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jueves, 29 de noviembre de 2012

Promesas. Cap. 23


 Así que era hora detomar valor, y enfrentar las cosas que quedaran, pero antes tenía que ordenartodo lo que sentía por Sebastián… y me atrevería a decir que a partir de hoytambién tendría que ordenar lo que sentía por Martín…
 Era sumamente desquiciadopensar que podría sentir algo por Martín, pero ahí estaba esa chispa dentro demí, ahí estaba su mirada guardada en mí mente… guardándola del resto del mundoy mostrándomela solo a mí. Me quedé dormida en el sillón encontrando losposibles contras ante todo esto, pero no me dio tiempo de ordenar mispensamientos antes de que la oscuridad me jalara hasta el fondo.

 Desperté de nuevo enmi habitación, la luz que entraba a través de la cortina me alertó que ya erade día. Vi la hora y supe que aún era temprano, pero consideré prudentelevantarme pues tenía que ir al Instituto. Me bañé, dejé mi pelo suelto paraque se secara en todo en lo que salía. Me puse unos jeans, tenis, una blusaroja y mi suéter blanco. Bajé con la mochila en el hombro recordando que aún nohabía terminado mi tarea, pero tenía un periodo libre así que sonreí por nopreocuparme. Sonreí hasta que recordé que compartía ese periodo con Sebastiánporque supe que sería algo incómodo.
Mi madre ya estaba abajo y Julia, pero mi tía no estaba.
-Salió temprano esta mañana –dijo mi mamá cuando preguntépor ella.
-Tenía un trabajo o algo así –complementó Julia.
 Desayuné con ellas,esquivando cada pregunta que mi madre me hacía de Sebastián, pero procurandoque no fuera un poco notorio, aunque fallé.
-Hija –habló mi madre –, ¿acaso te peleaste con Sebastián?
Julia lanzó una mirada furtiva hacia mí, pero la desvió tanpronto como pudo, ella tenía que disimular que no sabía nada.
-No, mamá –dije tratando de modular mi voz –. Pero tampocoes saludable pegarme a él como que fuera la última persona en el planetatierra, también tengo que sociabilizar y tengo muchas cosas que hacer.
 Sonaba a la perfectarespuesta de alguien despechado, y yo lo sabía, pero no estaba segura de si mimadre lo sabía.
-Oh, está bien –musitó y se levantó del comedor para subir alas gradas.
 Julia tomó mi mano enseñal de apoyo y yo apreté la suya. Le dije que me tenía que ir y que medespidiera de mamá. La verdad era que iba demasiado temprano, otra vez. Peroesta vez fue a propósito, porque quería pasar a la cafetería que quedaba cercadel Instituto.
 Arranqué el carro ytomé el timón con fuerza. Me dirigí viendo al otro lado del camino, pendientede esa cafetería. Había llegado a la conclusión de que lo que sentía por Martíntal vez solo era curiosidad, o tal vez iba mucho más allá de eso, aunquetodavía no estaba segura…
 Aparqué afuera de lacafetería, la cual estaba abierta. Me arme de valor y entré buscando con lamirada, pero solamente habían varias personas tomando un café o leyendo elperiódico o un libro. Me acerqué al mostrador y vi una campanita que estabapuesta sobre la tabla y la toqué.
-¡Voy! –gritó alguien detrás, como por las bodegas.
Al salir, Martín se sorprendió, pero su rostro se tornosombrío.
-Ah… ¿Qué quieres? –habló con tono golpeado.
-Vine a aclarar varias cosas –hablé con seguridad, él no ibaa intimidarme con esa mirada gélida.
-¿Cómo cuáles? –se recostó en la tabla, tratando de parecerentretenido.
-Lo que pasó ayer… ahí se tiene que quedar –traté de decirlocon un tono que demostrara que no me estaba volviendo loca.
-Eso ya lo sabía, porque de lo contrario… Dios nos libre deSebastián –se mofó haciendo un gesto de tragedia y riéndose después.
-¿Cómo está Scott? –pregunté ignorando su acción infantil.
-Está bien –recuperó el mismo tono de voz que siempre tenía…el que incluso me agradaba –, pasó la noche estable y mis papás estánagradecidos contigo.
 Asentí mordiéndome ellabio, le estaba a punto de preguntar por el hospital en donde Scott estaba,quería ir a verlo, pero él volvió a hablar.
-Incluso yo –admitió un poco avergonzado.
-No se nota –murmuré con antipatía, sus cambios de humor mesacaban de quicio.
-Pues, mi agradecimiento no se va a limitar a tus miedos–habló. Y esta vez ni siquiera se tomó la molestia de disimular que estabaenojado.
-Si todo esta amargura tuya es por lo de anoche –empecé–solo te digo que me estás juzgando mal.
-Pues yo juzgo lo que veo, y lo que veo es alguien que nopuede seguir lo que quiere por miedo a una persona que no vale la pena –hablócasi que solo para mí.
-¿Estás insinuando que yo quiero estar contigo? –mesorprendió lo rápido que todo había tornado su curso.
-Eso fue lo que demostraste anoche –se acercó más a mí,inundándome con su aroma, lo único que nos separaba era la barra de comedor.
Me retiré violentamente antes de hablar.
-Primero que nada, asegura tus opciones antes de hablar –meparé y le di la espalda, pero me volví para decirle lo último que tenía quedecirle –. Y para tu información, terminé con Sebastián desde el sábado, asíque lo que menos tengo es miedo hacia él.
 Escruté su rostro ytenía una expresión que denotaba que él no parecía comprender, me alejé y salídando un portazo. Entre al carro y quería estallar, quería gritar de lafrustración, pero deduje que no saldría nada bueno de eso. Me limpié variaslágrimas que habían rodado por mis ojos y me dirigí al Instituto.
 No sé por qué, perosentía algo extraño en el ambiente. Me apresuré a llegar a mi casillero y ahíestaban Luisa y Natalia, en cuanto las vi las abracé, aunque me imaginé susexpresiones, no me importo.
-¿Qué paso? –preguntó Luisa, mientras Natalia aun meabrazaba.
Me separé de ella, y traté de cuidar mis palabras pues sabíaque a este punto me quebraría fácil.
-¿Han visto a Sebastián? –pregunté modulando mi voz.
-Sí –dijo Natalia –, preguntó por ti, pero no habíasllegado.
-Está bien –dije mientras metía mi mochila al casillero.
-¿Qué pasó? –repitió Luisa.
-Terminamos –dije de lo más normal posible que pude, aunqueaun sentía algo en mi pecho al hablar de él, y al recordar esa noche.
-¿Qué? –Era Natalia la sorprendida – ¿Cómo? ¿Por qué?
-Sí, ¿por qué? –Luisa se unió al interrogatorio.
-No era la persona que creí que era –expliqué. Pero no dijemás, ellas entendieron que me resultaba difícil hablar de eso, y no queríahablar.
 Nos dirigimos juntasa biología y cuando entramos, la venenosa de Jasmine ya estaba en su lugar. Laignoré, pidiéndole a Dios que a Sebastián no se le hubiera ocurrido contarle aella todo lo que nos sucedió. Me senté en mi lugar, el cual estaba unos cuatroantes que el de ella. Pude oír las puntadas de sus tacones repiqueteando en micabeza, poniéndome más alterada a cada paso. Se sentó delicadamente en elasiento al lado mío y me miro sonriendo. No le devolví la sonrisa, es más, lavi con una expresión de rareza en mi rostro.
-Bueno, Kate, tengo que felicitarte –su sonrisa erasemejante a la sonrisa fastidiosa del gato en Alicia en el país de lasmaravillas.
-La verdad me tiene sin cuidado qué es lo que ahora tupequeña cabeza considere algo fuera de lo normal –comenté mientras trataba deno verla, con ese cabello rubio que olía a artificial.
-Pues, me tienes tan contenta que ni tus más ínfimoscomentarios me importan –dijo con voz chillona –. Ya me contaron por ahí quedestrozaste a Sebastián este fin de semana.
 La miré con ojossaltones y con la mirada pérdida, mi sentimiento más profundo en ese momentofue de querer matarla.
-Él estaba desconsolado que no sabía en quién desahogarse, yya ves que sirve estar como chicle en su zapato –sonrió malvadamente.
-Igual de arrastrada –susurré.
-¿Qué?
-Que me da igual –mentí –. Mira, si hice lo que hice fueporque sabía que Sebastián y yo no tenemos futuro.
-Que bueno que te diste cuenta –me apretó el hombro como side la nada, yo le agradara.
 Lo que ella no sabíaera que sus palabras me destrozaron por dentro. No me resignaba a que lo míocon Sebastián no tuviera futuro, y aunque yo se lo haya dicho, no era verdad.Si hice lo que hice fue por mi bien, pero eso no me evitaba seguir queriéndolocomo lo hacía en ese momento, en el momento en que ella me insinuó que ella eramejor que yo.
 Aun cuando Sebastiánfuera la peor persona en el planeta, lo quería. Y, a veces, por momentos,quisiera que me tuviera de la mano, caminando por los pasillos del Institutojuntos, como lo solíamos hacer. Pero él era una persona totalmente diferente alo que yo creía, y no sabía si eso dolía más que el hecho de no tenerlo junto amí.
 Tenía que recomponermi compostura antes de que Jasmine notara que por dentro no estaba bien deltodo. Me deshice de su mano en mi hombro, pues sentía que me apretaría hasta nopoder más. Me sonrió y caminó hasta su pupitre; no sabía si su intención eradañarme con sus comentarios, y lo hizo, pero ella no tenía por qué enterarse.
Mis ojos se mantuvieron pegados al reloj que estaba alfrente del salón por el resto de la clase. Quería salir de ahí, quería huir deahí y estaba dispuesta a que me llamaran cobarde, pero ya no lo soportaba más. Encuanto el timbre sonó, no esperé a Natalia ni a Luisa, fui directamente albaño. Dejé mis cuadernos al lado del lavamanos mientras me echaba un poco deagua en la cara, tragué un poco de agua y salí directo a mi casillero. Nataliaseguía ahí, pero Luisa ya se había ido a su clase. Abrí mi casillero y saqué latarea que no había terminado y me dirigí al salón del periodo libre. Cuandoentré sentí un alivio al ver que Sebastián no estaba ahí, y me senté en unamesa con varios compañeros de clases. A nadie le importa en donde se sienteuno, igual cada uno está ocupado con lo suyo.
 Mi asiento quedaba alfondo del salón, lejos de la puerta, pero igual podía ver bien quienesentraban. Y en ese momento, entró una persona grande, cuadrada y se sabía queera hombre. Traté de no desviar la mirada, me mentalicé en escribir y en tratarde concentrarme más en mi tarea que en la persona que acababa de entrar. Semovió sigilosamente por el salón y escogió un asiento a una mesa del mío. Nohice nada por esconderme, pero aun no entendía porque mi corazón dio un vuelcocuando lo sintió moverse.
