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viernes, 27 de abril de 2012

Si es cuestión de elegir... Cap. 19


El papel, escrito con la letra pulcra de Martín había acabado con todos los restos de buenas cosas que sentía el día de hoy. Una lágrima se fue rodando lentamente por mi mejilla hasta tocar su punto final en mi barbilla…
Oculté la cara entre las manos por temor a que mi expresión pudiera delatar cuánto daño me habían hecho esas palabras. Ordené una botella de agua pura, siempre lo hacía cada vez que estaba a punto de llorar. Me tomé un cuarto de la botella de un solo trago y traté de ordenar mis sentimientos. Había huido, literalmente, del departamento de mi padre para tratar de solucionar algo que yo sabía que no tenía solución; le había fallado a Martín, en todas las maneras posibles sin contar que Sebastián no sabía nada sobre lo del café y no me convenía que lo supiera.
Ahogué todas mis penas con otro trago de agua, en mi cuerpo sentía que necesitaba algo más fuerte que eso, pero no me podía dar ese lujo… no ahora. Salí del café y me dirigí con paso diligente hacia mi casa, pensando cómo diablos se lo iba a explicar a mi madre. Entré por la puerta y me encontré con lo que realmente estaba esperando: mi madre estaba sentada en un sofá que ella misma había acomodado de manera en que le diera la cara a la puerta. Supe que, al verme, no se esperaba una expresión tan demacrada en mi rostro como la que supuse que tendría. Me limité a entrar tímidamente a la sala y ella escrutaba mi rostro tratando de mantenerse seria.
-¿Algo que quieras decir en tu defensa? –interrogó.
Negué con la cabeza. ¿Qué le diría? La verdad era que, aunque hablara, no tendría excusa suficiente ni en un millón de vidas, no desde su perspectiva. Las acciones que me llevaron a dejarlos solos en ese departamento no tendrían justificación… ni aunque lo que intentara hacer me hiciera sentir mejor persona.
-Nunca pensé que podrías hacer eso, Kate. Tu papá en serio contaba con esa cena para hablar, para aclarar las cosas. Y tú, lo alejas de ese modo –sus palabras ardían de un modo tan corrosivo que sentía que cada uno de mis órganos pronto no serían más que ceniza. Y mi orgullo estalló, tanto así que decidí tragarme las lágrimas que sentía que pronto se desbordarían por mis ojos. Me hice un ovillo mental, una especie de escudo ante aquellas palabras que tenían un  corte más profundo que el de una espada recién envainada. Fui alejándome poco a poco de la realidad hasta que mis oídos lo único que podían escuchar era un silencio tranquilizador, que me susurraba que debía afrontar lo que fuera, pero con la cabeza en alto. Cuando lo comprendí, salí de mi ovillo para toparme con las duras palabras de mi madre, esta vez más fuertes que antes –. No pensé que llegaras a ser tan egoísta, yo no te crié así…
Estaba tan cansada de ser yo la mala siempre, y de que en ningún caso me dejaran por lo menos explicar mi versión de la historia. Me limpié una lágrima que rodaba por mi mejilla con la manga de mi suéter, mientras dije:
-¿Algo más que desees agregar? –repuse, molesta ya que sentía que mi opinión no sería escuchada, pero no porque no se me haya dado la oportunidad, sino porque la conozco y pensaría que todo esto es tan absurdo.
-No –contestó en seco –. Te puedes ir.
Asentí y subí a mi habitación. Me topé con Julia cuando iba a entrar al baño, y me hizo señas para que no hablara ni una sola palabra. Recordé que todo este asunto de la cena con Stuart era su culpa, o al menos había sido cómplice.  La fulminé con la mirada, pero noté que no era capaz de defenderse con palabras ahí afuera, así que la empujé a su cuarto.
-Tienes cinco segundos para defenderte –hablé sentándome en su cama, mientras hacía acto de “ofendida”.
Y empezó a hablar. Habló de cómo mi mamá le había pedido favor de que me llevara al departamento de Stuart, y que ella no tenía idea de que iba a terminar tan mal, pero lo asumió al ver la expresión en la cara de mi madre cuando llegó de una reunión sobre la universidad. Y al oír lo que acabábamos de discutir, asumió que yo debería haber hecho algo bastante malo, así que me interrogó.
-No creo que en realidad valga como una excusa –repuse mientras me dirigía hacía su ventana, solamente para disimular la dejadez en mi voz y la nostalgia que despedía.
