquiera para ver si me había seguido. Vi el carro de Luisa aparcado en la entrada, y en cuestión de segundos ella y Natalia salieron del carro. Entramos a la casa y no dije ni una palabra, juraba que echaba chispas.

Tiré las llaves en la mesa y fui directamente hacía mi cuarto, gritando y bufando en las escaleras. Quería expresar mi enojo de una manera que no me hiciera llorar y que no me hiciera ver débil.

-¿Qué sucedió? –preguntó Natalia.

Enterré la cara en la almohada mientras Luisa se sentaba a los pies de mi cama y Natalia se sentaba en la silla de mi escritorio.

-Todo está mal, mal, mal, mal –repetí la palabra tantas veces como el aire me lo permitió.

-Saca la cabeza de ahí y habla –ordenó Luisa.

Primero les conté desde el plan de Jasmine, hasta mi descubrimiento de que Louis, la enfermera, era abuela de Sebastián. Luego, de cómo me dolió que Sebastián no creyera capaz a su amiga rubiecita de lo que en realidad había hecho, de mi berrinche y de mi plan de ir a visitar a mi padre. Y también de cómo ese plan había salido tan mal que me arrepentía tanto, comenté de que nunca nos había dicho que venía seguido y lo que había dicho esa zorra de la recepcionista. Y para rematar con broche de oro, lo que ese sujeto Martín había dicho de Sebastián que, aunque no fuera tan importante, me enojó que alguien pudiera pensar así de él.

Y cuando terminé, noté que estaba al borde de las lágrimas y que solamente no estallaba porque tenía que terminar de contar mi relato.

-Espera, espera –habló Natalia –. ¿Estás hablando de Martín Adams?

-No sé ni su apellido –repuse mientras me enjugaba las lágrimas con la mano.

-Creo que es el único Martín que existe en el Instituto –comentó Luisa.

-Pues él está conmigo en mi clase de Español y de Química –Natalia habló quedamente –, y parece agradable.

-Pues es obvio que no lo es –repuso Luisa.

-¿Quieren olvidarse de Martín de una vez por todas? –pregunté exasperada –. Aquí lo que más me duele es el hecho de que mi padre sea casi un completo mentiroso y que Sebastián… ¡agh!

Y me hundí en las sábanas, deseando no poder pensar. De pronto, el teléfono de Luisa sonó y nos espantó a todas por completo. Contestó un poco incómoda.

-¿Diga? –Su semblante se crispó –Sí –no sabía que expresión poner en el rostro –. No lo creo –me pareció extraño y quise saber con quién hablaba –. Entiendes lo que hiciste, ¿cierto? No es algo tan liviano –le hice señas, pero me ignoro –Espera –se puso el teléfono en el hombro mientras nos hablaba –, regreso en un rato.

Salió disparada hacía abajo y no pudimos oír nada más.

-¿Quién crees que sea? –dijo Natalia casi leyéndome el pensamiento.

-No sé –musité mientras me ponía la almohada encima.

-Kate, tranquila –se acercó a mí y se sentó al lado de la cama –. Yo sé que todo puede estar boca abajo, pero hay que aprender a ver que también hay una buena vista de cabeza.

Lo que dijo no tenía mucho sentido, pero a pesar de todo le entendí. Entendí lo que quería decir y el objetivo de su consejo. Saqué mi cara de la almohada y la miré a los ojos.

-Ya no sé nada –repliqué mientras me acercaba a ella y la abrazaba. Ella instintivamente me rodeó con sus delicados brazos y me estrujó contra ella. Ese sentimiento que tienes cuando te abrazan sinceramente me inundó y empecé a llorar. Honestamente ya estaba harta de las malditas hormonas. Cuando de pronto oí que la puerta se cerraba de portazo, ¿a qué hora había sido abierta?

Natalia se separó de mí un poco alarmada, ¿y Luisa? Estaba abajo y no sabía quién diablos había entrado, mi madre no podría ser porque ella no era tan escandalosa, y hubiera empezado a gritar cosas como “Kate, ya vine, ven a ayudarme”. Salí de la cama de un salto y Natalia se quedó a mi lado, avanzamos lentamente hacía la puerta, pero nos detuvimos cuando oímos que dos pares de pies subían por las escaleras. No puedo mentir, estaba asustada hasta los huesos y la expresión en el rostro de Natalia denotaba casi lo mismo. Le dije en señas que se quedara justo detrás de mí y me hizo caso; avancé unos pasos, pero Natalia tomó mi muñeca rogando que no avanzara más, pero me solté y dirigí mi mano hacía la manija de la puerta. Justo cuando la toqué, esta giró y la puerta se abrió bruscamente.

Luisa apareció en la entrada, impactada de que tanto Natalia como yo estuviéramos justo detrás de la puerta. Pero estaba tan impactada que no vi por encima de su cabeza, justo detrás estaba Sebastián con rostro culpable y martirizado, y quién dirigía la vista directamente hacía mí. Todavía no había olvidado cómo me hizo sentir, y el simple hecho de recordarlo me enfurecía más. Luisa se apartó y permitió que él avanzara, pero no vio ningún indicio en mis ojos que lo alentaran así que se quedó parado ahí, viéndome.

Torcí los ojos y, aunque deje la puerta abierta, me fui directamente hacía mi ventana, dándole la espaldas a todos.

-Los dejaremos para que hablen –replicó Luisa. No la miré.

-Pero… -dijo Natalia, me giré en redondo para ver la expresión en su rostro y vi que quería que yo estuviera segura antes de irse. Asentí levemente y ella, a la fuerza, bajo con Luisa a la cocina. Oí como la puerta se cerraba, mientras se hacía un silencio sepulcral solamente interrumpido por la respiración acompasada de Sebastián.

Se acercó poco a poco, pero el sonido de sus pasos sonaban indecisos. Mantuve la vista fija en la ventana, incluso cuando me moría por voltearme y lanzarme a sus brazos, tenía que ser fuerte y tenía que mantener lo que pensaba, me había decepcionado y si yo le importaba tendría que demostrármelo, era eso o terminar. Admito que la última opción debilitó mis rodillas y por poco sentía que caía al suelo.

Y por poco mi fortaleza se rompió cuando él suavemente me rodeó con sus brazos alrededor de mi cintura. Traté de controlarme lo más que podía, y era algo difícil honestamente. Coloco su barbilla en mi hombro, y podía sentir su respiración que me ponía la piel de gallina. Cerré los ojos para poder concentrarme en mi objetivo… pero fue imposible. Me giré y vi sus ojos, y en ese momento juré que nunca lo había visto tan triste, nunca. Ni incluso en el Spring Break, ni cuando los recuerdos abrumadores lo atormentaban. Rodeé su cuello con mis brazos y el rodeo mi cintura con los suyos.

El arrepentimiento era tal en sus ojos, que no podía verlo directamente a ellos por más de cinco segundos así que tuve que girar el rostro y quería soltarme, pero él me lo impidió.

-Mírame –me pidió.

Y obedecí. Lo vi incluso cuando quería resistirme.

-No sabes cuán arrepentido estoy, Kate –susurró –. No quiero perderte, no quiero saber que te lastime y por una estúpida razón.

-Sebastián…

-No soporto la idea de no poder estar junto a ti, Kate –me interrumpió –. Cuando regresé a mi casa me volví loco de tan solo pensar que por no pensar te perdería, regresé corriendo, pero aún así no contestaste. Necesité de una gran tormenta para darme cuenta de lo que tengo… y te tengo a ti.

Y sentía que iba a llorar sobre todo lo que él estaba diciendo, sentía que me estaba haciendo tan feliz con todas esas palabras… y ahí recordé a Martín y las cosas horribles que había dicho… ¿cómo diablos podía decir eso de él?

-Ódiame si quieres, Kate –tomo mi rostro entre sus manos –, pero no me pidas que me separe de ti, porque no lo haré.

Y el tono con que dijo la última frase, fue muy decidido y seguro. Y la verdad es que a ese punto sus palabras ya se habían derretido en mis oídos, y era el momento perfecto para quedarme sin palabras, nótese mi sarcasmo. Me estampé contra sus labios, uniéndolos perfectamente y a ritmo sincronizado. Me apegó más a su cuerpo mientras que yo no oponía resistencia, enrede mis dedos en su cabello mientras él se entrelazaba a mi cintura. De un modo tan inesperado, alzó mis piernas en sus brazos, algo así como cuando los esposos recién casados se dirigen a su dormitorio, pero mi cuerpo era bastante torpe, así que no salió tan “romántico” como se pensaba. Del intento inútil, fue imposible no reírme y Sebastián también se rió, era lindo cuando se reía.

Me llevó a la cama, mientras yo nunca despegué mis ojos de los suyos. Vi un poco de inseguridad, pero quería que esos recuerdos que a veces lo frenaban se disiparan tan pronto en cuanto supiera la seguridad que yo tenía en el momento. Atraje sus labios a los míos y aunque al principio eran rígidos, poco a poco se suavizaron y estaban llenos de vida. Sus manos tenían un serio viaje por todo mi cuerpo, y honestamente ahí fue donde mi inseguridad me abordó hasta el tope. Beso mi cuello torpemente, pero en realidad en vez de causar cualquier otro efecto en mí, me dio cosquillas y empecé a reírme como loca. Él se apartó y me vio mientras me reía, así que no hizo más que acostarse a mi lado y reírse conmigo.

-Nunca sale como lo planeo –confesó entre risas.

Me giré para verlo, y él hizo lo mismo.

-Lo sé –admití –, pero la única manera en que llegue es que no lo planees.

Y era cierto, se dice que los mejores momentos no se planean, y tampoco se forjan así que por mi parte ya había dejado de intentar y cuando se diera la oportunidad, pues se daría.

Me recosté en su pecho por un largo rato, mientras mi cabeza subía y bajaba al ritmo de su respiración, cuando recordé a Martín. Incluso aunque había cosas más importantes, me había dejado intrigada lo que había dicho de Sebastián, pero tenía miedo de preguntárselo…

-Luisa me comentó que fuiste a ver a tu papá –rompió el silencio, mientras acariciaba mis brazos.

-Fue un completo desastre –y en una oración se reducía todo. Sabía que no se iba a quedar tranquilo hasta que le comentara toda la historia, pero no estaba de humor para hacerlo y él se dio cuenta.

-Entiendo –dijo con su aliento tan cerca de mi rostro, que pude sentir como despeinaba mis pestañas.

-Pero también paso otra cosa…

-¿Cuál? –quiso saber. Así que Luisa no le había dicho nada de Martín, bastante considerado de su parte aunque hubiera preferido que sí lo hubiera hecho.

-Cuando venía de regreso del hotel, me encontré a un muchacho del instituto, se llama Martín Adams –y en el momento en que mencioné su nombre, su cuerpo se puso rígido.

-¿Y hablaste con él? –preguntó tratando de manejar su tono.

-Pues no mucho –mentí. Honestamente, una parte de mí quería esconder todo eso que había dicho Martín, porque era más que obvio que no era cierto. –, solo me pareció bastante extraño que él si me recordara, me dijo que íbamos al mismo instituto y te juro que yo no tenía ni idea de que él existía.

No dijo nada, por lo que me puse un poco nerviosa. ¿Por qué le afectaría a él que hablara con Martín? ¿Acaso iba a decirme algo que él no quería que yo supiera? Solamente me apretó hacía su cuerpo, y no quise ser una aguafiestas y traer de nuevo el tema, pero estaba más que claro que en algún momento lo traería para discutirlo más, me quedé con algunas dudas igualmente.

Pensé en tal vez hablar con Martín, saber que era lo que sabía sobre Sebastián y tal vez creerle, o tal vez no. Pero era increíble el miedo que sentía, temía encontrar verdades que hubiera preferido que se quedaran ocultas, temía saber cosas que me hicieran desconfiar de Sebastián, o que incluso me hicieran temerle. Lo medité todo tan rápido, y mientras conspiraba contra mis sentimientos decidí que no podía estar ahí, con Sebastián, sabiendo que tal vez todo era mentira…

Y ahí fue donde mi cabeza enloqueció, no estaba segura de si lo que Martín había dicho era del todo verdad, tal vez era un sujeto que no le agradaba a Sebastián y ya. Y honestamente, alejarme de él no sería lo conveniente. Y no lo haría, lo amaba… y quería estar con él, pero mi cabeza estaba tan atormentada que mejor salí de la cama y bajé hacía la cocina. No me molesté en ver si Sebastián me seguía, quería bajar y despejarme un poco la cabeza.

Cuando bajé, vi a Natalia viendo televisión y a Luisa con la cabeza metida en el refrigerador.

-No hay nada bueno de comer ahí –repuse y sorprendí a Luisa, quién por la sorpresa se golpeó en la parte de arriba del refrigerador.

-¿Bajaste? –Natalia se acercó a mí.