 Alcé los ojosdisimuladamente, y ahí estaba. Un poco más pálido de lo que ya era, vistiendouna camiseta azul, con lo mucho que yo amaba el azul en él, estaba escribiendoalgo en un cuaderno, sin mucha concentración debo agregar, pero parecía noquerer remover la mirada de ahí. Y eso debería hacer yo, en vez deautocastigarme viéndolo a él.
 Seguí escribiendo latarea que me faltaba y me propuse no dirigir la mirada hacía él en todo elperiodo, tenía que manejarlo como pudiera. Poco a poco, se me hacía más difícilrespirar. Tenía un nudo en mi garganta y un hoyo en mi corazón, quería evitarque las lágrimas salieran, pero de lanada empecé a ver ilegibles las letras demi trabajo. Cerré los ojos, conté hasta diez y rogué para que nadie meestuviera viendo. Gracias a Dios, esa sensación se fue, pero al abrir los ojos,me encontré con los suyos. Y nos vimos.
 Nos vimos durante nosé cuántos segundos, mirándonos el uno al otro sabiendo que cuanto durara esamirada nos afectaría a los dos. No quería retirar mi mirada porque queríademostrar valor, pero él tampoco lo hacía. Y los segundos pasaban. ¿Eracorrecto? Y si no lo era, ¿por qué se sentía tan bien? ¿Por qué amaba tanto susojos? ¿Por qué tenía que estar sometida ante él? ¿Por qué lo quería tanto comolo hacía? ¿Por qué yo seguía aún aquí? Y sobre todo, ¿por qué seguíacuestionándome si era lo correcto?
 Retiré mi mirada,pero no por debilidad, sino por bien hacía mí misma. Estaba más que segura deque era lo correcto, incluso aunque doliera como los mil demonios. Terminé miensayo, y eso era lo único que tenía que hacer. Metí todo a mi mochila y salídel salón diciéndole al profesor que tenía que ir al baño, lo cuál era mentira.Me dio un pase y salí. No me fugaría porque no era tan tonta, pero no le mirabasentido el seguir ahí, soportando la mirada de Sebastián perforándome elcorazón y todo lo que fuera que estuviera a su vista.
 Me dirigí a micasillero y metí mi mochila. No tenía pensado un lugar al cuál ir, pero seríadentro de los perímetros del Instituto. Tenía clases luego y solamente teníamedia hora antes de que tocara el timbre. Caminé hasta el parqueo, ahí solíanhaber unas pequeñas bancas detrás de unos árboles pequeños, parecía el mejorlugar para esconderse y el mejor lugar para no pensar. Me puse los audífonos yla música inundo mis oídos, haciendo que no me dejara escuchar mispensamientos. Cerré mis ojos por un segundo, pero al siguiente algo me alarmó.Alguien corrió rápidamente a mi lado, sin darse cuenta de mi presencia y corrióhacia su carro. Sabía quién era, pero no estaba segura de por qué corría contanta prisa. Martín entró a su coche y lo arrancó con suma desesperación, y loúnico que pensé fue en Scott. Casi me caigo de mi asiento en cuanto asimilé lascosas. ¿Será que algo le habrá pasado a Scott? Él era la única razón por lacuál Martín se alteraba. Me paré rápidamente y me frené en seco, tenía quepensar bien las cosas antes de hacerlas. No podía seguirlo como cualdesesperada, primero porque no era correcto y segundo no podía fugarmetotalmente del Instituto.
 Resignada, regreséadentro, pero antes fui al baño de verdad. Fui por mi mochila para que no senotara mucho y cuando regresé al salón y le di el pase de vuelta al profesor,me sonrió. Volví al lugar en el que estaba antes y me puse los audífonos. Mirabafijamente a la mesa, a cada una de las pequeñas rajaduras que esta contenía,podía mirar la intercalación de los colores de la madera y algún que otrogarabato de cualquier estudiante que haya escrito algo para quedársele.
 Estaba dispuesta aver lo que fuera para no verlo a él. Pero mi mente se dedicó a construirescenarios de las posibles causas por las cuales Martín salió tanprecipitadamente del Instituto. Imágenes crueles recorrían mi mente y esas depor si se encargaron de distraerme del sujeto del cuál estaba segura de que sumirada estaba en mí. Saqué mi teléfono para ver la hora, faltaban minutos ysentía que se hacían horas. Me sudaban las manos y estaba nerviosa,tamboriteaba los dedos en la mesa y mis compañeros solo me lanzaban miradasextrañas.
 Al tocar el timbre,sentí que fue mi salvación. El resto del día pasó un poco más rápido de lo queesperé aún. El almuerzo fue bastante tranquilo. Sebastián se sentó a comer conla plástica de Jasmine y con unos amigos de él. Lo único que hacían era reír,nada de comer… solo reír. Era bastante tonto, pero me reí al notar eso. Lesconté a Natalia y a Luisa qué era lo que había pasado, y por qué lo habíahecho. Omití los comentarios sobre la situación con Scott y más lo que pasoconmigo y con Martín, quería evitarme aun más explicaciones que dar.
 Después de todo, loúnico que me preocupaba era Historia. Era el periodo que tenía con Sebastián,aparte del libre, pero estábamos sentados a la par. Caminé lentamente hacia elsalón. Sentía como si fuera mi propio camino hacia algo que yo misma habíaescogido. Me aferraba a mis cuadernos, enterrando las uñas y suprimiendo laansiedad que tenía. Me senté rápido antes de que él llegara, pero no sirvió demucho porque en cuánto tomé asiento, él entró a la habitación. Varios posaronsu mirada en él y luego en mí, haciendo notar que había algo raro. Quiera queno, la gente observa cosas y se cuestiona por lo mismo. Extendí la vista alfrente, haciéndole caso omiso a su presencia, seguí escribiendo. Miré de reojocuando se sentó y esperé que no notara que mi cuerpo se había puesto rígidoinconscientemente.
 Me dediqué agarabatear algo en una hoja del cuaderno antes que su voz me sacara decualquier pensamiento coherente que mi mente pudiera haber tenido.
-Kate –mi nombre en sus labios, de nuevo. Parecía que nadahabía cambiado, parecía que todo seguía igual, pero entonces si lo parecía,¿por qué sentí un vacío en mi pecho cuando escuche su voz?
 Me giré para verlo,cuidadosamente. Sabía que no era bueno pues no estaba preparada, aun no meencontraba del todo bien. Me miró y esbozó una media sonrisa, de las sonrisasque son para cubrir algún mal interior, y se me retorció todo al pensar que talvez era mi culpa ese mal que él tenía dentro.
-Hola –respondí con voz suave, porque me conmovió todo loque mis pensamientos me estaban diciendo.
-Estás hermosa hoy –dijo con un deje de tristeza en la voz.
 Culpa. Eso sentía. Yél sabía que eso sentía, me estaba atacando y yo estaba desarmada.
-Gracias, pero no es cierto –dije tratando de que laconversación fluyera natural y se eliminara todo tipo de incomodidad –. Anocheapenas pude dormir.
-Ya somos dos –contestó un poco más animado.
 Reí, pues en otrostiempos, hubiera amado ese parecido conmigo… pero hoy odiaba cada una de las cosasen que él y yo nos parecíamos. Lo odiaba. Pero solamente porque me hacía sentirdubitativa con respecto a mi decisión, me hacía sentir la peor persona en esteplaneta tierra.
 -¿Pudiste hacer latarea que dejó el profesor? –preguntó él, como si nada.
 Y cuando lo vi,cometí el gran error de ver sus ojos. Esos ojos pardos en los que tantas vecesme había hundido… y él lo noto, porque no retiró la mirada. Era tan difícilpensar que él y yo habíamos sido una pareja feliz hace unos días, y que hoy laincomodidad era el huésped principal en nuestra conversación.
-Ehh… sí –dije casi sin aliento, huyendo de su mirada –. Lahice hoy en el periodo libre, ¿por?
-Pregunta –sonrió, naturalmente. Me mordí el labio porquetenía que suprimir esas ideas que tenía en mi cabeza.
  En ese momento, elprofesor de Historia entró y, gracias al cielo, nuestra conversación tuvo queterminar. Honestamente, prefería ahorrarme todo esto. La clase paso bastantenormal, la verdad era que me puse a pensar en Sebastián, y en cual sería supropósito hablando de lo más normal cuando ayer me suplico que habláramos de losucedido. Tal vez ya se había resignado a que eso era lo que debía pasar, talvez ya se había resignado a que lo único que podría tener conmigo seríaconversaciones de ese tipo de ahora en adelante… Tal vez ya se había resignadoa que me había perdido.
 Y el corazón me dolióante ese pensamiento. Algo no se cree perdido hasta que se ha peleado hasta elúltimo momento, pero Sebastián no peleó por mí… No porque él no haya querido,sino porque yo no lo había dejado. Y de pronto, todo el dolor parecía ser miculpa, todo esto parecía ser mi culpa, en realidad no parecía… era mi culpa. Yhabía llegado el tiempo en que tenía que aceptar que me costaría dejarlo dequerer… dejarlo de necesitar a mi lado.
 Sentí como lentamenteuna lágrima rodo lentamente por mi mejilla, así que la limpié rápidamentecuidando que nadie me viera. Me enfoqué en mi cuaderno y empecé a tomar nota, asacar ideas de lo que el profesor decía, estaba dispuesta a usar cualquier cosapara distraer a mi cerebro. En el momento en que el timbre sonó, salí de ahídisparada hacía el casillero. No quería tener otra charla con Sebastián y estarsusceptible a cualquier emoción que él me pudiera traer.
 Mi próxima clase eraeducación física, y nunca había estado tan feliz de eso. Quería correr parafingir huir de mis problemas, de mis conflictos personales, de casa cosa queatormentaba mi paz. Pero lastimosamente la clase pasó demasiado rápido y nosentí el tiempo. Natalia y Luisa venían conmigo para el parqueo y estabanhablando de un programa en la tele que pasaron anoche, la verdad no prestabamucha atención, me estaba viendo los zapatos y estaba despistada.
 Luisa me haló delbrazo y me llamó la atención.
-¿Qué ocurre? –pregunté.