-Oye, no eres cobarde como para huir –me causó risa la ironía de su comentario. Se acercó hacía mí, esperando en silencio.
-Quiero creer eso –susurré –, pero a veces ya no sé qué es lo que creo.
-¿Qué es lo que quieres decir?
-Planté a Martín. Y por eso huí del departamento de mi padre –me paré en seco para corregir esa frase –, no huí precisamente.
-¿Martín es ese chico que conoce a Sebastián de algún otro universo paralelo? –cuestionó.
-Se podría decir.
-Pues qué pena que hayas hecho eso, Kate, pero tú no podrías haberlo planeado –me justificó.
-Lo sé –dije con un hilo de voz –, pero presiento que me no me creerá.
-Razones suficientes tenías, Kate –habló viendo a algo más allá del horizonte que teníamos en frente de nuestros ojos –. Ofrécele una disculpa sincera, cuéntale la verdad obviamente… Y si no te cree o no te perdona, simplemente es una persona que no merece estar en tu vida.
Sus palabras me calaron en los huesos. Era totalmente cierto lo que estaba diciendo, y no había que quitarle que mi deber era disculparme. Aún así no sabía por qué me sentía como si fuera mala persona.
-¿Y considerarías que fuera mala idea contarle todo esto a Sebastián? –pregunté cómo quién no quiere la cosa.
-¿No se lo has dicho? –preguntó atónita.
-¿Y cómo? Ellos apenas y se soportan en pintura –torcí los ojos porque estaba harta de guardar ciertas distancias.
-Tienes razón –acordó –, pero Sebastián por lo que sea, es tu novio; sin embargo, Martín es un muchacho a quién acabas de conocer, y no sabes si es bueno confiar en él.
Asentí más para mí misma.
-A menos que… -se interrumpió con un abrupto silencio.
-¿Qué?
Nada. No decía nada, se quedó mirando fijamente el suelo y cuando por fin me vio, sus ojos denotaban cierta excitación o emoción.
-¿Qué? –volví a preguntar, tomándola por los brazos temiendo que se desplomara.
-A menos que… –repitió – a ti te guste él.
Su idea era realmente tonta, era imposible que a mí me gustara. Solamente lo encontraba interesante y había algo realmente extraño que nos unía, si es que así se le podía decir: Sebastián. Por él era todo este asunto, así que era loco que a mí me gustara un sujeto que se lleva las riñas con alguien a quién amo.
-Necesito saber qué fue lo que fumaste –dije en tono serio, pero terminé riéndome mientras ponía mi mano en su frente para fingir que tomaba su temperatura dramáticamente.
-¡Oye! –se sacudió mi mano y yo reí.
-Por favor, Julia –exclamé mientras me tumbaba en su cama –, eso es realmente…
-¿Tonto? –preguntó.
-Ridículo –acordé –. Yo quiero a Sebastián, más que a nada en este mundo.
-Pero por Sebastián conoces a Martín –hizo una pausa –, y saliste corriendo del apartamento de tu padre para ver si el todavía estaba en la cafetería. Todo tiene sentido.
-Sí, si eres una loca maniática –se acercó a la cama, pero me limité a mirar al techo –. Corrí porque… por raro que suene, quiero mantener una amistad con él.
Julia enarcó una ceja. Me levanté sobre un codo para verla.
-Es en serio –repuse, aunque me reí y no pareció muy convincente –. Piénsalo así: me conviene –las palabras que repuse eran solamente para callar a Julia, no tenía ganas de explicarle por qué en realidad quería seguir manteniendo vínculo con Martín, puesto que ni yo sabía –. Tiene toda la información que deseo, independientemente de si duela o no… Algún día tendré que saber.
-¿O sea que lo estás usando?
Dicho de ese modo, me parecí una persona descabellada y sin sentimientos, tanto como Jasmine. Me espanté al darme cuenta de semejante comparación, pero visto desde otro punto no parecía más que eso. Me insistí a mí misma que en realidad no era ese motivo por el cual persistía en hablar con Martín, pero el motivo principal era algo que no sabía y no estaba dispuesta a descubrirlo, al menos no pronto. Decidí posponer ese asunto con Martín.
-No, no –repuse –, no soy un monstruo egoísta –acaché mi mirada en caso de que así fuera, pero no lo era –. No soy capaz de ponerle nombre a lo que estoy haciendo por él, así que no me preguntes.