-¡No! –Repuse sarcásticamente –Solamente soy una ilusión.

-Ja, ja –rió falsamente Luisa –Qué chistosa.

Me fui al sillón con Natalia y recosté la cabeza un rato, cuando oí los pasos en las escaleras. Las tres dirigimos la mirada hacía ellas y Sebastián puso cara de duda, aunque luego se rió y todos seguimos en lo mismo. Como a los quince minutos, la mamá de Natalia llamó preguntando si ella se encontraba con nosotras, al parecer estaba histérica y lo lamentábamos por ella, aunque ya había aprendido a sonreírle a cosas como esa. Luisa se fue también puesto que tenía que ir a dejar a Natalia a su casa y no se iba a molestar en regresar.

Sebastián estaba sentado en el sofá mientras yo buscaba algo de comer cuando mi madre, mi tía Lucía y Julia entraron por la puerta escandalosamente con varias bolsas colgando de sus manos.

-Hola, Sebastián –saludaron cada una mientras subían las escaleras. Él me miró pero yo hice de la que no vi, así que se acercó hacía mí.

-Me tengo que ir –me susurró mientras me abrazaba.

-¿No te puedes quedar un poco más? –supliqué.

-No puedo –parecía bastante apenado.

-Está bien –lo acompañe hasta la puerta, tomando su mano.

-¿Te veo mañana en el Instituto? –preguntó cuando abrió la puerta y salía hacía el umbral.

-Creo que sí –musité mientras me paraba de puntillas para besarlo –. No te vas a librar de mí tan fácil.

-No planeo hacerlo –susurró. Me sonrió y se fue alejando poco a poco, cruzando hacía la calle en donde él vivía.

Entré y cerré la puerta, quería saber qué diablos habían comprado las mujeres de la casa y subí las escaleras. Todas estaban reunidas en el cuarto de mi madre.

-¿Qué has estado haciendo, Kate? –habló con sospecha ésta última mientras se quitaba la chaqueta.

-¿A qué te refieres?

-Todo por aquí está muy limpio, y ni hablar de tu cuarto –seguía sorprendida, y no estaba entre mis planes comentarle sobre lo que había sucedido, tanto con Jasmine como con papá.

Lucía y mi madre bajaron, y estaban hablando sobre algo que había ocurrido. Consideré prudente contarle aunque fuera un poco de la historia a Julia y mientras lo hacía, ella no salía del asombro.

-Tú nada más tienes que decirme quién es esa tal Jasmine y yo me encargo –replicó con un tono de rudeza fingido –, aunque debe ser fácil, una rubia oxigenada e hipócrita.

-No, no, no –me dirigí hacía la ventana de mi cuarto –, era por eso exactamente que no quería que Sebastián se enterara y ya ves cómo terminó todo.

-Pero arreglaron las cosas, ¿no? ¿O quién estaba abajo cuando venimos era un holograma?

-No seas tonta –reí mientras me sentaba en la orilla de la cama, pensativa –, pero entiendes mi punto. Y ahora muchísimo menos quiero comentar lo de papá.

Ella se acercó y siempre daba a entender que cuando no decía nada era porque no sabía qué decir, y honestamente el silencio era mejor que las palabras.

-Es que tú no sabes cómo me dolió saber que ha estado cerca quién sabe por cuánto tiempo –se me llenaron los ojos de lágrimas y la garganta se me cerró –. ¿¡Y luego él habla de “apartarlo de su vida”!?

-Mira, Kate –me sujetó por los hombros –, lo que necesitas ahora es calmarte y respirar. Culparte o atacarte con preguntas no es lo más sabio ahora. Comprendes eso, ¿verdad?

Asentí con la mirada gacha, odiaba que tuvieran que ponerme los pies sobre la tierra alguien más que no fuera yo… un poco egoísta lo sé, pero al final siempre terminaba agradeciéndoselo a la persona que lo hacía, en este caso: Julia.

-¿Quieres un té? –Preguntó, pero luego saltó de la cama hacía la puerta y afirmó, sin ningún signo de pregunta –: Necesitas un té.

-De canela, por favor –le sonreí.

-Ahorita vengo –y salió disparada hacía las escaleras.

Y miré el techo. Así es señoras y señores, Kate Johnson está mirando el techo, reí mientras la estúpida imitación de un narrador golpeteaba mi cabeza una y otra vez. Como si fuera toda una loca riéndome por nada, salí de la cama y abrí la puerta porque decidí que quería bajar. Pero no se oía nada, solo se oía un silencio sepulcral y me preocupe. Salí de mi habitación cerrando la puerta y bajando directamente, pero oí la voz de Lucía que estaba realmente enfadada, pensé que estaría reprendiendo a Julia, pero ella nunca le hablaría de la forma en que lo hizo, parecía que a la persona a quién se dirigía le causaba asco.

-¿Qué estás haciendo aquí? –exigió saber.

¿Y mi madre? ¿Dónde estaba? De nuevo se hizo un silencio horrible.

-Dime, Stuart, ¿qué haces aquí? –Lucía se controló solo porque sabía que debía hacerlo. Y el mundo entero se vino encima de mí. ¿Papá estaba aquí? ¿Qué quería?

En ese momento, retrocedí en las escaleras y caí de sentón, para mi suerte no proferí ningún sonido, de lo contrario realmente estaría frita.

-Hola Celeny –habló papá, ignorando por completo a mi tía. ¿Y mamá? No podía ni imaginar la expresión en su rostro, sabría que tendría que ser una calmada, pero por dentro sabía que estaba destrozada.

Y otra vez: silencio. Oí unas pisadas que subían las escaleras y me espanté y poco a poco fui subiendo de espaldas, sintiendo temor en mi rostro, pero cuando quién subía las gradas apareció me tranquilice un poco.

-Kate, ¿qué haces aquí? –susurró Julia un poco confundida y aturdida.

Puse mi dedo índice en mi boca, indicándole que hiciera silencio. La arrastré hasta mi cuarto en cuestión de segundos y cerré la puerta con cuidado.

-¡Tu padre está aquí! –exclamó sorprendida.

-¿Y crees que no me he dado cuenta? –pregunté sarcásticamente exasperada.

-Quiere hablar contigo –repuso Julia.

-¡¿Qué?! ¿Eso dijo?

-No –Julia estaba paseándose por toda la habitación y me ponía cada vez más nerviosa –, pero lo imagino. Nunca se han peleado en gran magnitud como ahora, ¿cierto?

Y tenía razón. Pero si hablaba con él, o si incluso lo miraba, me derrumbaría. La herida que me había causado seguía fresca, tal y como los recuerdos en mi cabeza. Y a esos recuerdos se le sumaba la ira y el enojo… y no terminaba nada bien.

-No voy a hablar con él –afirmé. Estaba tan segura de eso de cómo me llama Katherine Johnson.

-¿Así? ¿Y cómo lo vas a impedir? –quiso saber Julia –. Si lo que quiere es hablarte, no tarda tu madre o la mía en venir a buscarte, Kate. ¿Qué harás? ¿Huir?

Y como si la respuesta cayera del cielo, puse sentir cómo se me iluminó el rostro cuando ella propuso la última opción, y como si leyera mi pensamiento, Julia rápido agregó:

-Debes estar loca –exclamó en negativa.

-¡Claro que sí! –y no perdí segundo en pensarlo, tomé mi suéter y mientras me lo ponía le dije –: Iré a dar una vuelta por el vecindario, me iré en carro no te preocupes. Cuando me busquen, tú te harás la vaca y cuando Stuart se haya ido, me mandas un texto y así ya puedo regresar.

-¿Y qué te dirá tu madre? –preguntó preocupada.

-De eso me ocupo luego –me paré en la puerta –. Lo que me preocupa ahora es alguien más. ¿En dónde están?

-Cuando me vine estaban en la cocina, pero… -y no le di tiempo a terminar. Salí sigilosamente del cuarto, bajando las gradas y era correcto, estaban en la cocina. Mientras avancé hacía la puerta, oí como Stuart empezaba su charla un poco incómodo.

-Por si no sabían, Kate vino a visitarme hoy al hotel.

-¿Estás en la ciudad? –preguntó atónita mi mamá. Pobre, pero yo sabía cómo se sentía.

De lo decepcionada que estaba, olvidé no hacer ruido al cerrar la puerta y, aunque ya estaba afuera, oí como en la cocina se estremecían y cómo mi tía Lucía le gritaba a Julia para que bajara.

-¡Maldición! –solté mientras empezaba a correr, ni tiempo me daba para arrancar el carro pues oí una pisadas que se dirigían hacía la ventana y se miraban que el auto no estaban, ¡Oh, Dios!

Corrí mientras miraba hacia atrás para asegurarme que el plan había funcionado, cuando de repente me topé con la espalda dura de alguien y caí al suelo. Pude sentir que mi obstáculo no sufrió vestigio alguno, y me dije que realmente necesitaba dejar de ver hacia atrás.

-Oye, lo siento. No te vi –dijo una voz familiar – ¿Tú?

Y para cuando me levanté y pude verle el rostro, me fue inevitable no torcer los ojos.

-¿Tú otra vez? –reclamé.

-Oye, yo soy quién debería estarse quejando –replicó.

Oí cómo alguien se aproximaba en pasos, por lo que me arrastré junto con él hacia un restaurante que había ahí cerca. No podía dejarlo ahí, expuesto y siendo evidencia; si alguien le preguntaba si me había visto, por lo peculiar el respondería que sí y les guiaría en mi dirección haciendo exactamente lo opuesto a lo que yo tenía planeado. Si yo me hundía, él se hundía conmigo.

-¿Por qué siempre estás huyendo de alguien o algo? –preguntó sarcásticamente por lo bajo mientras yo sacaba la cabeza y me aseguraba que no había nadie siguiéndome el rastro. Pero era solamente un señor de traje paseando a su perro.

-Falsa alarma –suspiré mientras trataba de que mi respiración se acompasara un poco.

-No me has respondido –insistió –. ¿Qué acaso no te dedicas a otra cosa que estar huyendo? Y a todo esto, ¿de qué huyes?

-Créeme, esto de “huir” –entoné las comas en el aire –no se me da muy bien.

No quería ser descortés, pero tampoco le iba a explicar el gran drama que tenía en casa. Aparte, me recordé a mí misma, se suponía que no quería hablar con ese sujeto quién inventó reverendas barbaridades de Sebastián, pero me tenía que asegurar que si venían en mi busca, no se lo toparían y no revelaría mi posición. ¡Santo Dios! Empezaba a sonar como general o algo por el estilo.

Nos quedamos unos minutos sin decir nada, afuera del restaurante, y no me atreví a decir nada. Si bien podría pasar media hora no me importaba, solo necesitaba un lugar, no muy lejos de casa para pasarla.

-Esto va contra mis principios –habló Martín con voz ronca –y me estoy helando aquí afuera. ¿Te parecería bien tomar una taza de café conmigo? ¿O tienes que volver a huir?

Su broma no causaba gracia, pero al mismo tiempo sí. Sonreí y acepté, solamente era una taza de café y yo estaba necesitada de cafeína. Entramos al restaurante y nos sentamos en una mesa para dos. Martín ordenó un Capuccino, mientras que yo un Caramell Macciato. En cuanto el mesero se fue, el silencio sepulcral reinó entre nosotros, y solamente fue interrumpido por mis pensamientos y esto conllevó a lo que dije:

-¿Por qué dijiste que era contra tus principios invitarme a una taza de café haya afuera? –pregunté.

Honestamente, no era la clase de preguntas que se le hacía a un desconocido que quieres conocer, pero el punto era que yo no quería conocer a Martín. Sentí cómo Sebastián se puso rígido al mencionar su nombre, por lo que significaba que, independientemente de lo que Martín estuviera diciendo sobre él, ellos dos no se simpatizaban.

-Porque me prometí nunca querer entablar una amistad contigo –habló como si estuviera diciendo cualquier cosa, como si estuviera comentado el resultado del último partido de su equipo de futbol favorito.

Me pareció desconcertante por un lado, puesto que no le conocía, pero luego quise saber más.

-¿Y por qué? ¿Qué acaso te he hecho algo malo?

Y no respondió.

-Martín –empecé.

-No, Kate –repuso –. Nunca me has hecho algo malo.

-¿Entonces?

Parecía que mi impaciencia por saber sobre el tema lo desesperaba, parecía que estaba luchando con algo que él había luchado hace mucho tiempo, pero en silencio.

-Mira, Kate, yo no debería estar hablando contigo. Quiero decir, esto no… -empezó.

-No –le interrumpí –, mira tú: si estás evitándome por Sebastián déjame decirte que estás mal. Independientemente de lo mal que ustedes se lleven o de lo indiferente que se traten, a mí no me importa. No me voy a meter en sus asuntos, ¿sí? No veo cuál es el problema.