 Hizo un ademan con lacabeza para que viera lo que ella estaba viendo, y al parecer también Natalia,pues estaba con la boca abierta. Seguí el curso de sus miradas y vi que sedirigían hacia mi auto, pero no solamente miraban eso, sino a la persona paradaen la puerta del piloto, esperando. Esperándome a mí. Martín estaba recargadoen la puerta del piloto de mí auto, tenía los ojos cerrados y de lejos semiraba muy cansado. De pronto recordé que él se había ido y que yo lo habíavisto, pero no me explicaba para qué había regresado.
-Mejor ve –me dijo Natalia –es obvio que quiere hablarcontigo.
Y las vi, con miedo en la mirada… y eso hasta yo lo podíasentir.
-Todo va a estar bien –me dijo Luisa. Cada una se despidió yse dirigieron a sus respectivos transportes, mientras yo estaba ahí, en mediodel aparcamiento, dudando… como era de costumbre estos días.
Me acerqué rápido, no quería ser grosera con él, peronuestra última charla no había sido muy agradable. Cuide que no se oyeran mispasos y estaba a la par de él, mientras el aún tenía los ojos cerrados y lacabeza recostada en el techo de mi auto. Visto desde tan cerca pude ver supiel, que estaba un poco pálida, y pude ver unas lunas moradas debajo de susojos. Su nariz era fina y sus pestañas largas, no sé por cuánto me habríaquedado viéndolo si es que no hubiera advertido que estaba en el Instituto.Pateé su pie para que despertara y cuando abrió los ojos, me vio.
-Hola –dije con un tono alegre más falso que cualquier cosa.
-Kate –susurró mi nombre arrastrando la palabra y denotandocansancio.
-¿Qué pasa? –me preocupe tanto por su tono de voz.
-Scott quiere verte –dijo firmemente con voz gutural.
Y ni lo dudé. Lo hice a un lado y abrí mi puerta. Él tocó elvidrio de la puerta del copiloto y la abrí. Él entró y se sentó diciendo:
-Vine caminando –dijo acomodándose en el sillón –a buscarte.
 Y sus ojos verdes meescrutaron.
-¿Él está bien?
No respondió. Arranqué violentamente y me dirigí a la filapara salir del estacionamiento, la cual estaba avanzando un poco lento. Nosquedamos parados y no pude más que ver hacía mi ventana, quería dispersar todomal pensamiento que tuviera en la cabeza, Scott iba a estar bien.
-Oh, Dios –dijo Martín, que al parecer también estaba viendopara su ventana. Se acomodó en su lugar para ver hacia adelante nada más ycuando yo quise saber qué había visto afuera que lo disgustara, vi a Sebastián.Estaba parado, sino más a unos cuantos metros de la fila. Había visto a Martín,en mi coche, conmigo. En su mente, todo debería estar dando vueltas. Y sus ojosvieron los míos. Los de él demostraban cualquier sensación que se sintiera enel momento en que alguien a quién amas te decepciona o te traiciona.
-Kate –me alertó Martín. Al volver mí vista al parabrisas vique la fila estaba avanzando así que me apresure, un poco confundida, y salimosdel estacionamiento.
 El resto del camino nadiedijo ni una sola palabra, ni él, ni yo. Sostenía el volante mientras loapretaba duro a veces, los nervios me estaban traicionando mientras la últimaimagen que tuve de Sebastián aturdía mi mente. Aturdía mis sentidos. Aturdíamis capacidades. Odiaba que él tuviera tanto poder sobre mí, sobre mi cuerpo,sobre mis nervios. Y en cuánto a Martín, mi cuerpo sabía que él sabía todo losestragos que mi mente tenía en este instante. Yo lo sabía. Aparte de susmiradas suspicaces en el rabillo del ojo. Luego de unos minutos en la carreterame indicó que fuera al hospital del centro, y cuando llegamos y apagué elcarro, el agachó la vista.
 Aún en silencio, meretiré el cinturón de seguridad y él hizo lo mismo. Salimos del carro y el mecondujo por la puerta principal. Los hospitales aparte de escalofríos me dabancierta noción de pérdida. Parecían laberintos con tantos pasillos que no sabíacuál tomar y cual me llevaría a dónde. En cuánto me paré en el lobby sin sabera dónde dirigirme, él puso su mano cálidamente en mi espalda para enseñarme elcamino, y caminé a su lado. Un poco aturdida y confundida.
 De pronto me embargóel sentimiento que inundaba el momento: estaba en un hospital por Scott y mispiernas temblaron. Mis pensamientos me traicionaron e imaginé lo peor, eimaginé a Martín sopesando todo. Cerré mis ojos de golpe para ahuyentar losmalos pensamientos y él lo noto. Retiró su mano de mi espalda y paró. Abrí misojos de golpe y me lo encontré justo enfrente de mí.
-¿Qué sucede? –tomó mi cara entre sus manos, asumí que teníaalguna expresión de miedo.
-¿Él está bien? –las palabras salieron de mi boca sincontrol, sin siquiera poder medir el daño que le causaría hablar de ese temaahora.
Agachó la vista, se agarró la cabeza con las manos, se alejóde mí, y luego se acercó cuidadosamente de nuevo. Cuando habló, su voz pareciósincera, pareció abierta, parecía que me conociera de años.
-No te voy a mentir –aclaró un poco la voz, pero seguíasiendo un susurro –, no sabemos su situación, y mi papá no sabe qué pensar–desvió la vista –. Mi mamá está deshecha y, Kate, ella es la única por la cuálno me he derrumbado ya.
Sus palabras eran tan reales y tan verdaderas que parecíanque en cualquier momento se derrumbaría. Y me di cuenta que si estaba hablandode eso conmigo fue porque yo traje el tema a colación.
-Oye, oye –tomé sus manos entra las mías, porque me estabaponiendo nerviosa, pero lo vi directo a los ojos –, yo estoy contigo.
Susurré, parecía como si le hablara a la nada, pero sabíaque él me había escuchado.
-Sé que no soy un buen apoyo y sé que tal vez no seré lapersona indicada, pero aquí estoy –y era la verdad. Me estaba entregando a élcomo el apoyo que tal vez necesitaba, como alguien incondicional que no seiría. Envolvió mis manos entre las suyas y las apretó para darme a entender queentendía las palabras que le había dicho.
-Gracias –susurró y me sonrió. Me sonrió y no pude evitardevolverle la sonrisa.
Cuando retomamos el camino, soltó mi mano pero mantuvo otraentrelazada entre sus dedos. Era algo de chantaje emocional porque sabía queestaba aprovechando el momento y le quería encontrar tres pies al gato, y lascosas no eran así. Pero lo dejé, permití que pasáramos todo el camino hasta lahabitación de Scott tomados de la mano, pero en cuanto llegamos a la puerta mesolté inmediatamente y él no hizo ningún gesto.
 Entré con timidez,pero la calidez de Cath me abrumó. Me abrazó y se retiro para que pudieraavanzar a la camilla. Y ahí estaba Scott; más pálido de lo normal y con unasmedias lunas muy remarcadas por debajo de sus ojos, los cuales tenía cerrados.Se me retorció todo al verlo de ese modo. Vi en toda la habitación y no estabael padre de Martín, estaba a punto de preguntar por su ausencia cuando Scottabrió los ojos. Sonreí instantáneamente y la comisura de su labio subiólevemente, no sabría si era por el cansancio o porque de verdad le faltaban fuerzas.
-Viniste –susurró con voz lastimera.
-Por supuesto –sonreí y no me había dado cuenta que mi vozse había quebrado. Involuntariamente le acaricié el pelo y sus mejillas setornaron de un rosa pálido.
-Mamá, vayamos a comer algo –Martín tomó a su mamá de lamano y la encaminó hacia la puerta, para antes darme una mirada furtiva. Lesonreí para que no se preocupara.
-Le gustas, ¿lo sabes? –dijo Scott como si nada.
-¿Qué? –dije volviendo la cabeza.
-Mi hermano –aclaró la voz –, te quiere.
-Eso no es posible, apenas y me conoce –persuadí.
-¿Eso importa? –debatió.
-Bueno, bueno, bueno –dije tratando de alejarlo del tema lomás lejos posible –, a debatir a otro lado, te toca descansar. ¿Cómo te sientes?
-Un poco mejor –asintió mientras yo me sentaba en una sillaal lado de la camilla –, aunque admito que sí me asusté un poco.
Se rio y tomé la libertad de reírme también.
-Y tú también –continuó –, tendrías que haber visto tu cara.
Y se carcajeo. Causando una gran alegría dentro de mí. Yparecía que también dentro de él. Cuando las risas cesaron, se puso serio de lanada y habló con voz tenue y lúgubre.
-Kate, voy a morir.
Sus palabras fueron como dagas cortando cada uno de mis nervios.
-¿Qué? No, Scott –traté de controlar mi voz –. Tú vas aestar bien.
-Eres como los demás, se niegan a aceptarlo –dijo mientrasgiraba su cabeza al lado contrario mío –. Yo ya lo acepté, por ejemplo. Me heresignado a una vida corta, tal vez porque así es o porque Dios así lo quiso,pero al menos yo no lo cuestionaré como todos ustedes.
Sus palabras me demostraron aquella valentía que jamás habíavisto en el alma de cualquiera. Me aferré a su mano y con lágrimas en los ojos,él me volteó a ver.
-Lo he aceptado, Kate –apretó sus dedos en torno a mi mano, apretándola,y sabía que lo hacía por el dolor que estaba sintiendo, pero era aquel dolor dealma que ni las más abundantes lágrimas saben calmar; un dolor espiritual –y tequiero pedir un favor.
-Dime –dije dejando escapar unas lágrimas.
-Prométeme que tú lo vas a aceptar –una lágrima rodó por sumejilla mientras habló. Me partía el alma oírlo hablar de esa forma; se habíavisto obligado a madurar rápido y a aceptar su muerte, cosa que no merecía.
-Lo prometo –solté entre sollozos –. Y también te prometotratar de darte tus mejores últimas experiencias. Haré lo que me pidas.
Y en cuanto dije eso, se soltó a llorar agachando la cabeza.Me acerqué a él y lo abrace mientras el rodeaba mi cintura. Apoyó su cabeza enmi pecho y yo apoyé la mía en la suya, mientras susurraba bajo que todo iba aestar bien.
Y en ese momento le pedí a Dios, que si era su voluntad llevárselo,que al menos me diera la oportunidad de cumplir mis promesas, y de no fallarle.Mi corazón se partiría si yo le fallaba. Me sentía apegada a él emocionalmente,dejando a un lado cualquier cosa que nos uniera. Él había confiado en mí paradecir todo eso, para sacarlo de su alma.
Me embargó el miedo de no poder ser capaz de cumplir mipromesa, de fallarle y fue el momento en que me hice una promesa a mí misma.Haría todo lo posible para que Scott tuviera unos últimos días feliz,independientemente de si Martín aceptaba su condición.
Y… cuando Scott se fuera… No me iría solo así, me prometítambién estar ahí para Martín. Si en todo caso me quería seguir teniendo en suvida.