Ella solamente esbozó una simple sonrisa malvada, como diciendo “sé lo que estás pensando”, y se limitó a asentir.
-Si me preguntas –continuó ella –, no es algo que yo haría, pero no le digas nada a Sebastián sobre todo esto. Sé que no hay que ocultar cosas porque supuestamente se tienen confianza, pero si es alguien a quién Sebastián no soporta, no veo el sentido de que se dé por enterado.
-¿Me estás incitando a que mienta? –pregunté irónicamente.
-No es algo que me guste practicar, pero sí –asintió –, pero tienes que hallar un modo en que ellos se hablen o resuelvan sus problemas… dejándote afuera, claro.
Tenía mucho sentido lo que Julia decía, y la verdad no me preocupaba ahora la reacción de Sebastián, lo que más quería era saber cómo lograr que Martín luego de haberlo dejado plantado. Mi plan era contarle absolutamente la verdad, otra cosa fuera que me escuchara. Mientras charlábamos con Julia, quedamos profundamente dormidas en su cuarto. A la mañana siguiente, salí de puntitas pues no quería despertarla; me duché, me cepillé el pelo y lo desenredé cuidadosamente. Me vestí con lo primero que encontré en el armario: pantalón de mezclilla, una camiseta morada, y tenis. Halé mi suéter cuando bajé las escaleras, y no me di cuenta de lo temprano que era hasta que vi la hora en el reloj de la cocina. Eran apenas las seis y media de la mañana, y no sabía qué hacer con el tiempo sobrante.
Preparé varios huevos estrellados, hice café, tosté panes y exprimí unas cuantas naranjas. Me sentía eficiente y feliz, no sabía exactamente por qué y rogué a Dios por permanecer de ese humor durante todo el día. Tal vez era la comida o algo, pero el simple hecho de probar bocado alguno me dio cierta nausea, así que solo cociné para mi tía, mi prima y mi mamá. No quería estar ahí cuando despertaran y empezara el cuestionario, y había recordado que habíamos tenido una cierta discusión con mi madre la noche anterior, así que tomé mi termo y lo llené de café. Le escribí una nota a mi madre susurrando un “Lo siento” y lo metí debajo de su plato, y salí, no sin antes morder un pan tostado con mantequilla y jalea.
Era viernes, último día de la semana y último día de ir a esa cárcel llamada Instituto. Eso realmente llenaba mi cabeza de alegría. No tenía ningún plan para esta noche, y la verdad preferiría quedarme en mi casa. Vi la hora en el reloj del tablero del carro en cuanto iba a una cuadra del Instituto que marcaban las siete, todavía tenía media hora. Decidí meterme en un pequeño centro comercial que había ahí a buscar algo de comer puesto que el estomago ya me había empezado a rugir. Me aparqué y el lugar parecía bastante solitario, pero había una pequeña cafetería abierta y eso iluminó mi esperanza.
Entré viendo hacia todos lados, había una que otra persona, pero me pregunté si ese negocio prosperaba. Me acerqué a la barra y me senté dejando caer mis manos sobre la loza que cubría la barra. Tamborileé los dedos mientras esperaba a que algún mesero llegara y cuando lo hizo lo observé fijamente por varios segundos.
-¿Deseas ordenar algo? –repitió, y hasta que no volvió a hablar no parecí reconocerlo.
-¿Te conozco de algún lado? –pregunté ignorando completamente lo que había dicho.
Era de complexión normal, era alto de cabello cobrizo y ojos oscuros. Supe que me había reconocido al ver que su mirada se ensombrecía, pero actuó como si no.
-No, no –negó rotundamente –Si te conociera de algún lado, supongo que lo hubiera…
Y su voz me lo dijo todo. Era el mesero que trabajaba en el café a unas cuadras de mi casa, lo supe por el tono en que habló, un tono sutil como queriendo ocultar desagrado y tratando de ser amable a la vez.
-Trabajas en el Café –repuse. Era la única cafetería llamada así en varios kilómetros de distancia. Al ver que su expresión seguía dura, continué –, me viste anoche y me diste un papel que alguien te había dado –a ese punto, dudé si este sujeto y Martín se conocían o si tenían alguna conexión –, que Martín te había dado.
Su rostro cambió por completo, pero fue debido a que una voz resonó de algún cuarto detrás del mostrador, como que de la bodega. Me miró con terror y de la misma manera miró a la persona que salía de la bodega, hablando graciosamente.