Me quejé y quejé, mientras él solamente me observaba, lo cual sentí al principio como un poco perturbador, pero luego ignoré.

-No estoy diciendo que quiera ser tu amiga, particularmente –continué –, pero tampoco es para que me trates con tanta indiferencia.

Y él se rió, como si le estuviera contando un chiste.

-¿Qué es tan gracioso? –exigí saber.

-Tienes la misma actitud que tenías esa noche –soltó desviando la mirada. Desviando la mirada, de mí.

-¿Qué noche? –Estaba un poco confundida –Martín, ¿de qué hablas?

Y luego como si todo hubiera cobrado sentido, se incorporó en su asiento y me vio fijamente cuando habló.

-¡Claro! Por eso es que no me recuerdas… -parecía más como si estuviera hablando consigo mismo – Cómo serías capaz de recordar algo si estabas ebria…

-¡¿Ebria?! –me espanté de la sola palabra. Sí, no era una santa, pero tampoco era una pérdida. La única vez que me había puesto así fue para… En ese momento me helé por completo – ¿Qué quieres decir?

-No me recuerdas, ¿cierto? –insistió viéndome directamente a los ojos. Y me di cuenta que tenía unos ojos verde/azules.

-No, para nada –pero eso no me importaba, necesitaba saber cómo supo del Spring Break.

-Por eso es que no recuerdas lo que hizo Sebastián –dijo mientras parecía encontrarle sentido a todo.

-¿Qué diablos quieres decir? –exigí casi con lágrimas en los ojos. Se alarmó porque no quería que hiciera una escena en medio del restaurante. Pero gracias a Dios, estábamos casi al fondo.

-Kate, Kate, tranquila –dijo tomándome las manos –. Mírame a los ojos.

Y vi sus ojos. Mientras trataba de descifrar realmente de qué color eran, un recuerdo me azotó la cabeza. Ahí estaba yo, un poco subida de tragos, en la barra que estaba instalada en la playa en dónde era la última fiesta del Spring Break. Justo antes de que Sebastián se acercara a hablarme. Yo estaba charlando armoniosamente con el bar ténder, pero no de la manera en que cualquier facilona lo haría, sino de una forma amigable. El rostro de éste era un poco borroso, pero cuando poco a poco me fui acercando pude ver sus ojos. Unos ojos que no sabía si eran verdes o azules, los podría llamar verde/azules…

Y sofoqué un grito. Abrí los ojos como platos. Tenía esos mismos ojos delante de mí. Martín. Él estaba ahí, en el Spring Break. Y me daba por ignorante sobre todo lo que paso esa noche, si es que sabe realmente lo que paso esa noche. Martín era el bar ténder…




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¡Feliz Navidad a todas! Okno, es ¡Feliz Noche Buena! Je. Quería publicar hoy para desearles una excelente Navidad rodeada de felicidad con sus familiares :D [Los agradecimientos por estar conmigo, en lo personal, los pondré para año Nuevo]

De todos modos, no falta la entrada en dónde no agradezca y esta no será la excepción. ¡Miles de gracias! Aún no entiendo como siguen aquí, cosillas, pero igual. Les tengo un profundo cariño, porque solamente ustedes leen mis locuras y mis incoherenciadas.

También le agradezco a todas las que comentaron el cap anterior, aunque solo fueron cuatro, me sacaron las sonrisas. Y, Nahara, ya extrañaba ver tus comentarios. Gracias por eso tan lindo que dijiste :')

One last thing, tengo nuevo twitter. Me aburrí del otro. Siganme :D @IamDreaming_

Bueno y no me pondré más cursi solo porque es muy temprano para eso. Pasensela increíble, las quiero, las amo. <3


Love will be echo in your ears.

martes, 13 de diciembre de 2011

Decepción 2x1. Cap. 15

Recomendación musical:
Si no las quieren descargar, busquenlas en Youtube, pero enserio estas sí son indispensables, aún más la última. Ya les marqué en donde entra cada canción:

  • Trouble - Coldplay.
  • On Melancholy Hill - Gorillaz
  • Creep - Radiohead

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-Aquí “Trouble – Coldplay”.

Me golpeé la cabeza contra el suelo, y sentí como por cada segundo marcado en el reloj se me volvían más pesados los párpados. No me quería sumir en una oscuridad profunda, pero… me estaba arrastrando hacía ella; era su presa y, raramente, me encontraba sin salida…

Abrí los párpados de golpe, sintiéndome más mareada de lo que esperaba. Vi las paredes blancas y sabía que estaba en la enfermería, lo que no sabía era que tenía a la enfermera justo a mi lado, por lo que me asusté y salté en mi mismo lugar, sofocando un grito ahogado.

-No te asustes querida –me tranquilizo la enfermera –, no quiero que se te vuelva a subir la presión.

¿Se me subió la presión? No tenía ni idea de qué había ocurrido luego de mi fallido intento por evitar parecer más tonta encerrada en el baño. Fruncí el ceño cuando un repentino dolor de cabeza me invadió y cuando pude tocar mi frente, sentí una venda pegada con adhesivo, eso debía haber sido el líquido que había sentido. Estaba tan confundida y conmocionada que apenas y podía articular palabra alguna.

-No recuerdas lo que paso, ¿cierto? –inquirió la enfermera con voz dulce.

Avergonzada, negué lentamente.

-Pobre chiquilla –musitó mientras me acarició la coronilla de la cabeza –, te explicaré: asumo que entraste al baño y bueno, esa historia no me la sé tan bien, pero comenzando el segundo periodo unas amigas tuyas venían acompañadas de Sebastián, quien te traía en brazos, diciendo que te habían encontrado inconsciente en el baño. Tu amiga chiquita, creo que se llama Natalia… y la otra, ellas no quisieron hablar hasta que Sebastián se hubiera ido, lo cual costó muchísimo porque se negaba a dejarte sola, luego lo reprendí y le dije que igual no te ibas a despertar en un buen tiempo así que yo lo llamaría en cuanto lo hicieras. El punto es que Natalia y tu otra amiga…

-Luisa –suspiré.

-Si ella, bueno… me comentaron que tuvieron que pedirle a algunos integrantes del equipo de futbol que tumbaran la puerta, porque estaba con llave y fue una horrible sorpresa encontrarte a ti en el suelo y ahí fue cuando llamarón a Sebastián. También me comentaron que les habías mandado un mensaje diciéndoles que en realidad sí te habías quedado encerrada en el baño… pero honestamente, Kate… yo no te creo.

-¿Por qué no me cree? ¿Cree que hice esto a propósito? –hable entrecortadamente debido a mi respiración agitada.

-Nunca fue mi intención darte a entender eso –se disculpó –. Me refiero a que no creo que te hayas quedado encerrada en el baño, más bien creo que te encerraron.

Mi pulso se acelero. ¿Es que acaso ésta mujer era adivina? Cualquiera en mi lugar estaría dispuesta a delatar a Jasmine, y para ser honesta ganas no me faltaron, pero la moral me habló y no quería tener más problemas con ella, no más de los que ya tenía. Había desarrollado en mí una mentalidad de “perfil bajo” para poder sobrevivir a la primaria y a la secundaría, y lo había hecho de maravilla… hasta que apareció la preparatoria y me puso retos contra esa mentalidad, pero yo haría lo que fuera por mantenerla, no era de las que disfrutaba toda la atención en mí.

-¿Qué le hace creer eso? –insinué precavidamente.

-Solo dime Kate, ¿quién se encerraría por querer en un baño? –Lanzó la pregunta capciosa –Y más cuando eres claustrofóbica.

Me sorprendí que supiera todo eso relativamente de mí.

-Solo dime si estoy en lo cierto –pidió.

Y la verdad es que su petición no iba más allá de mis límites, y ella solo pedía que corroborara su sospecha.

-Sí –asentí en susurros.

-¿Quién lo hizo, querida? –dijo tan maternalmente posible, que pude jurar que vi como se le humedecían los ojos.

-No me pida que le diga –pedí –. Es complicado.

-¿Más complicado que esto? –soltó señalándome con sus manos arrugadas. Supuse que mi estado era bastante “complicado”.

-No lo sé –respondí mientras me sentaba en la camilla –, pero ya de por sí es bastante complicado el hecho de que alguien me haya encerrado. Entiéndame, no quiero verme involucrada; lo que menos me gusta es el drama.

-Tienes razón, chiquilla –dijo mientras se frotaba las manos nerviosamente y se dirigía a la puerta –. Espero y hagas que él lo entienda.

-¿Quién…? –repuse confundida mientras ella abría de par en par la puerta, la cual no había estado cerrada en todo ese tiempo. Sebastián tenía pinta de preocupado y molesto, abrí los ojos sorprendida porque eso quería decir que él había escuchado todo… y lo que me tensó fue que tendría que explicarle… o algo por el estilo.

-¿Usted supo que él estaba ahí? –pregunté horrorizada, con sentimientos de traición que punzaban mis costillas.

-Lo vi llegar justo cuando estábamos hablando –aceptó avergonzada –y no dije nada. Lo siento, Kate.

-¿Ella está lista? –preguntó Sebastián sombríamente, yo sabía que él sabía que no era mi intención contarle el problema original… y de alguna manera me las iba a ingeniar para no contarle la verdad, en serio que era muy innecesario.

-Sí, sí –asintió la enfermera que, de pie, al lado de Sebastián parecía su abuelita. Rebuscó en un botiquín y me entregó unas aspirinas –. Por si tienes dolor de cabeza.

La anciana habló con la cabeza gacha y no me vio a los ojos. Sabía lo que había hecho y sabía en el problema en el que me había metido. Sebastián avanzó hacía mí y me tendió la mano para bajarme de la camilla, sin dirigirme palabra alguna. Él se quedó quieto mientras yo avancé tímidamente hacía la puerta, giré sobre mí misma para ver qué lo demoraba.

-Gracias, Louis –la abrazó tiernamente y beso su coronilla, y ella correspondió a su abrazo de la misma manera; había algo que no entendía todavía.

-De nada, hijo –le respondió.

Y eso era. Louis, la enfermera, se miraba como la abuelita de Sebastián porque en realidad sí era la abuelita de Sebastián. Fue inevitable para mi rostro expresar sorpresa cuando ella me dirigió la mirada una vez que Sebastián se había apartado de ella y me rodeaba con sus rígidos brazos.

-Cuídala –le ordenó Louis a Sebastián cuando salimos de la puerta.

Éste último me llevó hacía mi auto en silencio, no se molestó en proferir sonido alguno y estaba más que claro que yo iba a romper el silencio. Y justo así fue el camino hacía mi casa, incluso cuando me moría por preguntarle que qué había hecho con su auto, o si lo había dejado en el instituto, o si lo iría a traer luego y si era así, cómo se iría. Frustrada como estaba, me limité a morderme la lengua y a tratar de no marearme. Jugueteé dos que tres veces con la gasa y la venda que tenía pegada a la frente para cuando me di cuenta que ya habíamos llegado y una especie de miedo me inundó el cuerpo en cuanto Sebastián haló del freno de mano. Se desabrochó el cinturón y yo hice lo mismo. Me pregunté si se quedaría en el auto o si saldría en ese mismo instante.

-¿Quieres hablar sobre eso? –preguntó hablando toscamente.

-¿Sobre qué? –mantuve la vista fija en el retrovisor de mi puerta.

-Sobre el hecho de que casi mueres en el instituto en ese intento de…

-¿Intento de qué? –lo desafié viendo sus ojos –. ¿Realmente crees que todo esto ocurrió a propósito? No exageres, fue solo accidente. Soy torpe, muuuuuuy torpe –dije alargando la palabra –, soy descoordinada, y aún más. Y si crees que esto fue un “intento de llamar la atención”…

Me interrumpí a mi misma porque estaba llegando al punto de querer llorar, odiaba ser tan malditamente emocional.

-¿Entonces qué fue? –exigió saber.

-Toda mi vida –traté de tragarme las lágrimas y demostrarle mi punto –he odiado ser el centro de atención, no me gusta. He mantenido un “perfil bajo” durante toda mi vida por algo, y todo estaba bien…

No habló, pero vi en su rostro que necesitaba que yo terminara esa frase. Me hundí en mi asiento de la frustración y bufé antes de hablar.

-Y que mi “enemiga natural” –entoné las comillas en el aire –aparezca no lo hace más fácil.

-¿Tu enemiga natural? –bufó como si fuera chistoso –. Oye, espera… ¿Estás hablando de quién te encerró en el baño?

Asentí cuidadosamente viendo la larga calle que se extendía por enfrente de mi vista.

-¿Quién fue? –quiso saber.

-Es mejor si no lo sabes…

-¿Cómo que es mejor? –Enloqueció –No puede ser mejor, Kate. Mírate. ¿Crees que es fácil para mí verte así?

Sus palabras eran tan ciertas que dolían, la verdad era que ni a mí me gustaba verme así.