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So, here comes the chapter. Batallé demasiado para que saliera este capítulo, en serio.
Amé tanto escribirlo, lo logré y al final terminé llorando. Ya sé en dónde va a terminar todo esto, lo tengo todo planeado y espero no me odien mucho por lo que haré con los personajes, pero es parte del escribir y de convertirse en escritora. Amo este blog tanto como las amo a ustedes, quienes me apoyan día a día, no importanto la frecuencia con la que posteo porque saben y me entienden que no tengo una vida fácil.
Este mes estuve yendo a terapia, por lo del yeso. Solo voy hasta finales pues en diciembre en serio no querré despertarme temprano. También fuí al Coldplay Live 2012, y pues morí en el cine. Lloré cual magdalena y pues eso. 
Dejando a un lado el hecho de que ya ví Breaking Dawn Part 2, y pues también lloré demasiado. No pude contenerme, y el hecho fue de que se pasaron 5 años de mi vida tan rápido y no fue fácil para mí. Aparte que la película está cardiaca, joooodido.

Un enorme beso a mi seguidora número 90, tú sabes quién eres... cough cough Anny Muñoz (si es que  lees esto), muchísimas gracias a tí y a cada una de las que me sigue. Por ustedes es que me gusta esto. Weyes, solo 10 para los 100 sdfjaskdfjakjsdf una emoción cardiaca. 