-Te digo, hermano: si seguimos así, pondré mi negocio de fumigador… Odio a esas malditas ratas.
Su voz me cortó todos los pensamientos posibles. Llevaba cajas apiladas sobre sí y no pude ver su rostro, pero su voz era lo único que necesitaba para reconocerlo. El chico de cabello cobrizo no había logrado articular palabra alguna y hasta ese momento me di cuenta de su complexión: era mucho más pequeño que yo, le calculaba unos quince años si mucho, y su expresión de terror en el rostro lo hacía parecer mucho más joven.
-¿Qué no escuchas lo que digo? –repitió el muchacho mientras dejaba las cajas en el piso y se erguía perezosamente y el rostro de Martín se asomaba por encima, enrojecido por el esfuerzo –. Esa plaga me tiene harto.
Se carcajeó incluso cuando el chico parecía un intento muy vago por seguirle la corriente. Yo, sentada enfrente del mostrador, no moví un solo dedo, ni siquiera respiré. El chico me volteó a ver y para cuando Martín siguió su mirada, ya había desaparecido cualquier rastro de alegría en su rostro.
-¿Cómo me encontraste? –cuestionó tan toscamente que el chico volteó a verlo, imagino para asegurarse de si era él quien hablaba, porque su voz sonaba irreconocible.
-No lo hice –susurré, pues era verdad.
-Entonces, ¿qué haces aquí? –me fulminó con la mirada, y podía sentir como poco a poco me penetraba.
Abrí la boca para hablar, pero la cerré en el mismo intento. ¿Qué le diría? Eran solamente casualidades, y tampoco tenía fe en que me creyera.
-Quiero hablar contigo –oí cómo hasta mi voz sonaba extraña.
-¿Para dejarme plantado de nuevo? –Repuso –No, gracias.
Empezó a caminar de nuevo hacia la bodega.
-No, Martín –hablé, pero parecía que mis palabras no lo alcanzaban –. ¡Por favor!
Había gritado lo bastante alto como para que me oyera él y el resto de la cafetería, pero al menos funcionó. Se detuvo, pero no se giró para verme.
-Por favor –susurré.
Agachó la cabeza, como lamentándose por lo que iba a hacer, y se volteó. Sus ojos se clavaron en los míos, sombríos y oscuros, y no sé si fue la desesperación en mi mirada, pero la suya cambió drásticamente: ya no era fría y dura.
-Ven –me dijo llevándome hacía una esquina de la cafetería, los comensales, los pocos que habían, nos siguieron con la mirada. Retiró una silla en la última mesa y luego fue al otro extremo de ésta y se sentó. Me miró y me señaló la silla con impaciencia. El silencio era demasiado incómodo.
-¿Trabajas aquí? –pregunté pues fue lo primero que se ocurrió para romper el hielo.
-¿En serio quieres hablar de eso? –preguntó toscamente.
-Entiendo que estés enojado conmigo, Martín, pero tienes que darme la oportunidad de explicártelo.
-Adelante.
-Tú tal vez no lo sepas, pero mis papas están divorciados –comencé, pero fue lo único que él me permitió decir.
-Sí, sí, lo sé –habló como quién no quiere la cosa –. Tú papá es un famoso abogado que se casó con una de las mujeres más hermosas de la ciudad, y que hasta la fecha lo sigue siendo… ¿Algo más?
Me sorprendió que él describiera a mi madre de ese modo, pero me molestó que le quitara importancia.
-Si no me escucharás, que se quede así entonces –hablé secamente mientras me levantaba de mi silla.
Me sostuvo firmemente de la muñeca, y cuando volví mi mirada hacía él, tenía la suya clavada en la mesa, como reprendiéndose por algo.
-Lo siento –susurró –, no estoy siendo civilizado.
Su mano bajo lentamente hacia la mía. Su tacto con mi piel era cálido, y casi placentero. Tomó mi mano entre las suyas y me obligó a sentarme de nuevo en la silla.
-¿Prometerás limitarte a no hablar hasta que termine? –pregunté.
-Lo prometo.
Mientras hablaba y le explicaba cada una de las cosas que había hecho mal en el día, me di cuenta de muchas cosas sobre él. En el momento en que un rayo de sol entró por una ventana cercana, su cabello pareció mucho más claro; cada vez que lo miraba a los ojos me daba cuenta de cuán largas eran sus pestañas; ese tic nervioso que tenía de tronarse los dedos; se halaba el pelo unas dos o tres veces cada vez que lo miraba… sentía que él y toda su forma de ser era mitigante e interesante de conocer.