-Jasmine –susurré.

-¿Qué? –preguntó atónito.

-Ya me oíste –era fastidioso repetir las cosas.

-¿Jasmine? –Parecía realmente confundido – ¿La nueva? ¿Mi amiga?

El modo en que entonó el “mi amiga” me dio nauseas.

-Sí… ¡Jasmine! –Me extralimité a no gritarlo, pero estaba enojada –La rubia, la hipócrita… ¡Ella!

Su rostro se confundió y trato de que se cabeza procesara todas las cosas lo más rápido posible.

-¿Estás segura? –Preguntó de nuevo y yo torcí los ojos –Pudo haber sido una confusión…

-¿Una confusión? –Bufé sin poder controlarme, debido a que sus palabras me dolieron –. ¡Me amenazó, Sebastián! Luego me pegó una bofetada, me lanzó contra el piso, huyó y me encerró. ¿Qué de eso es confuso para ti?

Honestamente, no quería que Sebastián supiera. Implicaba a una de sus “amigas” y estaba segura de que ella había hecho su parte de “dos caras” para sacarme ventaja, y lo había logrado. Estaba furiosa con Sebastián porque no me creyera a mí, según él, “la luz de sus ojos”. Blah. Aunque por un lado, él no tenía tanta culpa puesto que Jasmine, repito, habría hecho su trabajo lavándole el cerebro… ¡Pero igual! Me costaba demasiado entender que no me creyera a mí.

-¿Y sabes algo? –agregué al notar que se quedó absorto en sus pensamientos. Busqué a tientas en mi chaqueta y tomé la llave con fuerza –Si todavía te sientes confundido, ¿por qué no vas tú a preguntarle a ella?

Escupí la pregunta con todo el sarcasmo posible que mi voz pudo denotar, salí del auto dando un portazo mientras Sebastián me gritaba desde adentro y maldecía por lo bajo al tratar de abrir su puerta, pero ésta no tenía seguro y él pensando que sí lo tenía, se lo puso… lo que me hizo ganar tiempo y correr hacía la puerta de mi casa, estaba a metros cuando oí a Sebastián gritándome sobre los hombros. Abrí tan rápido como pude y oí como el “Kate” estaba aún más cerca. Cerré la puerta y lo dejé con la palabra en la boca. Me recosté de espaldas a la puerta mientras oía como Sebastián la golpeaba desesperado, me deslicé hasta el suelo y empecé a llorar. Tiré mi mochila por algún lugar y junté mis piernas para esconder la cara entre ellas y sollozar quedamente sobre los gritos de Sebastián alarmantes.

En cuestión de unos veinte minutos, Sebastián se rindió y no pude oír nada más. Después de una “grave conversación con la puerta” que incluía algo como “Kate, si no me abres tendré que tirar la puerta”, “Ábreme, Kate. Te lo pido”, “Lo siento, mi amor” ó “Tu padre está a unas solas calles y no me cuesta ir a buscarlo”.

Admito que con la última frase introdujo cierto miedo en mí. Él era tan capaz de ir a buscar a mi padre y alertarle de la situación, pero luego recordé que él estaba furioso conmigo, y si lo estaba conmigo era más que seguro que también lo estaba con Sebastián, así que él no se podía dar el lujo de irlo a buscar si se le daba la gana, incluso aunque se tratara de mí. Y cuando él lo pensó, maldijo por lo bajo, pero yo aún lo pude oír.

De pronto, un rectángulo se deslizó por debajo de la puerta. Tenía escrito algo con la letra de Sebastián en él, me deslicé rápido para leerlo:

-Al parecer, no me vas a abrir. Esto no se va a quedar así, Kate. Dejé las llaves de tu auto en el contacto, te llamaré más tarde. Por favor, contesta. Te quiero…

Era casi imposible que alguien me dijera que me quería con semejante berrinche que acababa de hacer. Pero ahí estaba escrito. Suspiré profundo y me puse de pie para aplastar mi ojo en el típico hoyito que estaba en la puerta. Sólo podía ver mi carro… y nada más. Abrí la puerta con cuidado y saqué la cabeza. Vi hacía la derecha: nada, vi hacía la izquierda: la espalda de Sebastián confundida con las de muchas más personas. Se agarraba la cabeza con las manos y justo cruzó hacía la cuadra en dónde estaba su casa.

Me sentí un poco culpable, pero tenía una parte de mí sabía que había hecho lo correcto, porque sí había hecho lo correcto ¿cierto? Necesitaba consultarle a alguien todo esto, caminé hasta la sala que era por donde había terminado mi mochila y saqué mi teléfono. Tenía que llamar a Luisa para contarle, pero no era ni medio día así que ella tendría que estar en el almuerzo con Natalia. Y en serio, necesitaba hablar con ella… o con Natalia. Fui a sentarme a las gradas mientras escribía un texto para Luisa: “Cuando acaben las clases, ven con Natalia. Tengo mucho que contarles”.

Y ahí, sentada como estaba, me puse a pensar en muchas cosas, principalmente en lo que Sebastián había dicho. O más bien, en lo que no había dicho, en todo en lo que él no me había creído y hasta en sus “amenazas”. Y como un rayo, una idea cruzó mi mente: él dijo que mi padre estaba a unas calles, y yo pensé en que él estaba furioso conmigo… ¡Tenía que ir a hablar con mi papá!

-Aquí “On Melancholy Hill – Gorillaz”.

Me levanté de un salto de las escaleras y abrí la puerta decidida, luego vi el reloj que estaba en la pared y marcaban las once de la mañana. ¿Qué? ¡No podía ser tan temprano! Cerré la puerta un poco decepcionada e hice cuentas, mi padre estaría en su habitación del hotel sí mucho a las dos de la tarde así que tendría que encontrar qué hacer para ir a las dos en su busca.

Subí las escaleras rápido y entre eso me tropecé, pero subí directamente a mi cuarto. Siempre que no quería pensar, me gustaba entretenerme con algo, lo que fuera… y en ese momento solo podía ver el gran desastre que inundaba mi habitación. Me entretuve una hora entera arreglando mi cama, ordenando viejos cuadernos, viendo anuarios y aunque me pareciera una eternidad el tiempo que había usado, era aun muy temprano así que seguí con el cuarto de mamá. Me volví una maniática total, pero deduje que no tendría que hacer mucho esfuerzo ya que me acababa de golpear la cabeza. En ese momento consideré una buena idea tomar una ducha, así que lo hice. Me sequé el pelo y baje un poco hambrienta, tenía ya solo una hora que esperar lo que fue cierto alivio. Encontré una nota en la mesa cuando me acerqué:

“Kate, fui con Julia y Lucía al centro comercial. De nuevo. Lo siento. Te deje un poco de lasaña en el refrigerador. Te amo.

Torcí los ojos mientras arrugaba el papel en mi mano y caminaba hacía el refrigerado, era la segunda vez en la semana que iban al centro comercial. El hecho no era que fueran y compraran cosas lindas, la cuestión estaba en que lo hacían mientras yo estaba en la escuela. Julia estaba en la universidad y estaba en una especie de receso, esa era la razón por la que se la pasaba en la casa todo el día fastidiando a mi tía Lucía para que hicieran algo, puesto que ella se aburría demasiado rápido.

Cuando calenté mi “almuerzo”, medio lo toqué. Estaba ansiosa viendo el reloj de la cocina y viendo como los minutos transcurrían con una lentitud desesperante. Me decidí a que no pasaría ese tormento, agarré mi plato y me fui hacía la sala a ver un poco de televisión para distraer la mente. Cambié de canales a una velocidad sobrenatural y me detuve en una película romántica clásica: “Orgullo y Prejuicio”. Honestamente, amaba a Jane Austen y esa era mi obra favorita. Terminé de ver la película, pero ya la había visto varias veces antes solo que ahora la diferencia era que yo terminé cubierta de lágrimas, creo que las hormonas me afectaron más de lo debido.

Con los ojos hinchados, vi el reloj y entré en pánico. Ya eran casi las tres. Tenía que agradecerle a esa película que me había quitado la preocupación, pero ahora por el apuro no encontraba mis llaves. Subí a mi habitación para buscar si no estaba en mi suéter y lo único que encontré fue el papel bien doblado con la letra forzada y las palabras dolidas de Sebastián; “dejé tu llave en el contacto”, recordé.

Salí disparada hacía la entrada y me dirigí a mi auto, aunque no sabía si debía caminar o no. Lo pensé muchísimo y abrí la puerta del coche solo para sacar las llaves y disponerme a caminar. Un poco de aire fresco me haría bien y la verdad era que entre más me tardara, mejor. Sí, sí, lo sé, estaba desesperada porque llegara la hora, pero no sabía qué decir y dispuse que en el camino lo descifraría. Está bien, ¿y qué le diría en todo caso? Mi cabeza daba vueltas mientras doblaba la esquina, me toqué la frente del lazo derecho y sentí una punzada en mi herida cubierta por la venda. Gracias a Dios la había cambiado después del baño, sé que mi Stuart me pediría muchas explicaciones, pero trataría de limitarme a ir a lo que iba, o le iba a inventar algo. Sentí algo tan horrible cuando mis pensamientos se enfocaron en la razón por la cual tendría que haber una charla… iba a pasar todo esto por Sebastián, y él no estaba aquí.

Me molesté demasiado que Sebastián se pusiera del lado de Jasmine, y por un lado… ya lo veía venir. Por eso era exactamente la razón principal por la cual lo quería dejar afuera de esto, hablando también que el asunto no tenía nada que ver con él… en teoría. Porque Jasmine había hecho todo eso porque no había logrado engatusar a Sebatián, y me quedaba claro. Aún así, no cabía la forma de que él pudiera estar de su lado, y eso fue algo que me había dolido muchísimo.

Me sequé una lágrima en cuanto entre al vestíbulo y me dirigía hacía la recepción. La recepcionista tecleaba a gran velocidad con sus uñas pintadas de color rojo intenso. Me acerqué esperando a que levantara la vista del documento que leía profundamente con el ceño fruncido. Tamborileé los dedos sobre el escritorio y ella continuó ignorándome:

-¿Disculpe? –carraspeé.

Ella me miró por encima de sus gafas cuando habló:

-¿Se te ofrece algo?

-Eh, sí. ¿Me podría decir en qué habitación se hospeda Stuart Johnson?

-Esa información es clasificada –dijo mientras volvía a teclear a velocidad sobrehumana.

-Usted no entiende –dije tratando de no enfadarme –, él es mi padre.

-¡Já! –se mofó torpemente –Stuart Johnson no tiene hijos –me miró de reojo como si estuviera viendo algo podrido –, y menos hijas. Nunca nos lo ha comentado, y eso que me incluyo entre el círculo de amigos que frecuenta cuando viene a Los Ángeles.

Sentí algo en mis costillas, como una punzada.

-¿Y viene seguido? –pregunté ausente.

-Varias veces al mes –siguió tecleando despreocupada –, y siempre se queda aquí en este mismo hotel. Por eso te digo, niña, que si Stuart tuviera hijos, ya lo hubiera mencionado.

-¿Te habló de su esposa? –repuse.

-¿Ex-esposa? –Me miró por un milisegundo y luego volvió a lo suyo –Sí, nos comentó del divorcio y todos pudimos ver qué realmente le afectó, pero honestamente él debería continuar con su vida; es joven, exitoso y, aquí entre nos, bastante atractivo. Qué tonta fue su ex-esposa.

Quería propinarle un golpe a esa recepcionista más de lo que se merecía, pero me controlé. Aunque mi boca no.

-Pequeña zorra –susurré por lo bajo.

-¿Qué dijiste? –habló ella alterada.

-Nada –solté mientras marcaba el número de mi padre un poco molesta. O dolida. Esa mujerzuela tenía claras intenciones con mi padre, pero yo rechazaba la idea de imaginar a mi padre con otra que no fuera mi madre, simplemente no podía imaginarlo. Y que mi padre nunca haya comentado sobre mi existencia me hacía sentir pequeña e incluso insignificante en su vida. Y la verdad era que era más o menos así. Por eso exactamente había querido hacerle saber sobre Sebastián, y que él reaccionara de la forma en que lo hizo complicó todo. Y que ahorita estuviera furiosa con Sebastián me estrujó mucho más el corazón…

-¿Diga?

-¿Papá? –dije sofocando las lágrimas.

-¿Kate? –no pudo ocultar su asombro.

-Papá, dime el número de tu habitación –me giré para que la recepcionista no oyera –. Estoy en el vestíbulo.

-Trescientos seis –musitó sin expresión alguna en su voz.

-Subo enseguida –y colgué. Me dirigí hacía la recepcionista para hablarle –. ¿En qué piso quedan las habitaciones trescientos?

-En el sexto –afirmó sin mirarme, luego razonó y me miró –, ¿por qué?