Buenop, sha me voy corazones. Siganme en tuiter @IamDreaming_ y pues, lo que quedé. También tengo tumblr, pero me da huevita pues mi internet es una basura. Y de milagro sigue posteando en blogger. 
Nos vemos en la próxima entrada, la cual va a estar sldfkjadskfasdfasdf. 
Gracias.

She loves everything and nothing, at all.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Frustración. Cap. 22


Me hice un ovillo de nuevo a los pies de la escalera y me dejé llorar. Me dejé llorar para poder caer en un profundo sueño, del que no quería despertar para no encontrarme con la estúpida y absurda realidad…

La luz que entraba por mi ventana parecía querer lastimar mis ojos, así que me giré para poder retornar a la oscuridad. Aun tenía un poco de sueño, pero realmente no quería seguir dormida. Había tenido muchas pesadillas y al cerrar los ojos de nuevo, no podía evitar que las imágenes vinieran hacia mis ojos. Sentía pesada la cabeza y tenía nauseas, una corriente sumamente extraña recorrió todo mi cuerpo y estaba cien por ciento segura de que quería vomitar. 
Me levanté precipitadamente, en caso de que así fuera, y puse la mano en el pomo de la puerta para abrir y para correr al baño, pero ahí me quedé. Sentí como todo me daba vueltas y solamente vi como caía de nuevo al suelo, pero esta vez no me desmaye, solamente caí enfrente a mi espejo. Y me vi.
Cara sumamente pálida, ya no tenía el maquillaje, pero tenía los ojos rojos e hinchados. Todavía llevaba puesto el vestido de ayer, y estaba más que arrugado. Mientras contemplaba ese siniestro reflejo quise recordar como había llegado a mi cuarto. En ese momento, la puerta se abrió de golpe y salté ante el movimiento. Julia había entrado como si estuviera escondiéndose, cerró la puerta rápido y cuando me busco en la cama y me encontró en el piso, su rostro denotaba confusión.
-Quiero que me digas qué pasó ayer –exigió mientras me ofrecía su mano para levantarme. El tacto que su mano me ofreció era cálido, algo raro cuando por dentro yo me sentía helada.
-¿A qué te refieres? –dije mientras me volvía hacia mi ropero a buscar una pijama.
-Kate –dijo y su tono me hizo regresar la mirada hacia ella –, te encontré en el suelo de la sala, toda llorosa y fría. Estabas dormida, y tuve que cargarte hasta aquí… Lo hice porque no quería que tu mamá se preocupara.
Eso explicaba bastante, también porque ya no tenía ni una sola gota de maquillaje. Agache la vista porque no tenía una respuesta concreta a todo esto, no la tenía y no tenía idea de si en algún momento la tendría. Me agarré la cabeza entre las manos porque no quería llorar, pero todos los recuerdos vinieron tan rápido que no tuve tiempo a detenerlos. Entré como en un caso de pánico, o de histeria… pero no llanto.
Julia se asustó demasiado, y corrió hacia a mí para albergarme entre sus brazos. Y le dije todo. Le dije como había estado enamorada de alguien que al mismo tiempo podría ser un peligro para mí, para todos. Le dije lo de la enfermedad del hermanito de Martín, y de cómo él era el meno indicado para merecer algún tipo de exilio. Le dije la reacción que Sebastián ya había tenido conmigo en más de una ocasión con respecto a Martín. Se lo dije. Y estallé. Entre las lágrimas ya no se me entendía casi nada así que Julia se remitió a acariciar mi coronilla mientras yo sabía que llorar no arreglaría nada. Es más, era loco llorar si eras tú el que cortó… ¿no?
-No entiendo, Julia, no entiendo –masculle.
-¿Qué no entiendes, amor? –su voz parecía quebrarse, parecía no poder tolerar todo.
-¿Por qué, si lo hice para no salir lastimada? ¿Por qué me duele como me duele?
Y eso era cierto. Me dolía el alma por una decisión que había tomado pensando en mí, no en sentido egoísta, pero en algo más propio como buscar mi salud mental. Pero entonces esto no tenía sentido porque me estaba volviendo loca.
Y Julia tampoco sabía qué decir. Así que la abracé y le di un beso en la mejilla mientras salí hacia el baño a lavarme la cara. No tenía cara de ser un buen día, era domingo y tenía tarea por hacer, y agregarle a eso el gigantesco dolor de cabeza que tenía no era buena idea. No podía bajar con los ojos hinchados como los tenía, y definitivamente no tenía intenciones de quedarme en mi cuarto.
Cuando regresé, Julia había bajado así que aproveche a cambiarme. Busqué la ropa más casual que tenía, algo colorido… que fuera distinto a mi cara. Arreglé una mochila con mis cuadernos y metí mi computadora. Tenía que encontrar algún lugar a donde ir fuera de casa. Cuando baje, mi madre, mi tía y Julia tenían una amena discusión. Agradecí haber cubierto un poco las evidencias de que no estaba tan bien como aparentaba. Me uní a la charla y nos reímos un poco, le dije a mi madre que necesitaba salir para hacer unos proyectos y le dije que llevaría el celular por si necesitaba algo.
Iba hacia la puerta cuando ella me dijo:
-Olvidé decírtelo, llamó Sebastián hoy en la mañana.
Me frené en seco. Escuchar su nombre era extraño, era diferente. Me giré y la vi. Ella estaba normal, aparentemente él no le había dicho nada. Vi a Julia por encima de su hombro y me vio con ojos saltones, seguramente preguntándose lo mismo que yo.
-¿Y qué dijo? –dije normal, como si nada hubiera pasado.
-No dijo mucho, ya sabes cómo es él –habló mi madre como si le agradara la idea de recordarlo, lo cual me hacía pedazos por dentro, sin que ella lo supiera –solamente dijo que quería hablar contigo.
-Está bien, lo llamaré en cuanto pueda –mentí. No lo llamaría, no podría, sería tan… Bueno, no quería de todos modos. Dirigí una mirada rápida hacia Julia y salí de ahí.
Respirar el olor a contaminación de la calle nunca había sido más aliviador que antes, me recargué en la pared por un momento pues no quería caer o algo por el estilo. Decidí no ir tan lejos, pues quería caminar, para despejar la mente y que el aire me absorbiera lentamente.
En cuanto llegué al local del Café, entré. No pensé que Martín estuviera ahí, así que sentía más alivio del normal… incluso aunque ya no tuviera razones para no estar preocupada. Me senté en la esquina más retirada y prendí mi computadora y empecé a trabajar.