-Así que te pido perdón, desde el fondo infinito de mi corazón –dije exagerando la frase –. No quise hacerte daño, y no lo tenía planeado. Yo…
Se me quebró la voz debido a la frustración, debido a que todo él era una máscara y no podía descifrarlo, no como lo hacía con Sebastián. ¡Oh Dios! Sebastián. ¿Era esto una traición? No podría serlo. Estaba claro que no se llevaban bien, pero aún así… ¿estaba yo obligada a alejar a Martín de mi vida? Re formulé esa pregunta en mi cabeza, debido a que no lo conocía: ¿estaba yo obligada a no dejarlo entrar a mi vida? Y si no lo estaba, ¿lo dejaría entrar? ¿Lo permitiría mi corazón?
Todos mis pensamientos se vinieron abajo en el momento en que acunó mis manos entre las suyas, no me imagino que expresión habría de haber tenido en mi rostro para que no reprochara absolutamente nada… Era eso, o realmente me había creído.
-Oye, no te preocupes –me susurró con voz tranquilizadora, imagino que realmente creyó que iba a romper a llorar –, creo que fui muy duro contigo. Creí que… Sebastián había influido en tu decisión de aparecer o no…
La frase se quedó flotando por el aire, y la comisura derecha de sus labios se curvó hacia arriba, parecía arrepentido de haber pensado eso.
-Soy lo suficientemente grande como para tomar mis propias decisiones –articulé cada palabra cuidando mi tono sin sonar enojada.
-Y lo sé –repuso él –, y por eso también te pido perdón. Asume que te juzgué mal.
Agaché la vista, pues no quería ver su rostro y menos sus ojos.
-Independientemente de qué sea lo que tienes con Sebastián –hablé con la vista clavada en nuestras manos –, quiero que lo olvides. Quiero decir, si no me lo vas a decir es mejor que todo desaparezca. Si es un pasado que no hará más que lastimar, no le veo sentido a que siga el rencor ardiendo dentro de ti, y por lo tanto, dentro de Sebastián también.
Se irguió, pero no soltó mis manos. Clavé mi mirada en su rostro, esta vez para tratar de descifrarlo de nuevo.
-Te lo estoy pidiendo de la manera más amable posible –musité, pero no hizo movimiento alguno y no articuló palabra alguna –. Por mí, te lo pido.
Su expresión cambió a una que tal vez cualquier ser humano hubiera puesto al ser torturado.
-No te prometo nada –habló con voz ronca –, pero lo intentaré. Si es que él no me molesta.
Con eso estaba más que satisfecha. Le sonreí debido a que realmente ya no me sentía mala persona, y ya había cumplido mi propósito del día de hoy. Miré mi reloj y decidí irme para el Instituto.
-Mejor me voy –le dije mientras me levantaba de la silla y sacaba las llaves del carro del bolsillo del suéter –, ¿quieres que te lleve? Porque irás a clases, ¿cierto?
-Sí –se rió –, luego de aquí me voy, pero no gracias. Asumo que a tu noviecito no le gustará vernos llegar juntos.
Acordé con ese pensamiento, y me sentía mal al hacer todo esto a escondidas de Sebastián.
-¿Tienes planes para esta noche? –me preguntó.
-No, hasta el momento –hablé con sinceridad –. ¿Por qué?
-Unos amigos harán una fogata en la playa –se rascó un poco la cabeza, dubitativo, mientras se paraba de su silla –, es una playa segura, no sé si quisieras ir.
-Le preguntaré a mi madre –repuse –, en todo caso, podrías irme a buscar a la casa, ¿si?
Anoté en una servilleta la dirección y se la entregué.
-Me parece una buena idea –acordó.
Salí de la cafetería aún con la duda de si todo eso estaba predestinado; preguntándome qué lo hacía trabajar ahí y quién era ese chico. Se parecía un poco a él, pero no me imaginaba a Martín con hermanos. Arranqué el auto y fui directamente al parqueo del Instituto. Me apresuré a llegar a clases y saludé a Luisa y a Natalia cuando me las encontré en el casillero.