-Porque ahí está mi padre –dije mientras guardaba escandalosamente mi teléfono para que se diera cuenta de que había hablado con él –. Ya sé el número de su habitación, pero de todos modos gracias… aunque mi padre fue más útil. Con permiso.

Y me alejé viendo como su rostro se crispaba del enojo. Presioné el botón del elevador una vez, luego otra y luego otra, como si la simple idea de presionarlo lo haría llegar más rápido. Cuando se abrieron las puertas, esperé a que la multitud bajara y a que otra multitud subiera… y de último yo. El botones nos preguntó a cada uno que piso y mientras subíamos no podía alejar la vista de la mini pantallita que está ubicada por encima de las puertas de éste mismo.

-Aquí “Creep – Radiohead”.

El elevador se detuvo en el piso seis y salí de él, igual que un señor que vestía un traje y una señora con un vestido pomposo. Ellos salieron sabiendo lo que buscaban, mientras que yo me quedé parada y oía como las puertas del ascensor se cerraban detrás de mí. Por un momento me arrepentí de haber ido al hotel, pero me armé de valor y busqué la habitación trescientos seis. Cuando la encontré, me quedé pasmada mientras veía el número ahí clavado en la puerta, sentía que se adhería más y más a ésta y… estaba perdiendo la cabeza.

Toqué dos veces con los nudillos esperando ver su rostro alegre que ponía cada vez que me miraba, pero solamente me encontré con un rostro vacío de emociones e indiferente a mi presencia.

-Pasa –habló con voz ronca mientras no me dirigía la mirada. Entré con temor de que hubiera alguien ahí porque escuchaba voces, pero era solamente el televisor. Mi padre tenía una camisa de vestir, de las que siempre usaba cuando se iba a trabajar, arremangada debido a que estaba cocinando. Me sorprendió ver que la habitación era bastante grande que hasta cocina tenía incorporada. Mi padre estaba teniendo un intento de cocinar pasta, tenía varias salsas de bolsita a un lado de la estufa y tenía unos espaguetis en una olla.

-¿Desde cuándo cocinas? –repuse mientras me reía en un intento de hacer más agradable el ambiente.

-Desde siempre –dijo un poco menos frío –. Lo que pasa es que tú nunca me diste la oportunidad de demostrarlo.

Sonó como algún pensamiento que tenía reprimido dentro, lo ignoré mientras me acercaba a la refrigeradora para sacar una cebolla y ayudar a hacer la salsa. Busqué un ajo, una tabla de picar y un cuchillo.

-¿Qué haces? –me preguntó él confundido desde la hornilla donde vigilaba los fideos.

-Te ayudo, ¿qué no ves? –agregué un poco de sarcasmo, puesto que él lo adoraba viniendo de mí. Sonrió curvamente y me gocé del “gran” avance que habíamos hecho.

-Y, ¿cómo estuvieron las clases hoy? –preguntó sin dirigirme la mirada.

Buena pregunta, el hecho era que no había ido a ninguna clase el día de hoy por la misma razón por la cual tenía una venda en la cabeza.

-En realidad, no fui –admití –. Bueno sí fui, pero tuve que regresar…

-¿Por eso? –dijo señalando con su paleta mi venda.

Asentí.

-¿Qué te paso? –quiso saber. Y aquí era donde tenía que inventar mi coartada en general.

-Pues, veras: iba corriendo para la clase de Biología que tenía al primer periodo, y pues admito que iba un poco tarde, pero no tanto. Cuando pasé cerca del baño, no noté que estaba mojado y me resbalé y me golpeé la cabeza. Quedé inconsciente por un periodo entero.

Agregué la última frase para hacerlo ver más interesante, pero su rostro denotó un poco de preocupación.

-¿Tarde, eh? –Dijo concentrándose en los espaguetis –Tú nunca llegas tarde…

Dejó la frase en el aire, y mientras yo terminaba de picar el ajo y sacaba una cacerola dije:

-Hay una primera vez para todo.

-Apuesto que ese chico, Sebastián, tuvo que ver en todo esto –lo soltó de lo más normal, mientras que a mí la sola pronunciación de su nombre me punzaba el pecho.

-Pues no –miré sus ojos para que viera la sinceridad de los míos –, en realidad él ya estaba en su clase cuando eso pasó y fue él quien me trajo a la casa…

Pero él estaba viendo lo que yo hacía, y me detuvo.

-Así no hago yo la salsa –frenó mi muñeca justo cuando iba a dejar caer la cebolla.

-Papá, sé que así no la haces tú, pero va a quedar…

-Así no la hago yo –repitió.

Me molesté. Me solté de su puño y tiré la cebolla por toda la tabla de picar y aun así cayó al piso, solté el cuchillo y volví a meter la cacerola en su lugar.

-Está bien –grité –, como quieras.

Me alejé de él y fui a la sala a apagar la televisión puesto que ya estaba harta de hacer charla e iba a ir al punto.

-Oye, ¿por qué lo apagas? Ese programa…

-No me importa tu programa –solté –. Vine a hablar, y eso haré.

-Si esto es sobre Sebastián no creo que valga la pena hablarlo porque…

-¡Claro que vale la pena, papá! –Exclamé –Aun no comprendo por qué reaccionaste de esa manera el sábado…

-Cuando tengas a un hijo que te excluye de tu vida, hablamos –me interrumpió bruscamente casi gritando las palabras. Fue como una bofetada para mí, puesto que me estaba echando en cara que lo mío con Sebastián estaba mal, y también porque se sentía herido… por mí.

-¿Excluirte de mi vida? –pregunté como si me hubieran dicho algo absurdo, y en realidad lo era –Yo no te quiero excluir de mi vida, papá. Te dije de Sebastián porque quería que estuvieras al tanto de que soy feliz, que mi vida está bien… Además –sabía que me iba a arrepentir de lo que iba a decir, pero no me pude frenar –, ¿quién es el que excluye a quién?

-No comprendo –frunció el ceño.

-Hablas de excluir cuando ¡tú mismo nos excluyes a nosotras, papá! –Noté que estaba casi gritando – ¿Por qué nunca nos habías dicho que venías seguido a la ciudad?

Su cara se crispó y evito por completo mi mirada.

-¿Y aun, papá, hospedándote en este hotel, a unas calles de nosotros? –mi tono nunca cambió, pero era cierto: era lo más absurdo que había tratado de asimilar hasta el día de hoy.

-Kate, yo…

-Si era por mí mamá, de acuerdo –traté de comprenderlo, traté de entender que tal vez no quería verla todo el tiempo puesto que estaba en el proceso de “olvidar y superar” –, pero si tampoco hiciste el intento de verme a mí, que soy tú hija… ¡Entonces no me vengas con que te excluyo de mi vida!

Salté del banquillo en donde estaba sentada, y corrí a la puerta mientras la cerraba de portazo detrás de mí y corría hacía el ascensor. Escuché mi nombre por detrás, pero las lágrimas lo silenciaron. Para mi suerte, el ascensor estaba abierto y solo iba una pareja. Entré con las lágrimas desbordándose, pero me limité a no verlos. Me observaron por unos segundos y luego bajaron en el piso cuatro. Recosté la cabeza sobre la pared del ascensor sin importarme que los surcos de lágrimas se vieran.

-¿Se encuentra bien? –preguntó el botones preocupado, un anciano con cara llena de amor.

Negué con la cabeza, porque tenía miedo de que se me quebrara la voz, pero… Ya estaba yo ahí, llorando en público debido a que estaba realmente cansada, ¿en qué otro modo me podría ver más débil?

-Hoy no fue mi día –dije susurrando.

-Ánimo, linda –sonrió el anciano inspirando tanta ternura –. Cuando llegas a mí edad, te arrepientes de todas las lágrimas que derramas y de todas las oportunidades que no viste.

-El problema es –suspiré –que no le encuentro ninguna oportunidad a todo esto.

-Eso, querida, es algo que solo el tiempo revela –me sonrió y las puertas se abrieron.

-Gracias –exclamé y hubiera dado lo que fuera por quedarme ahí, en donde me sentía bien.

Salí del ascensor al vestíbulo y traté de no ver a la recepcionista, porque tenía los ojos rojos. Mi teléfono vibró en mi bolsillo y juré que si era mi padre, tiraría hasta el aparato. Pero era Natalia.

-¿Diga?

-¿Kate, en dónde estás? –oí a lo lejos la voz de Luisa.

-¿En donde están ustedes?

-Enfrente de tú casa –habló Natalia –llevamos quince minutos tocando y nadie abre.

En todo lo que hablaba me detuve a metros de la puerta, cuando oí que mi padre gritaba desde atrás mi nombre, salí disparada.

-Ya voy –le grité al teléfono y colgué.

Salí corriendo y esquivé a varias personas que me injuriaron cosas inentendibles. Podía oír a mi padre seguirme, pero sabía que no iba a lograr seguirme el paso. Aceleré un poco y pude ver la esquina y sabía que ahí ya estaría a salvo porque estaba a unas cuantas calles de mi casa. No me quise arriesgar a mirar atrás, siempre se me había enseñado que eso era debilitar tu posición… o algo así. Pero al estar cerca de doblar la esquina, no pude evitar y volteé. No vi absolutamente nada porque en ese momento, alguien se impactó con tanta fuerza conmigo… que caí al suelo, y la otra persona igual. Me golpeé la cabeza en el mismo lugar que ya me había lastimado en la mañana, pero me preocupaba más que mi padre me alcanzara.

Cuando pude ver bien quién era mi obstáculo, observé que era un chico. Cuando se paró me di cuenta que era alto, de cabello castaño oscuro, un poco pálido, ojos claros y su rostro estaba confundido, yo podía jurar que lo conocía de algún lugar, pero no recordaba y no quería utilizar mal mi tiempo. Me ofreció su mano para poder levantarme.

-Gracias –dije mientras me ponía en pie y seguía dispuesta a salir disparada.

-Oye, venías hecha una bala –exclamó con voz ronca, profunda… una bonita voz.

Me molestó que el sujeto este buscara plática cuando yo estaba tratando de “huir”.

-Ese era el plan –repuse alejándome lentamente, para que no se viera descortés, pero lastimosamente mi sentido del horizonte viró y me tambaleé. Este muchacho me sostuvo por los brazos y lo hizo hasta que pudiera tener buen equilibrio.

-Oye, deberías esperar un momento si es que quieres seguir en la carrera –esbozó una sonrisa y yo le respondí con una tímida. Giré en dirección hacia la calle del hotel y no vi a nadie, bueno sí… vi a muchísima gente, pero no estaba mi padre ahí. Y ya que ya no estaba ahí, decidí despreocuparme un poco y caminar tranquilamente hacía mi casa.

-Tienes razón –suspiré cuando sentí una punzada fuerte en mi cabeza, pero no la toqué por miedo a llegar a obtener más atención de la debida con este sujeto.

-Me llamo Martín –extendió su mano.

-Kate –dije mientras estrechaba su mano y le sonreía, mientras él hacia exactamente lo mismo…


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¿Les gustan los caps así de largos? ¿O regreso a la misma cantidad? Diganme :c

Bueno, ustedes no tienen ni idea de lo *inserte sentimiento de alegría infinita aquí* que me hicieron al leer sus comentarios, enserio chicas. ¡Son lo maximo! Gracias a todas y a cada una porque enserio me dieron muchísimas motivaciones y razones para seguir escribiendo y para sacar el cap rapidín. Siempre les agradeceré que me apoyen de esta manera y... ¡ay por Dios! ya me puse cursi... Y hablando de eso, la parte en donde Kate mira "Orgullo y Prejuicio" y llora desconsoladamente fue real... bueno, en parte: me pasó a mí hace unos días, y hoy en la mañana también. La están pasando seguido en el cable y la primera vez que la vi sí me eché unas lágrimas que ¡ja! mi mamá pensó que algo serio me había pasado, pero esa película me enamora... o/ manita arriba a quién le pase lo mismo.

-Chicas, otra cosa... leyendo los comments me quedó así como que "Ow, ella es una hermosa." Pero cuando llego al final, me quedo en que la hermosa chica que comentó se llama "Anónimo" -.- ironía porque hay como tres que se llaman así por aquí. Así que no sé si serían hermosas y dejarme su nombre, así cuando gane algún premio yo no tenga que decir: "Le agradezco a Anónimo 1, Anónimo 2 y a Anónimo 3" Okaay, no se crean x)

-One last thing, Anónima (la chica que cree que yo escribo en The Reneesme Cullen Story): Yo no soy la escritora, yo solo soy amiga de la escritora. :D

Bueno, creo que eso es todito, las quiero infinitamente.

-Majo.García.


Quiero que comprendas que sin tí, yo no soy yo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Sin salida. Cap. 14

Recomendación músical:
-Sí, sí... les pongo una "recomendación músical" porque es casi de vitalidad que lean este cap con estas canciones. Y bueno, si no quieren... igual.