Pasé aproximadamente cuatro horas antes de que algo me alarmara, en la barra de servicio estaba un muchachito y reí al ver, con el rabillo del ojo, que venía en mi dirección.
-Milagro es verte por aquí, Kate –bromeó mientras limpiaba la mesa.
-No seas exagerado –sonreí ante su comentario –. Scott, te vi el viernes. Mi problema no es que no tengas cosas que hacer.
-Disculpa –dijo con tono ofendido, pero ocultaba su sonrisa –, al menos yo soy más eficiente que tú… tengo trabajo y estudio, por lo cuál es mucho más de lo que tú haces.
Reí y me di cuenta que era fácil hablar con él. Su sonrisa se disipó en cuestión de instantes y no pude evitar pensar en lo que Martín me había dicho con respecto a su enfermedad. Tenía miedo por él, pero solamente se quedó observando un punto fijo en el suelo, lo cual no me tranquilizó del todo.
-¿Scott? ¿Qué sucede? –me levanté deprisa y lo senté en mi lugar.
-No me siento… bien –dijo con un espacio largo entre cada palabra.
-¿Dónde está tu hermano? –empecé a alarmarme porque si no estaba Martín cerca era definitivo que no sabría qué hacer.
-En la casa –habló exactamente igual que antes.
-¿Tu casa está cerca? –pregunté ya alarmada.
-A dos cuadras –dijo tratando de respirar acompasadamente, pero había algo que se lo impedía.
No podía llevármelo caminando, ¿qué pasaba si se desmayaba a mitad del camino? Hurgue en mi mochila y tenía las llaves de repuesto del carro, y le dije que me esperara mientras traía el auto.
Metí todo a mí mochila rápido y corrí hacia mi carro, metí todo precipitadamente y me apresure a llegar al Café. Me lo llevé en el asiento del copiloto y noté que estaba muy pálido.
-Resiste Scott, por favor –estaba un poco asustada, yo más que él. Las manos me sudaban frío y no estaba consciente de lo que debía hacer. Tal vez debería llevarlo al hospital rápido, pero recordé que según Scott, yo no sabía nada sobre su enfermedad.
Scott me enseño la casa en donde vivía, le dije que se quedara adentro mientras yo tocaba la puerta.
Quien me abrió fue una mujer menuda, cabello cobrizo, ojos pardos, una que otra arruga en el rostro, pero su rostro cultivaba algo que me hacía preguntar si era de verdad la mamá de Martín.
-¿En qué te puedo ayudar? –me preguntó con una voz dulce.
-Hola –no sabía cómo decir lo que iba a decir –, usted realmente no me conoce… Soy compañera de clase de Martín y estaba en el Café en dónde él y su hermano trabajan y me encontré a Scott y de repente se sintió mal y no sabía qué hacer y…
Con forme mis palabras eran dichas, su rostro cambió totalmente.
-¿En dónde está mi bebé? –me preguntó histéricamente.
-Está en mi coche –señale que estaba justo al lado de la acera –, está pálido y no sabía qué más hacer.
Mi cara de horror fue reflejada en sus ojos y le gritó a alguien que estaba adentro de su casa, y este salió disparado hacia la puerta. Era de apariencia mayor, tenía algunas canas y su mirada me recordaba a Martín… tenía que ser su papá. Ambos salieron hacia la acera y yo abrí la puerta del copiloto para sacar a Scott, el me vio una última vez y sus ojos me dieron las gracias, lo supe.
Lo entraron a la casa y la mamá de Martín me invitó a entrar, lo más prudente era decir que no e irme a mi casa, pero tenía una preocupación tan grande que no sabía que hacer más que aceptar. Me senté en el sillón de la sala, debatiéndome a no llorar pues los papás de Scott estaban arriba con él. El resto de la casa se oía vacía. De repente, la puerta se abrió y salté del lugar para ponerme en pie. Cuando se cerró, Martín era lo único que podía ver. Su rostro al verme se tornó confuso y me atacó.
-¿Kate?
No dije nada.
-¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo sabes en donde vivo?
Se fue acercando hacia mí y yo no sabía si gritarle que ahorita su hermano era más importante que mí mera presencia en su casa. Su padre, desde lo alto de las escaleras, habló:
-Ella lo trajo a casa, hijo.
En ese preciso instante su rostro cambió, era algo como confusión y ternura, como dolor y agradecimiento… no sabría decir, pero su tono cambió cuando me dijo:
-No te muevas, ya vengo –y salió disparado hacia las escaleras.
Estaba bastante confundida, pero obedecí. Me senté y oía pasos y pasos arriba. También oí cómo hacían cientos de llamadas y en cuestión de casi media hora, su mamá bajó.
-Disculpa, Kate, toda esta descortesía hacia ti –se disculpó con las mejillas coloradas, y por la manera en que respiraba estaba un poco cansada así que se sentó a mi lado.
-Oh, no tenga pena, señora… –me detuve, puesto que no habíamos sido presentadas… pero ella ya sabía mi nombre – ¿Kate?
-Oh sí, Martín y Scott nos han hablado de ti haya arriba –sonrió –Llámame Cath, y nada de “señora” por favor, no me gustan los títulos.
Parecía tener un buen humor a pesar de saber cuál sería la situación justo arriba de nuestras cabezas. Es más, tenía mejor humor que yo que no estaba vinculada hacia Scott. De pronto, unas sombras en lo alto de la escalera nos alertaron: era el papá de Scott con él en brazos, seguido por Martín. Nos paramos en cuestión de segundos y él solamente se dedicó a mirarme con ternura, darme las gracias de nuevo y a salir por la puerta que Martín ya tenía abierta.
No me dijeron nada y la confusión inundaba en mi cabeza hasta que Cath me habló directamente.
-Llevaremos a Scott al hospital más cercano –me dijo y tomó mis manos entre las suyas fuertemente; miró a Martín cuando volvió a hablar –. Hijo, quédate con ella.
Martín asintió, sin pesadez alguna y acompaño a su madre hasta la puerta. Consideré que mi presencia en esta casa no era requerida, además que sería incómoda, pero no quería dejar a Martín solo… con sus pensamientos, simplemente no lo haría.
Cuando regresó Martín, yo estaba de pie frente a la ventana, viendo cómo metían a Scott en el auto y cómo su mirada vacía me provocaba dolor. La respiración de Martín detrás de mí me exaltó, así que me giré de inmediato. Él estaba sentado en la otra esquina del sofá, viendo hacia el suelo, hacia la nada… No prestó atención alguna al ruido del motor encendiéndose ni a cualquier otra cosa que no fuera las rajaduras de los azulejos del suelo.
Me senté a su lado, sin decir nada, sin saber qué decir mejor dicho.
-¿Quieres que me vaya? –pregunté sin pensarlo. –Digo, puedes querer estar so…
-No –me interrumpió, e inconscientemente su mano se posó sobre la mía –, no te vayas, te lo ruego.
Y me vio. Su mirada decía más de lo que él estaba diciendo en ese momento, y aunque no lo supiera él, yo podía comprender su dolor… yo podía. Mi instinto y mi acto reflejo, fue abrazarlo. Y eso hice. Entorné mis brazos, incómodamente debo agregar, en torno de su cuello mientras él poco a poco empezaba a soltar cada lágrima que llevaba contenida dentro de si.
Dijo un montón de cosas entre sollozos, algunas no entendí, pero entre otras insistía que él no quería ser testigo de todo lo que su hermano sufría, que él no quería quedarse sin hermano… que su padre había empezado a tener los síntomas hace unas semanas, pero que igual Scott era mucho más joven y tenía muchas cosas por delante.
La realidad era que Martín se sentía frustrado, se sentía impotente y eso a leguas se podía notar. No vi ningún contra de quedarme con él un rato, al fin y al cabo, él me necesitaba más que cualquiera ahora.