Al principio: Us against the world - Coldplay.
Luego de que diga: "Dos meses después", Northern lights - Cider sky.



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-¿Sebastián? –dije retirándome de su hombro.

-Dime –dijo viéndome a los ojos.

-¿Qué somos? –hablé. Y por primera vez, tuve el valor suficiente para hablar… y no me faltaron palabras.

-¿Sabes? –Dijo tomando mi mano –Estaba esperando a que me lo preguntaras.

Debo admitir que sentí que se me estrujaba todo. Había tenido experiencias previas a esta, pero aún así, supongo que nada te prepara para la sorpresa. Me limité a quedarme callada, quería que entendiera que no iba a hablar hasta que todo quedara más claro que el agua.

-Kate –habló despacio –, te seré sincero.

Tragué saliva lentamente. A este punto solo tenía dos opciones: decirme que me quería en su vida o decirme que me quería lejos de ella. Sé qué pensarán que soy una pesimista, pero también hay que aprender a ver los dos lados de la vida.

-No te he podido olvidar desde aquella noche en el Spring Break –confesó. Supongo que mi cara denotó lo confundida que estaba, puesto que se apresuró a agregar –. Me refiero a que he tenido miedo a verte de nuevo, a encontrarte otra vez y…

-Y heme aquí –dije con tono sombrío soltando su mano de la mía.

-Estás aquí –tomo mi mano de nuevo –. Admito que tuve miedo cuando te vi de nuevo, ese día, enfrente de tu casillero.

-¿Miedo de mí? –Soné irónica – ¿Por qué alguien tendría que tener miedo de mí?

-Tenía miedo a que reaccionaras mal o algo –su mirada se perdió sobre mi hombro –, de que no me permitieras explicarte…

-Sebastián –lo interrumpí –, ya hablamos de esto. No hay necesidad de hacerlo nuevamente.

-Sí, sí la hay –dijo dirigiéndose directamente hacía mí, haciendo nuevamente que me perdiera en sus ojos –. Sí hay necesidad… si quiero que formes parte de mi vida.

Me quedé estupefacta. ¿Era eso una invitación? Y si lo era, ¿a qué exactamente? Al ver que no dije nada, optó por seguir hablando.

-Desde esa noche has estado en mi mente –habló suavemente –, y no solo por algo carnal, no. Me parecías tan frágil que no sé cómo me deje llevar. Me reprendí a mi mismo muchísimas veces por casi haber hecho algo de lo que me hubiera arrepentido en poco tiempo, te lo aseguro.

-Sebastián…

-Calla –puso su dedo en mis labios generando cierta electricidad –. Aún recuerdo tu rostro –su mano se poso en mi mejilla –, tan jovial, tan feliz… tan frágil.

Agachó la cabeza hacía mí y me quedé paralizada. Apoyo su frente junto con la mía cuando volvió a hablar.

-Daría lo que fuera por protegerte de lo que sea necesario –habló firme –. No quiero que nada te pase, no quiero que seas parte de la vida de alguien más… Llámame egoísta, Kate, honestamente a esta altura ya no me importa. Te tengo en la mente día y noche, y no hay forma en que pueda sacarte de ahí.

-Sebastián… -susurré.

-Y tú sientes lo mismo, lo sé–afirmó. No era una pregunta.

Mi orgullo salió a flote en el momento menos específico.

-Tú no sabes nada –dije alejándome de él y colocándome en el extremo opuesto de la banca.

No quería salir dañada, sinceramente eso era lo último que me faltaba. Hay clases de dolores que están hechos para ser vividos cada cierto tiempo de tu vida y ya había salido de una etapa así, lo que menos necesitaba en ese momento era la posibilidad de que la herida se abriera de nuevo.

-Dime si no lo sientes, Kate –una dejadez de amenaza cruzó su voz mientras se acercaba y tomaba mi rostro entre sus manos para que pudiera verlo a los ojos –. Dime si no sientes algo cada vez que te toco, dime si no sientes algo cada vez que me hundo en esos ojos pardos tuyos que tanto me encanta, dime si no sientes nada cada vez que te beso –al pronunciar lo último, se acercó tan peligrosamente a mis labios que tuve miedo de no parecer fuerte por una vez en mi vida –. Dime, y si me dices que no… te prometo que te dejaré en paz.

Una promesa bastante peligrosa. Y tentadora. No necesitaba sentirme como me sentía. Honestamente, no quería. Sí había oído una frase que dice “supera el pasado y vive el presente”, pero también tenía bastante grabada aquea que dice “de los errores se aprende” y yo ya había aprendido demasiado. No quería tener que alejarlo, pero tampoco quería permitirle acercarse tanto hacía mí, hacía mi corazón y que al final lo destrozara en mil pedacitos. Simplemente, no lo iba a permitir.

Cerré los ojos de golpe, temiendo encontrarme con los suyos. Varías lágrimas brotaron de mis ojos sin control y me odié tanto a mi misma por ser débil. Pero a veces simplemente se llora, no por ser débil, sino porque hemos sido fuertes durante mucho tiempo. Sebastián, con sorpresa imagino, me abrazó y hundí mi rostro en su pecho, lo cual también fue mala idea. Absorbí su olor más de lo que quería y de un momento a otro, me estaba convenciendo de que en realidad lo necesitaba. De que, aunque yo no lo quisiera, mi cuerpo quería seguir a su lado incondicionalmente; mi cuerpo y mi alma.

Las lágrimas seguían brotando de mis ojos incontrolables y Sebastián, más confundido supuse, se limitó a rodearme con sus brazos y apoyar su barbilla en mi coronilla, en un gesto de protección. Rodeé su cintura con mis débiles brazos y alcé mi rostro para buscar sus ojos: mala idea. Ni yo sabía que sus labios estaban tan cerca que cuando los míos los encontraron, no protestaron. Se movieron a compás mientras él me aferraba más a su cuerpo.

El beso simplemente fue mágico. De esos que necesitas cuando no puedes parar de llorar. Bueno, así. No estaba segura de qué era lo que estaba habitando en mi cabeza en esos momentos, puesto que todo se me nubló. Me mareé y sentía que la banca en donde estábamos sentados no era más que una ilusión. No estaba segura de si era el sabor de sus labios lo que me estaba drogando o si simplemente era el hecho de haber estado llorando como un bebé unos segundos atrás, no estaba segura de nada… Ni de lo que decía.

-No quiero salir lastima –dije entre sus labios y los míos.

¡Dios santo! ¿Qué era lo que acababa de decir? Quería darle “retroceder” a ese momento de mi vida y poder evitar que yo dijera eso. Sebastián se quedo tieso como una roca a mi lado, sus labios ya no se movían, pero seguían unidos a los míos en algo bastante incomodo.

-Yo no… –empezó.

-No lo dije por ti –me hundí en su pecho. –Simplemente no quiero, y lo sabes.

Alzó mi rostro entre sus manos, decidido a que lo viera a los ojos, pero no me creí capaz de hacerlo así que los cerré con toda la fuerza posible hasta que él hablo.

-Abre los ojos, Kate.

Sin salida, así me sentía. Abrí los ojos de mala gana y lo vi, contemplando mi rostro con una cierta fascinación en él. Una sonrisa torcida curvó su rostro.

-¿En qué mundo paralelo te podría yo lastimar? –su tono era más como alguien que dice algo tan absurdo que no lo puede creer.

-No comprendo.

-Ni yo –se justificó. –No lo entiendo, Kate. No entiendo cómo me crees capaz de poder hacerte daño.

Su comentario demostró que se había sentido, y estaba claro que mi intención no fue esa.

-No es que te crea capaz –dije inmediatamente para tratar de enmendar algo –. Nunca dije eso.

Y como un rayo, el entendimiento cruzó su rostro.

-Oh –exclamó –. No Kate, yo nunca te haría daño.

Aparté mi rostro y alejé mis ojos de él tanto como pude.

-Créeme –hablo mientras sus suaves dedos se posaban debajo de mi barbilla alzando mi rostro y haciendo que mis ojos se encontraran con los suyos –, sería incapaz de herirte. Lo único que quiero es que seas feliz, y me atrevo a confesar que quiero ser parte de tu felicidad.

¿Y qué se suponía que debía decir ahora? ¿Que lo invitaba a ser parte de ella? No podía delegarle tanta prioridad en mi vida, simplemente porque fui criada en un ambiente acostumbrado a no prestar tanta dependencia a las personas, puesto que ellas eran libres de irse en el momento en que la idea les cruzara la cabeza. Pero tampoco me podía mentir, él en este momento y desde que se acercó a mí hace apenas una semana me había hecho feliz y era inevitable negarlo.

Me mordí el labio intentado disimular mi incomodidad mientras me liberaba de sus ojos y me limité a hablar con la cabeza gacha y la mirada fija en mis manos que estaban sobre la banca:

-Quiero ser feliz –escruté entre sollozos –, lo deseo con toda el alma…

-Kate…

-Y honestamente –lo interrumpí –, he estado luchando conmigo misma, con mi cabeza, con mi mente, con mis hormonas –lo miré fijamente –, con mis deseos…

Me acerqué cuidadosamente hacía él hundiendo mi rostro en su pecho, rodeando su cintura con mis débiles brazos y él rodeando mis hombros.

-Y creo que tengo miedo –continué susurrando, no tan segura de que me oyera –, de enamorarme perdidamente de ti. De estar atada a tu cuerpo, Sebastián. Tengo miedo de que te alejes.

Y fue el momento perfecto para que las lágrimas salieran e hicieran de mi discurso algo patético, nótese mi sarcasmo. Pero ahí estaban, perdiéndose en mis mejillas y rodando sin control… cuando él tiernamente levantó mi rostro con sus grandes manos y me obligó a verlo, mientras limpiaba delicadamente con sus dedos el rastro que las lágrimas habían dejado en mi rostro… un rostro que expresaba únicamente lo que sentía por medio de ellas, un rostro que le había tocado vivir demasiado, un rostro que estaba cansado de no tener una sonrisa placentera, permanente.

-Te juro por mi vida, Kate, que primero me hago daño yo que lastimarte a ti –dijo sopesando la idea de un último beso, puesto que miró mis labios con duda, pero con deseo al mismo tiempo. Y yo… le ahorré la cortesía y aplasté mis labios contra los suyos en un intento de que el beso no fuera tan lastimero como parecía. Conmigo entre lágrimas y él con rostro angustiado, solamente eso podría parecer.

Pero poco a poco, se fue perdiendo la incomodidad y me atrajo más a su cuerpo, haciendo que instantáneamente rodeara mi cuello con mis brazos, hundiendo mis dedos en su pelo. En ese momento, una chispa de felicidad saltó de mi pecho, por entre mis costillas. Era una especie de cosquilla, pero era placentera, de la que no provoca que se detenga. Ahí fue cuando supe que mi felicidad había llegado junto con Sebastián, y se iba a quedar todo el tiempo que mi sub consiente, mi cuerpo y mi alma lo necesitaran…

Dos meses después.

Llegué al instituto como de costumbre: tenía cargada la mochila al hombro, dos tomos de libros gigantes para mis clases científicas de los primeros periodos y un café en la mano que decidí comprarme de camino ya que supuse que no iba a sobrevivir a Biología sin bolsas debajo de los ojos. Mi mundo entero dio vuelta cuando vi el automóvil de Sebastián aparcado cerca de la puerta principal. Ya habían pasado dos meses desde la aclaración sobre lo que él sería en mi vida y un retortijón en el estomago me hizo sonreír como tonta.

Unos días después de ese día, él me pidió formalmente que fuera su novia. Todavía no puedo considerar la posibilidad de haber estado tan sonrojada y tan nerviosa que mi risa se oía como un asfixio, o algo parecido. Me llevó una docena de yerberas rosadas, mis favoritas; creo que Luisa conspiro en mi contra y le dio uno que otro consejo.

Entré y fui directo a mi casillero. No estaba ni Luisa ni Natalia en mi espera, y no quería ir sola hacía Biología. Abrí rápido mi casillero y metí el tomo inmenso de Química y me quedé con el de Biología, dejé mi mochila y cuando traté de cerrarlo, no lo hacía. Tuve que volver a acomodar mi mochila y hacer un par de muecas para que entrara bien. De pronto, unas manos rodearon mi cintura y su tibio tacto me hizo estremecer. Cerré los ojos y una estúpida sonrisa se curvó en mi rostro.

-Hola, Kate –me susurró delicadamente mientras reposaba su cabeza en mi hombro, como de costumbre, para que al ojo de cualquiera se viera que estábamos a la misma altura.

-Sebastián –susurró mi cabeza lentamente.

Cerré mi casillero y, aún con el tomo en el brazo, me di la vuelta para poder ver sus ojos una vez más. Tenía que decir que verlo de nuevo era un regalo que Dios me regalaba cada día, y estaba realmente agradecida. Él se irguió y, como era de costumbre, así era más alto que yo; con las mejillas coloradas me puse de puntillas para besarlo y él colaboró agachándose un poco. Sus labios no habían perdido el sabor dulce que siempre tenían, como la primera vez que me besó enfrente de mi madre y a mi casi me dio un infarto, pero ella pareció bastante tranquila conforme a eso.

A mi madre no costó demasiado decírselo, era un suceso que era de “esperarse”, según ella, y a ella le agradaba mucho Sebastián. A quién me costó una eternidad decírselo fue a mi padre. Justo después del viernes siguiente de mi cita con Sebastián, yo tenía un fin de semana planeado con mi padre. Tenía en la cabeza muchísimas cosas y no prestaba demasiada atención a lo que me decía. Fuimos a su nueva casa que estaba afuera de la ciudad, casi en medio del bosque o algo por el estilo. Yo había planeando contarle un poco sobre Sebastián para que cuando llegara el golpe final, no fuera tan duro para él… un hombre que casi no comparte mi vida.

Le hablé de la escuela, de Luisa, de Natalia… y de Sebastián, en infinidades. Mi papá parecía muy contento de que yo al fin le compartiera algo de mí día a día, pero él no conocía mi razón original y no lo podía culpar: era un hombre, y ellos suelen hacer eso, ¿no? Pasó el fin de semana y, al menos para mí, ya le había dado un amortiguador a mi padre, para que al día siguiente Sebastián hiciera su declaración y yo aceptara.

Mi idea nunca fue decírselo por teléfono, y mucho menos por mensaje de texto, o algo así… sería el colmo. Así que decidí por arreglar una visita casual, o un fin de semana en su “nueva” casa. Pero él me sorprendió a mi primero antes de que yo lo planeara todo muy bien. Un sábado por la tarde, mi madre había salido con mi tía Lucía y con mi prima Julia al centro comercial, me ofrecí a ir, pero justamente llamó Sebastián preguntando por mis planes, le dije que iba a salir con mi mamá, pero esta última al oír mi tono frustrado me dijo que me quedara y me ofreció invitar a Sebastián a que pasara la tarde en mi casa, conmigo… sola.

Abrí los ojos como platos cuando mi madre lo propuso y no había necesidad de repetírselo a Sebastián pues él ya había oído todo por el otro lado de la línea y me dijo que llegaría en unos minutos; las ventajas de vivir cerca. Pero ese no era el punto; el punto era que nunca creí que mi madre sería capaz de “entregarme así como si nada a los lobos”, si entienden a lo que me refiero. No era que yo fuera a hacer algo malo entando sola con Sebastián, pero no estaba segura de si mis hormonas me lo permitirían y me recordarían lo mucho que decepcionaría a mi madre si eso sucedía. Y tampoco era que no confiara en Sebastián, pero últimamente había decidido evitar estar a solas con él; ya había sucedido una vez en el Spring Break del año pasado y no iba a dejar que sucediera otra vez.

-Confío en ti –me susurró mi madre al oído antes de cerrar la puerta e irse, mientras me dejó con una expresión asustada en el rostro.

Fui corriendo al baño y me fue difícil reconocerme en el espejo. La sangre había huido completamente de mi rostro y parecía una momia con una expresión de asombro. Me lavé la cara tan rápido como pude y al oír el timbre se me agarrotaron todos y cada uno de los músculos.

Calma, Kate. Calma, me repetí en la cabeza. No es posible que le tengas miedo a tu propio novio.

Y no era que le tuviera miedo y mucho menos que desconfiara de él, era solamente la inexperiencia quién estaba saliendo a flote. Bajé las escaleras a trompicones y me mentalicé que no tenía que tenerle miedo, ni desconfianza… ni nada. Que lo quería y si quería que estuviera en mi vida era para traerme alegría y amor. Abrí la puerta y ahí estaba él, parado en el umbral; llevaba jeans y una playera de color celeste, él sabía que no se podía ver más guapo con otro color. Una ráfaga de viento hizo que su olor me asfixiara y me hiciera olvidar lo que había tenido en la cabeza en los últimos dos minutos, me agarró en sus brazos y me abrazo tiernamente, y para dejar de nuevo mis pies en el suelo, me besó tiernamente en los labios y me hizo creer que en realidad mis pies nunca habían tocado tierra.

Me hundí en sus labios y rodeé su cuello con mis brazos, haciéndome notar que ya estaba en el suelo porque volvía a ser lo suficientemente chaparra como para solo llegar a rodear su cuello. Nuestros labios se sincronizaron tan rápidamente que me olvide de lo demás, atraje su cuerpo hacía mí y decidí por conseguir lo que mi cuerpo quería justamente. De pronto, sus manos se colocaron en mi cintura y asumí que él quería lo mismo, pero en vez de acercarme más a él, me apartó. El beso fue interrumpido por parte de él y mi cabeza, abrumada todavía, daba vueltas así que la expresión de confusión surgió naturalmente en mi rostro.

Apoyó su frente en la mía cuando habló:

-Todavía no –me susurró y besó mi frente en un gesto cariñoso. De pronto, se había apartado de mi para ir a la cocina, supuse que para buscar algo de comer.

Y ahí, sola como estaba, me di cuenta que le había estado teniendo miedo y desconfianza a la persona equivocada. No me creí capaz de haber hecho lo había hecho y, de tan solo pensarlo, el arrepentimiento me abrumó. Si no hubiera sido por Sebastián, aquello hubiera continuado hasta tornarse en lo que yo menos estaba buscando, y todo había provenido de mi.

-¿Kate?

Habló Sebastián sacando la cabeza de la cocina, “inspeccionando” si yo estaba bien. Giré sobre mí misma, cuidando la expresión en mi rostro para que no pensara que iba a estallar un ataque de hormonas o algo por el estilo.

-¿Estás bien? –se atrevió a preguntar.

-Eh… sí –afirmé no de un tono muy convincente, pero lo vi a los ojos tratando de persuadirlo –. Solo tengo frío, iré por mi suéter.

Traté de parecer indiferente mientras me subía las escaleras lentamente y el habló con tono tranquilo.

-¿Quieres ver una película? –preguntó con tono dubitativo, pero tratando de mantener el hilo de su indiferencia.

-Como quieras –musité sin darme la vuelta y sin que sus palabras afectaran mis pasos.

Me agarré la cabeza cuando entré en mi habitación, quería dejar de sentirme culpable por casi arruinar la inocencia de Sebastián, si es que así se le puede ver de cierto modo. Él se había controla, incluso cuando él tomo la iniciativa aquella noche de Spring Break y mis hormonas impacientes lo siguieron.

-Vamos, Kate –me dije a mí misma en el espejo que estaba detrás de la puerta de mi cuarto –. Concéntrate, y saca eso de tu cabeza.

Decidida como estaba, salí de la habitación colocándome un suéter café que había tomado rápidamente. Bajé yendo directamente hacía la cocina en donde Sebastián había tomado la molestia de hacer palomitas de maíz en el microondas y él las contemplaba fijamente con una expresión aireada. Cuando aparecí en el umbral de la puerta de la cocina, él curvó sus labios lentamente de forma tímida, supuse que esperaba que tuviéramos una “platica” respecto a lo que paso, pero yo había decidido olvidarlo… obviamente, como era mi culpa, no quería tener el tema en mi cabeza más de lo debido.

Sonreí de la forma más agradable que pude y en ese momento, el microondas dio un pitido, dando a entender que las palomitas ya estaban listas. Sebastián no parecía tener intenciones de moverse, pues tenía la vista gacha, culpable… como si se hubiera arrepentido de alguna decisión, o algo así. Una parte de mí entró en pánico, y la otra se limitó a mantener mis deseos por debajo de la frontera que tenía establecida alrededor de Sebastián… la cual había creado mientras estaba en mi habitación.

Me apresuré a sacar las palomitas del microondas y cuando pasé al lado de Sebastián, él ni me miró. Lo miré para darle a entender que si quería ver alguna película, teníamos que ir a la sala. Tomé su mano notando que estaba en una especie de meditación y cuando lo hice me vio a los ojos, pero los suyos estaban nublados… parecían nublados por un pasado que estaba cruzando su mente… Y no podía permitir que ese recuerdo se quedara ahí.

Durante días habíamos tenido un pequeño problema: Sebastián se negaba a tocarme por miedo a que terminara en tragedia, y por “tocarme” me refiero a que no quería besarme, para nada. Solucioné eso con un poco de estrategia y empleando mí completa confianza sobre él. Pero luego, cada vez que me besaba o se emocionaba al respecto, se retraía lentamente con la esperanza de que yo no me diera cuenta, lo cual nunca le funciono; pero me agradaba que intentara hacer bonito el asunto, lo malo era que luego de eso, su mente procesaba cosas que “podrían” haber pasado si él no se hubiera detenido… Para tranquilizarlo, siempre solía sonreírle o decirle algo que lo sacara de sus pensamientos, pero esta vez sus ojos denotaron miedo y en realidad, me llegaron a asustar.

-Vamos, mi amor –le dije haciéndome la vaca y besándolo en la mejilla lentamente.

Pusimos una comedia romántica, pero casi nadie rió. Yo estaba rodeada de sus brazos, pero me pareció muy raro que él no hiciera ningún comentario por la película, o si apestaba, o si le parecía bastante patética y sus brazos estaban demasiado rígidos alrededor mío, así que decidí vencerme: me acomodé a su lado, sin importar cuantas muecas me pudiera hacer y cerré mis ojos para intentar dormir un poco, puesto que no sé por qué sentía una pesadez en los párpados terrible. Sentí como hasta aguantaba la respiración, pero al ver que me quedé quieta, todos sus músculos se aflojaron.

Espié entre mis pestañas y pude sentir su respiración alborotándolas por completo, así que supuse que me estaba observando y en estas situaciones es donde la risa te vence antes que cualquiera, pero logré controlarme y pude ver su rostro, un poco sepulcral pero tenía enmarcada la sonrisa que yo tanto amaba. Me estrechó más junto hacía él y yo no puse resistencia. Luego de unos minutos, él imagino que yo estaría dormida debido a mi respiración acompasada, pero me las ingenié para que así lo creyera.

-Kate –habló.

¿Acaso me había dado yo al descubierto? No lo creía, pues había cuidado cada ínfimo detalle. Me movió lentamente entre sus brazos, en un intento de “despertador”, parpadeé varias veces y opté por una expresión somnolienta, para hacerlo más creíble.

-¿Qué pasa? –le pregunté volviendo a cerrar mis ojos, no quería abrirlos todavía.

-No, mi amor, no te duermas de nuevo –me pidió –, quiero hablar contigo.

¿Conque eso había estado en su cabeza todo este tiempo? Mi cabeza de adolescente enloqueció y, como si hubieran sido noticias sobre un desastre, me levanté sobre mis manos, un poco apretada porque los dos no cabíamos tan bien en el sillón. Al parecer, mis ojos denotaron miedo cuando él me vio directamente hacía ellos, pues sonrió tiernamente, pero igualmente fue una sonrisa débil. Millones de cosas cruzaron mi mente, y lo primero fue que si esto terminaba, era mi culpa y solamente mi culpa. Me invadieron unas ganas de llorar y las palabras salieron solas, sin poder controlarlas:

-¡Lo siento tanto! –Oculté mi rostro entre mis manos, por miedo a que las lágrimas me hicieran ver más patética de lo posible –Tú has sido tan bueno conmigo, y yo… ¡Aggh!

-Kate, ¿qué dices? –Sonó confundido mientras tomaba mis manos entre las suyas y me obligaba a sacar mi rostro de entre ellas –, ¿te refieres a lo de hace un rato?

¿Y a qué otra cosa me podría referir? Asentí levemente viendo la pantalla para evitar ver su mirada, para evitar avergonzarme más de lo que ya estaba.

-Sé lo que has estado haciendo, Sebastián –confesé mientras me hundía en su hombro –. Lo sé, y yo también me he estado controlando muchísimo, por todo el esfuerzo que tú has hecho y porque… siempre que lo pienso no estoy lista.

Rodeo mis hombros con sus brazos y me acarició lentamente, no habló así que continué hablando evitando un silencio incómodo.

-Y no sé cuándo estaré lista –le confesé. Las mejillas me ardían –, honestamente es una duda que no me puedo sacar de la cabeza, pero –me retiré y vi sus ojos –solo sé que te quiero a ti. Y lo siento si suena egoísta, pero me tomo mucho tiempo poder llegar a ser feliz con alguien en quien realmente confío...

Y mis palabras fueron interrumpidas por sus labios, feroces, pero aún así acompasados con los míos. Pero el beso denotaba ternura por todos lados, así que me empeñé en disfrutar cada segundo, para cuando él se quedó sin aliento, apoyo su frente en la mía y me dijo:

-Sabes que te quiero más que a nada –habló mientras ponía mi cabello detrás de mis orejas –y no quiero que hagas algo que no quieras, o que no estés lista. Te quiero solamente a ti… y estoy dispuesto a esperarte.