Pasaron los minutos, y sus sollozos se convirtieron en repiqueteos de sacudidas en su cuerpo, pero nada más. Luego, bruscamente se separó de mí y caminó hacia el baño, imaginé que se había avergonzado de haber llorado enfrente de una chica, pero ese era un cliché que no discutiría con él. Cuando salió del baño, regresó a sentarse a mi lado.
-Gracias –musitó.
Y no contesté porque realmente no sabía qué decir, hice lo que me gustaría que hicieran conmigo si me ven en una situación así. Solamente tomé su mano y la apreté mirándolo a los ojos. Me ofreció algo de comer y en ese momento me di cuenta que no había comido nada en toda la mañana.
-¿Qué quieres? –me preguntó levantándose un poco más armonioso. Me ofreció su mano para ponerme de pie del sofá –. Tengo varias dotes culinarias, sin alardear claro… sé cocinar cereal… y cereal… y –me miró de manera misteriosa –el cereal me queda muy bien.
-Oh por Dios –fingí asombro mientras contenía la risa –sabes muchas cosas, pero me quedaré con el cereal.
-Está bien –sonrió al ver que le seguía el juego y me dijo que lo acompañara a la cocina. Estaba pasando las escaleras hacia la derecha.
Se dedicó a sacar la leche del refrigerador y a bajar una caja de cereal de colores, de esos que les das a los pequeños. Quise saber, por inercia, qué pasaría con Scott, pero no consideré prudente hacerlo.
-¿Por qué tan callada? –preguntó mientras vertía leche en dos tazones.
-Supongo que son cosas que no se ven todos los días –no pude evitar decir lo que pensaba.
-Lo sé –dijo, como si se hubiera preferido que yo no fuera testigo de nada de lo que había ocurrido ese día. Llevó los tazones a la mesa, que estaba justo a un lado de la cocina y me invitó a tomar asiento mientras sacaba unas cucharas. Cuando me senté, saqué el teléfono porque me estorbaba en el pantalón y vi que todavía eran las once de la mañana.
Durante el desayuno improvisado, Martín empezó a hablarme de su vida con el trato de que yo también le contara algo de la mía. Era curioso haber estado estudiando la secundaria en el mismo lugar, compartir una que otra clase y nunca habernos tomado el tiempo de siquiera saber el nombre del otro.
-Habla por ti –dijo cuando se lo comenté en voz alta –. Kate, yo si he sabido tu nombre desde hace mucho tiempo.
-Ah, sí, sí –acepté de mala gana –mi maldición de ser hija de un abogado, sí.
-Bueno, sí –admitió, pero tuve el presentimiento de que se trataba de otra cosa aunque lo dejé pasar –, por lo tanto eso te convierte a ti en una persona egoísta y distraída.
Estaba a punto de defender mi nombre cuando mi teléfono vibró en la mesa. Ambos nos quedamos callados, yo más que nada al ver que el nombre “Sebastián” se leía en la pantalla. El teléfono vibraba por toda la mesa y nadie hacia nada por evitarlo. Al levantar la mirada de este y ver a Martín, noté que él no sabía de quién se trataba y me miraba extrañado… tal vez era por la expresión en mi rostro y por el hecho de que no hacía nada por contestar.
-¿No vas a contestar? –preguntó en el momento en que se levantó llevando su plato y el mío hacia el fregadero. En ese mismo instante, presioné el botón “Ignorar” mientras el nombre se desvanecía de la pantalla.
-Devuelvo la llamada luego –dije mientras me acercaba a la cocina tratando de que la sangre regresara a mis piernas.
-Deberías devolvérsela ahora –dijo mientras se dedicaba a escrutar los platos escurrir –. Que yo sepa, Sebastián no es alguien de mucha paciencia.
Y el aire que llevaba conteniendo en mis pulmones salió.
-¿De verdad me crees tan ingenuo? –dijo mientras secaba los platos y los guardaba en la alacena.
-Nunca dije eso –me defendí.
-Lo que sea –replicó –, insisto, deberías devolverle la llamada.
-La verdad, Martín, no tengo por qué hacerlo.
-¿Por qué no? –frunció las cejas.
-Porque no le tengo que dar explicaciones a nadie –solté enojada. ¿Por qué tenía yo que dar la imagen de la novia que siempre le dice a su novio a donde va? Y aun así, él ya no era nada mío.
-Está bien, tranquila –se aproximó hacia mí y tocó mi brazo desnudo como gesto tranquilizador. La electricidad que surgió del tacto entre yo y Martín era algo realmente extraña, no era algo cómo lo que sentía cuando estaba con Sebastián… era algo menos ¿carnal? Me generaban ganas de pasar tiempo con él, de hablar de lo que fuera. Inconscientemente, vi su mano sobre mi brazo y él, al notar que lo observaba, lo retiró.
-Creo que lo mejor sería irme –dije levantándome de la mesa, mientras oía el caer de los platos sobre el agua y el correr de sus pies en el momento en que me dirigía hacia la puerta.
-¿En serio? –me preguntó con ojos un poco decepcionados o tal vez avergonzados.
-Sí, tengo que terminar tarea y no quiero molestarte más –agaché la vista.
-No me molestas, para nada –explicó –, pero si así lo deseas.
Asentí y antes de salir por la puerta, un sentimiento de ingratitud empezó a crecer dentro de mí, así que me volví y lo abracé. Sabía todo lo que había estado pasando con lo de su hermano y yo sabía que él estaba preparado para lo “peor”, pero digan lo que digan… nadie lo está. Él me devolvió el abrazo y recostó su frente en mi hombro, murmurando cosas que no podía entender. Hablaba entre dientes, y su cuerpo empezó a temblar y sentí gotas cayendo por mis brazos.
Por lo que me quedé. Se había desmoronado en mis brazos y estaba sollozando como un niño pequeño, así que lo más cruel de hacer era irme y no iba a hacer eso, no lo iba a dejar solo. No quería. No era muy amiga de él, y eso él lo sabía… pero cualquier persona que vea a alguien llorar de ese modo, estaría dispuesta a consolar.
Luego de que se tranquilizara, se quedó rotundamente dormido en el sillón. Por suerte, había una colcha por debajo del mueble del televisor y se lo coloqué mientras iba a buscar algo que comer a la cocina. Cuando estaba ansiosa no hacía más que comer, era lo único que me tranquilizaba un poco. Cuando de repente, el bolsillo de atrás de mi pantalón vibró y saqué mi teléfono para ver quién llamaba… Era Sebastián de nuevo.
No podía declinar la llamada nuevamente, por lo que me armé de valor y contesté:
-¿Diga?
-Kate –dijo del otro lado. Su voz quemó cada uno de mis sentidos que aun se mantenían cuerdos por el momento.
-¿Si? –cortante, si así.
-Te he estado llamando toda la mañana –comentó como si entre nosotros existiera una relación de sana convivencia.
-Lo noté. No estoy lista para hablar contigo, Sebastián –murmuré, no quería despertar a Martín.
-Pero yo sí –su voz parecía un poco rota –, ¿en dónde estás? Quisiera hablar contigo.
Esta situación estaba mal en todos los ángulos posibles. Era para mí imposible decirle que estaba en la casa de Martín sin que pensara que era una cualquiera que únicamente terminé con él para ir a revolcarme con alguien más… o al menos estoy segura de que él usaría esos términos.
-No insistas, por favor –le rogué.
-Pero Kate, te estoy diciendo que ya cambié –ahora sonaba un poco histérico –y que lo podemos volver a intentar y…
-Sebastián, óyeme –pedí tratando de que mi voz no se quebrara –, si hice lo que hice fue para darme a mí un poco de tiempo, no a ti. Son muchas cosas las que tengo en la cabeza y no es sano para mí, y mucho menos para nosotros.
-¿Y qué es todo eso que tienes que pensar, eh? –y todo el “progreso” que decía decir que tenía se derrumbó –¿Acaso tiene que ver con Martín?
-Y si así fuera, ¿qué? –Lo reté –No estoy haciendo nada malo. Eres tú el que cuando lo dice así, suena como si te estuviera apuñalando por la espalda.
-Lo estas haciendo en este momento –respondió, secamente pero su respuesta me dejó sin aire.
-¿Ves? Eso es lo que necesito pensar –creí que rompería a llorar –. Me haces daño, Sebastián… ¿Y sabes qué es lo peor?
Se quedó en silencio como alentándome a seguir.
-Que así te quiero con toda mi alma –y colgué.
Esta situación era bastante ridícula. Yo lo quería, y me imaginaba que si él estaba dispuesto a hablar conmigo, pues él me quería también. Pero esto ya había llegado a algo muy tonto, a algo sin sentido. ¿Cuál era la necesidad de que yo me alejara de Martín? ¿Cuál era el pasado que ambos me estaban ocultando? ¿Por qué Sebastián enloquecía cada que mencionaba a Martín?
El susodicho no había demostrado ser nadie peligroso, es más era Sebastián quién había resultado peligroso con todos esos ataques de furia que no estaba dispuesta a tolerar. Todo esto me estaba derrumbando poco a poco por dentro, y la situación de Scott hacía desvanecerse todo lo que tenía a mí alrededor y preocuparme por él.
Todo eso era tanto para una sola persona, por lo que me derrumbé. Ahí, en el suelo de la cocina de Martín sollozaba como loca, como desesperada… estaba harta. Ya no quería, estaba cansada, quería que todo esto, absolutamente todo se desvaneciera y en su desaparición al fin yo pudiera encontrar la paz que no tenía desde hace ya varios meses.
Unos brazos me recogieron del suelo y me dieron paso a un abrazo cálido. Entre las lágrimas no podía evitar ver el rostro de Martín, siempre con esos ojos que parecían querer convencer a todos de que todo estaría bien… a todos menos a él. Me estrechó contra su pecho y me deje llorar en él. Me dejé inhalar su olor, un olor tan peculiar a él, algo como una mezcla entre café y una mañana soleada. Era sumamente raro. Pero no cedí. Me seguía chitando en mí oído, pero yo seguía llorando cual niña de quince años.
-Heeey, heey –trató de llamar mi atención – ¿Qué pasa, qué pasa?
-No entenderías –dije entre llanto.
-Déjame adivinar –dijo bromeando – ¿Sebastián?
Escudriñe sus ojos retirándome de su pecho y lo miré tan confundida, ¿era tan predecible todo esto?
-Sí, pero la verdad es que todo esto está fuera de tema –dije queriendo salir de sus brazos, pero al mismo tiempo no lo deseaba. Me sentía tan bien ahí, pero sabía que no era correcto sentirme así… por las razones que fueran, yo no debía sentirme bien con Martín, no tan bien.
Mi error fue no salirme de sus brazos, y eso desencadenó una serie de eventos que hubiera querido detener. Él no respondió, lo cual me preocupo pues sus manos escudriñaban mi espalda y sabía que él se había percatado de que estaba tensa. Retiró una mano de mi espalda y acomodó un mechón de mi cabello tan espontáneamente detrás de mi oreja, lo cual me puso aun más dubitativa de lo que ya estaba.
Mi respiración se volvió entre cortada. La mano de Martín se colocó en mi mejilla, con su pulgar haciendo círculos pequeños en ella. Se hundió en mis ojos, mientras que a mí no me pareció incómodo… es más, me hubiera resultado más incómodo de haber alejado mi vista lejos de la de él. Con la otra mano que tenía en mi espalda me acercó un poco a él, mientras que puse muy poca resistencia ante eso. Él se acercó un poco más y lo que había entre nosotros eran solamente centímetros. Pero, ¿qué hacer cuando tu mente dice “quiero” y tu cuerpo obedece, pero moralmente sabes que estas mal?
Su vista bajó hacía mis labios y quería romper a llorar, lo que mi cuerpo sentía era demasiado. Fue en el momento en que él habló cuando descartó cualquier pensamiento que tuviera.
-No lo voy a hacer si tú no quieres –susurró muy bajo, tan bajo que estaba segura que solo yo hubiera escuchado sus palabras si es que la habitación se hubiera encontrado poblada de gente.
Y recayó todo el peso en mí. Así que si pasaba lo que se miraba que iba a pasar, sería totalmente mi culpa. Una muy buena jugada por parte de Martín, dejarme a mi y a mis pequeños demonios batallar conmigo misma, sabiendo que tuve la oportunidad de escoger.
-No sé si sea lo correcto –las palabras salieron de mi boca sin siquiera pensarlo, sin siquiera pensar en el daño colateral que tendrían.
-No pregunté eso –dijo seguro de sí mismo.
Él sabía lo que estaba pasando por mí cabeza, yo sabía que él sabía… y él estaba jugando con lo que pensaba, y también con lo que sentía.
Se acercó lentamente, sabía que yo no me alejaría, y por eso lo hizo.  Sabía que muy en el fondo no me movería, él tomó ventaja de eso. Presionó sus labios contra lo míos, más suavemente de lo que yo imaginé, los presiono nuevamente convirtiéndolo en un beso dulce, en algo que realmente no tendría por qué verse incorrecto. Y fue ahí en dónde entendí que no estaba incorrecta del todo, es decir… ya no tenía novio, pero no precisamente había terminado con él para lanzarme a los brazos de Martín; de tal manera cualquiera me consideraría zorra o algo así, y no lo era.
Pero Martín era tan dulce, y no quiero decir que la lastima me movió a aceptar su beso, era solamente que no había nada malo en hacerlo. O tal vez todo esto era una manera de tratar de convencer a mi conciencia que en realidad sí quería besarlo…
Tomé su rostro en mis manos y lo acerqué más a mí, sus labios y los míos se sincronizaron de una manera tan rápida que no podría describirla. No era algo comparado con lo que yo había tenido con Sebastián, con él las cosas no eran iguales a esta situación… digo, sí nos gustábamos y nos queríamos, pero podría jurar que Sebastián nunca podría ser capaz de besar así.
Martín destilaba ternura al retener mi espalda con sus manos, no buscó más. Él lo único que quería era un beso, y nada más.
Cuando me separé de él, no lo hice del todo solamente de sus labios. Mis manos aún en su rostro, sus ojos encontrándose con los míos, y su mirada diciendo tantas cosas de las cuales yo era incapaz de descifrar.
-Tengo que irme –susurré, literalmente arruinando todo lo que quedaba del momento.
-Yo…
-No –lo interrumpí –, debo irme.
Me paré tratando de no ver hacía atrás, limpiando una lágrima que caía por mi mejilla antes que Martín hablara detrás de mi espalda.
-Te tienes que ir por Sebastián, ¿cierto? –supuso con la voz más dura de lo normal.
Me detuve en seco frente a la puerta, él ignoraba completamente lo que había pasado entre Sebastián y yo, y la verdad no creía que fuera prudente el momento para contar los sucesos. Me giré para ver su rostro.
-Yo no… –empecé diciendo.
-No –dijo, un poco decepcionado –, yo sé que es por él Kate.
No dije nada, porque decir algo era como avivar la llama.
-Le temes, Kate –murmuró mientras se acercó a mí, demasiado cerca pero ya antes habíamos cruzado esa línea –. Lo puedo ver en tus ojos.
Sus palabras me desconcertaron, aun cuando hubiera pasado lo que fuera yo todavía sentía algo por Sebastián, y lo quería más que a nada… y me dolía. Pero no estaba segura de si le temía. Ya había demostrado que era agresivo, pero no me molesté en prestarle mucha atención porque estaba segura de que él no haría eso, pues se trataba de mí. La duda albergó dentro de mí al cuestionarme si de verdad Sebastián sería capaz de estallar conmigo, si lo hacía cada vez que se mencionaba a Martín en la conversación… ¿pero por qué?
Agaché la vista porque no tenía respuesta a eso, no sabía qué decir. Y no haría de este momento más incómodo de lo que ya era.
-Tengo que irme –repetí como si él no hubiera hecho nada.
-Vete –me cortó en seco.
-Martín, yo… -me acerqué a él pero se alejó.
-Vete, Kate –habló mientras que su voz destilaba orgullo.
-Está bien –dije cansada de su actitud. Me dirigí hacia la puerta y me volví hacia él antes de abrirla –, si hay noticias de Scott quisiera que me dijeras, por favor.
El asintió solo una vez y atravesé la puerta. Era realmente absurdo lo que había ocurrido hoy, entré en el carro y me quedé un segundo pensando en todo, absolutamente todo. En Scott, en los papas de Scott, en la amabilidad de Cath… Y en Martín. Sobretodo en Martín. Me tenía confundida, me sentía enojada y frustrada.
Arranqué el carro y me dirigí directamente hacía mí casa, ni quería pensar en la tarea que me quedaba por hacer. Me estacioné frente a la casa y saqué mi mochila. Entré a la casa y al parecer no había nadie, todo estaba a oscuras… se parecía al día de ayer.
De nuevo me encontraba sola, batallando conmigo misma, en este rotundo silencio que me alentaba a continuar con esa batalla pues no había nadie quien me dijera si mis acciones estaban correctas. Me acurruqué en el sofá, tenía frío… aunque el clima afuera era cálido. Quería romper a llorar, quería olvidar… pero era imposible. Así que era hora de tomar valor, y enfrentar las cosas que quedaran, pero antes tenía que ordenar todo lo que sentía por Sebastián… y me atrevería a decir que a partir de hoy también tendría que ordenar lo que sentía por Martín…






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Here comes the chapter!
Ok, este cap no sé si destila tanto drama como los pasados, pero tiene un buen.
El motivo de mi ausencia es simple: me desguinzé el pie el 9/10 y que si que cuando llego al hospital el doctor que quiere enyesarme el pie, y pues lo hizo :( así que estuve con yeso las últimas tres semanas de colegio y pues ahí me toco andar con muletas -____-
Entre varios días que falté y con todo y yeso, salió este cap. Gracias a Dios, el lunes ya me quitaron el yeso y ya puedo caminar, solamente me falta terapia. Pero bueno, ahí he andado tranquila y feliz porque ya se acabó el año escolar -festeja-. Es en serio, el miercoles fuí a traer notas y oh Dios, fue tan abrumador. El tiempo pasa demasiado rápido y, oh sorpresa, ya estamos en noviembre.
Prometo escribir más, honestly, no he tenido nada bueno que hacer y serán mucho más frecuentes porque en serio quiero que vean como va esta historia.

Otra cosilla... Con el asunto de Marii... yo a ella la estimo muchísimo pues fue ella quien me dio la oportunidad de administrar un blog junto a ella y quien me inspiró para abrir el mío propio. Creanme que tener un blog requiere una como "responsabilidad", pues te comprometes con las personitas que te leen, pero también esperamos como escritoras y admons de los blogs, que en todo caso, si tuvieramos un desfalco de tiempo, que lo comprendan. Marii acaba de empezar U este año, y no creo que la universidad sea tan lijera, ella tendrá su agenda y todo, pero no piensen así de ella. Nosotras escribimos por nosotros, pero más por ustedes, entonces la verdad quisiera que tomaran eso en cuenta... Si no tuvo la oportunidad de seguir con su blog, está bien... pero dió mucho de sí para que ese blog diera frutos. Yo solamente estoy abogando por el nombre de una amiga mía.

Gracias de nuevo, a toooooooooodas ustedes que me leen, yo sé que no he de ser la mejor, pero en serio, significa mucho para mí que lean. Gracias, gracias, gracias... un beso grandototote y nos vemos prontico.

But loving him was red, burning red.