No sabía si era la emotividad del momento, pero fue lo más dulce que me habría dicho. Lo besé lentamente mientras una sonrisa recorría mi rostro y él se reía mientras me tomaba entre sus brazos, beso mi coronilla, luego cada uno de mis párpados y luego se dirigió a mis labios, dibujando su contorno con su lengua. Y me puse a pensar seriamente… si este no era el momento, ¿cuándo lo sería? Lo quería tanto como él me quería a mí, me deseaba tanto como yo lo deseaba a él… o al menos de eso estaba segura. Poco a poco me fui acercando hacía él y él no opuso resistencia alguna, mientras enredaba mis manos en su pelo y él aprisionaba mi cintura entre sus brazos. Me estaba adhiriendo lentamente a su boca, a él… y no podía pedir más.

Y de pronto, como si el maldito destino estuviera en mi contra, el timbre sonó. Sus manos se detuvieron en mis caderas y dejó de besarme momentáneamente. Suspiro quedamente y me separo lo más lento que pudo, mientras yo torcía los ojos tratando de recordar que estaba en mi casa, sola, con Sebastián… ¡Y el timbre sonó de nuevo! Me levanté como rayo del sillón y Sebastián se carcajeo mientras pretendía ver la televisión. Corrí al baño para ver qué tan despeinado tenía el cabello y me pasé el cepillo casualmente, me arreglé el suéter, pero el olor de Sebastián se había impregnado en él y me hizo suspirar, mientras abría la puerta con una sonrisa tonta en mi rostro…

-¡Papá! –grité realmente sorprendida.

Y en efecto, ahí estaba Stuart Johnson: se encontraba delante del umbral de mi puerta con una sonrisa radiante… de esas que enamoraban. Pero en este momento no me causaba ningún sentimiento más que preocupación. Y mi rostro no tardo en denotarla, por lo que mi padre también se preocupo.

-Kate –habló con voz sonora, pero grave. Tenía dos meses de no verlo –, ¿no me vas a saludar?

Y traté de actuar lo más normal posible cuando me lancé a sus brazos y el rió guturalmente cuando lo vi con ojos sorprendidos.

-¿Qué estás haciendo aquí? –hablé mientras en realidad trataba de descifrar qué estaba haciendo ahí.

-Vine a verlas –dijo mientras levantaba una mochila del suelo y sacaba un pastel de zanahoria, el favorito de mamá.

Pero mamá no estaba, solo estaba yo… y Sebastián.

-Oh, papá –dije mientras le sonreía –. Mamá no está.

Su rostro se contrajo.

-Salió con Lucía al centro comercial desde medio día –y miré hacia el cielo cuando me di cuenta que ya estaba oscuro.

-¿Lucía está aquí? –preguntó con sorpresa.

-Desde unas cuantas semanas –le sonreí. Y llegué a la conclusión de que lo tendría que hacer pasar, pero entre ocultárselo y que se dé la oportunidad, preferiría aprovechar a aclarar las cosas. Así que tomé el coraje de preguntar algo que sabía que en algún momento lo lamentaría –: ¿Quieres pasar?

Y como si pensara que nunca lo iba a mencionar, asintió mientras pasaba por el umbral y dejaba su mochila en la entrada.

-Papá –dije tragando saliva mientras le recibía el pastel y me dirigía a la cocina, pero lastimosamente, tenía que pasar por la sala –, solo te digo que no estoy sola…

-¿Así? ¿Está Luisa aquí? –qué ingenuo por Dios.

Pero él mismo se respondió al ver a Sebastián sentado, el cual se había enderezado desde el momento en que había escuchado nuestra plática. Yo estaba en la cocina, escuchando el silencio sepulcral que los pasos de mi padre habían comenzado, cuando oí como Sebastián se levantaba y se presentaba ante él… estrechando su mano.

-Buenas tardes, señor Stuart –se oyó el roce de la chaqueta de nylon de mi padre mientras estiraba su mano –. Soy Sebastián Anderson.

-¿Conque tú eres el famoso Sebastián? –utilizó su tono irónico, y en ese momento salí disparada hacía la sala, para situarme justo al lado del “famoso Sebastián”. La idea de tomar su brazo me tentó, tal vez así le quedaba más claro que utilizar palabras porque estaba más que claro que yo era malísima con las palabras.

-Sí, papá –dije antes de que Sebastián dijera algo –. Él es Sebastián –hice una pausa que podría significar el momento que dejaría de respirar, y aún así mantuve el aire en mi pecho cuando dije –: mi novio.

El rostro de mi padre parecía estarle jugando una broma, trataba de parecer tranquilo, pero todos en la habitación sabíamos que no era así. Sentí como Sebastián se puso rígido a mi lado, pero mi padre no dijo nada por lo que me parecieron minutos… y luego, habló:

-Oh, este… bueno –parecía que se había quedado sin palabras, y que un abogado reconocido titubeé no era un buen escenario –. Eso es algo que tendremos que hablar luego… -carraspeó –Estaré en un hotel a unas cuadras de aquí, tengo unos negocios y me quedaré por dos semanas… por si quieres ver al viejo.

Sonrió débilmente mientras decía la última frase. No me dirigió ninguna mirada cuando se ladeó hacía la puerta.

-Un gusto en conocerte, Sebastián –hizo referencia con la cabeza.

-El gusto es mío, señor –habló con tono ronco.

Mi padre se dirigió lentamente hacía la puerta sin hablarme a mí.

-¿Papá?

Me ignoro y pude oír como recogía su mochila. Me separé del lado de Sebastián y grité:

-¡Papá! –corrí hacía la puerta, pero lo único que recibí fue un portazo en la cara. Salí disparada hacía la calle, pero solo vi su espalda caminando recto hacía el único hotel decente que existía a unas cuadras.

Cuando entré a la casa, no sabía qué pensar. No sabía si pensar que a mi padre en realidad le había afectado tanto y al ver esa expresión en su rostro… ¡Dios santo! No pude evitar que una lágrima saliera.

-¿Estás bien? –me preguntó Sebastián cuando entré con voz dulce.

Negué con la cabeza mientras las lágrimas salían a flote y rodeaba su cintura con mis débiles brazos mientras él me dirigía al sillón para tranquilizarme…

-¿Kate? –Sebastián musitó – ¿Sigues aquí?

Y por poco me pierdo en el recuerdo, y olvidaba que estaba en el pasillo con mi querido Sebastián justo enfrente mía. Pero era casi imposible no vivir en ese recuerdo si solo había sucedido el fin de semana pasado. Había decidido ir ese mismo día a visitar a mi padre, tenía la esperanza de que se encontrara ahí, y aclarar las cosas.

-Sí, no me perderás tan fácilmente.

Se rió tiernamente y me paso un brazo por el hombro cuando empezamos a caminar.

-¿Irás a ver a tú papá? –preguntó curiosamente.

-Supongo –agaché la cabeza –, pero aún así me parece un poco extraño que se haya salido de sus casillas por un simple hecho.

-Kate, míralo del modo en que él lo ve: su única hija, con la cual no tiene la dicha de pasar mucho tiempo, ha sido manipulada y embrujada por un chico común y corriente que todavía no entiende que es lo que ella vio en él –me detuve para verlo a los ojos y é me sonrió débilmente.

-Todavía no sé qué fue lo que vi en ti, ni lo que tú viste en mí.

-Preciosa, si discutimos eso –acarició mi mejilla –nunca acabaríamos.

Y lo consiguió. Una sonrisa, de las que solo él podía causar, se dibujo en mi rostro.

-Así me gustas aún más, ¿lo sabías? –me susurró discretamente al oído.

Y como era inevitable, mis mejillas se tornaros rosadas de un momento a otro, y se lograba contrastar bastante con el tono pálido-amarillo de mi piel.

-Entiéndelo, Kate. Tiene miedo –acarició nuevamente mi mejilla –. ¿Te las ingeniarás sola un periodo? Tengo física fundamental y te juro que me dolerá la cabeza en cuanto llegue.

-No seas tan ridículo –dije mientras se reía y beso mi coronilla en son de despedida.

-Te alcanzo en el libre –me gritó cuando se dio la vuelta y se ponía a hablar con un sujeto que al parecer era su compañero de clases.

En ese momento me pregunté por el paradero de Luisa y Natalia, no las había visto pero asumí que deberían estar en Biología. Pero mis necesidades biológicas me llamaron y tuve que entrar al baño más cercano. Cuando me dirigí al lavamanos, noté unas botas de gamuza pulcramente limpias debajo de una de las puertas y no me molesté en ver mucho tiempo porque respetaba la privacidad, pero me embargó la sorpresa al ver que era la misma Jasmine quién estaba detrás de ese cubículo.

Me dediqué a lavarme las manos meticulosamente y no dirigirle la mirada.

-Con que lograste embrujar a Sebastián, ¿eh? –soltó con su venenosa voz.

No quería parecer retardada y mucho menos débil así que me limité a ignorarla.

-Todavía no sé qué demonios podrías haber hecho para llamar su atención –me recriminó en un tono tan sarcástico. Luché tanto por morderme la lengua, pero no pude y no podía quedarme callada ahorita.

-No fui tan fácil como tú –se lo dije en la cara y pude ver como sus ojos verdes de color viscoso casi se retorcían. Y como balde de agua fría, sentí su fría y dura palma sobre mi mejilla.

-Más vale que te arrepientas de eso –dije con una mano en mi mejilla.

-Cuida tus palabras a la próxima –siseó y no vi a qué hora, pero me empujó fuertemente y yo caí al piso, mientras que ella corría hacía la puerta y oía cómo manipulaba la manija y se oyó un pequeño clic que me desbocó el corazón. Había cerrado con pasador, mientras yo estaba adentro. La oí reírse afuera y jure que esto sería solamente una pesadilla, o que despertaría pronto… pero no.

Tomé mi teléfono y no podía marcarle a nadie porque ya estaban en clases, así que le mandé varios textos a Natalia y luego a Luisa, para que los vieran… y se iba a leer muy patético que escribirá: “Me encerraron en el baño, vengan con refuerzos.” Y como si fuera arte de mi magia, recordé una fobia que desarrollé de pequeña, al quedarme encerrada de la misma manera en la habitación de un primo paterno… yo solía sufrir de claustrofobia. Pero eso ya hace muchísimo tiempo, así que era casi imposible que eso me sucediera…

Miraba los minutos pasar en el típico reloj situado arriba de los espejos, yo sentada cerca de los lavamanos y me empezaba a marear. Empecé a sudar frío y sentía que cada gota bajaba al compás de las agujas del reloj. Noté que sobre mi cabeza había unas ventanas y consideré la posibilidad de abrirlas, pues el calor me estaba matando. Pero estaban muy arriba como para que mi estatura las alcanzara. De la desesperación, me subí en una taza con la tapa cerrada. Me acerqué lo más que pude, pero mi suela estaba mojada y resbalé…

Me golpeé la cabeza contra el suelo, y sentí como por cada segundo marcado en el reloj se me volvían más pesados los párpados. No me quería sumir en una oscuridad profunda, pero… me estaba arrastrando hacía ella; era su presa y, raramente, me encontraba sin salida…



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*se asoma tímidamente, con la esperanza de que todavía quede alguien*

Sí, lo sé. Merezco un linchamiento de tamaño proporcional. Lo sé, me la merezco. Y no, no tengo excusa alguna, más bien... tengo una explicación "coherente" de mi "falta de inspiración".

-Honestamente, estuve evitando escribir (no solo este cap, sino que tocar el blog). Resulta que este blog me trae muchos recuerdos de cosas que lamentablemente ya no tengo en el presente y, como dijo una lectora ahí, escribir esto hace que hayan pensamientos en mí cabeza que no deben de haber. NO. No digo que vaya a cerrar el blog. Entendí que las cosas suceden por algo, y si todavía quedan niñas preciosas [nótese el alágo] que leen eso, pues seguiré escribiendo.

Me costó demasiado hacer este cap, primeramente ya lo dije, por los recuerdos, pero aprenderé a deshacerme de ellos porque no dejaré que eso me impida hacer lo que más amo: escribir. Segundo, porque sentí que si esperaron mucho, al menos deberían de tener un cap con el doble que leer, ¿no creen?

A todas las que todavía me leen, en serio a este punto les digo que las amo, gracias por su confianza y su fidelidad (?)

Y aunque suene un poco madura aquí, nope, la Majo bipolar no se ha ido, solo se fué para dejarme terminar el cap :)

Espero lo disfruten [consideren la hora en que estoy posteando] [12:27am en Guatemala].

Siganme en Tuirer: @iMajoGarcia.

¡GRACIAS!


La verdad debe ser celebrada, no importando quién la diga.