No me encontré a Sebastián hasta el almuerzo, y ahí recordé por qué me solía gustar cada átomo de su ser. Iba vestido con una camiseta azul que marcaba su tornada figura, unos jeans negros y tenis. Sonreía despampanante y mostraba sus dientes tan blancos como siempre. En cuánto me vio, su mirada cambió de un modo que lo hacía ver incluso más atractivo. Me sonrojé ante la idea de recordar cómo me hacía sentir cuando todavía no éramos nada. Luisa y Natalia notaron lo roja que estaba y soltaron risitas. Él tomó de mi mano, y me guió hacia afuera de la cafetería del Instituto, llegando al parqueo.
-Hola –musitó mientras nos deteníamos y me miraba con sus ojos pardos que tanto me encantaban.
-Hola –respondí nerviosa.
-¿Sabes? Extrañaba que te sonrojaras –me acarició una mejilla.
-Yo no –reí –, me siento tonta.
-No eres tonta –susurró tan bajo que me tuve que acercar a él para escuchar sus palabras –, eres lista.
-¿Y tú desde cuándo con tantos cumplidos? –repuse en tono gracioso.
-¿Qué no puedo? –repuso.
Me reí y me abalancé sobre él.
-Claro que puedes.
Tenía tantas ganas de abrazarlo, de sentir el calor de su cuerpo alrededor de mí, protegiéndome como siempre había prometido hacer. Sus brazos me rodearon y me besó la coronilla varias veces. No me quería alejar de él, pero tenía que ir a gimnasia. Me dio un beso rápido en los labios y se fue corriendo al gimnasio.
Y ahí me encontraba yo, frustrada como estaba, deseando tenerlo una vez más en mis brazos, y que sus labios... Me sacudí las ideas de mi cabeza porque no iba a lograr nada con imaginar si él no estaba aquí para plasmar todo a la realidad. El día pasó lentamente. Vi a Sebastián en Historia, pero no me había dado cuenta que también tenía Historia con Martín, lo cual lo hacía incómodo. Tuve que concentrarme plenamente en la clase para evitar voltear a ver a cualquiera de los dos.
Para cuando terminó el día, ni Martín ni Sebastián hicieron su aparición así que me dediqué a irme directamente a la casa. Cuando llegué encontré algo qué devorar en el refrigerador, comí un poco y luego me cepillé los dientes. Cepillé mi pelo y, si en todo caso mi madre me daba permiso, iría a la famosa fogata con la misma ropa. Aunque para ser sincera, no tenía gana alguna de salir.
Me mantuve cambiando de canales en lo que decidía llamar a mi madre, pero me di cuenta que había dejado olvidado el teléfono en el carro. Salí a mala gana a traerlo y tenía cinco llamadas pérdidas: dos de mi madre, una de Luisa, una de Sebastián y otra de Julia. Las que más me asustaban eran las de mi madre, pero era algo que tendría que solucionar cuando ella llegara. Cerré la puerta del carro cuando salí y subí lentamente las graditas. Justo en el umbral de la puerta, oí que alguien me gritó:
-¡Kate!
Me volví y vi a ese sujeto de camiseta azul corriendo hacia mi casa. En cuanto llegó hacía mi lado en el umbral, su aroma había inundado el pequeño espacio. Llevaba una bolsa de comida china: mi favorita.
-Oye, ¿qué haces aquí?
-¿Qué no puede tu novio perfecto venir a hacerte compañía? –Alardeó, pero luego se interrumpió – ¿O vas a salir?
-No, no –negué –, no creo que mi madre me deje salir, pero me hubieras avisado. Al menos, para arreglarme, o parecer un poco más sociable.
No tenía rímel, me había hecho una cola de caballo y tenía mis lentes de lectura puestos… era claro que no me miraba atractiva.
-Para mí, hoy más que nunca, te ves hermosa –repuso mientras dejaba la bolsa de comida en el suelo y me atraía a su cuerpo.
-¿Sabes?
-¿Qué? –apoyó su frente sobre la mía.
-Te extrañaba –sonaba raro decirlo, porque no se había ido nunca, pero él y yo sabíamos que había estado muy tosco estos últimos días.
-No me he ido –rodeó mi cintura con sus brazos, lentamente, haciendo que su tacto con hacía mí me provocará electricidad.
-Y no quiero que lo hagas –rodeé su cuello con mis brazos, acercándome más a él y lo besé. Lo besé como no lo había besado en días. Sus labios eran cálidos y gentiles, mientras los míos eran desesperados y arrogantes, pero aún así él sabía manejarlos. El beso me provocó cosquillas en cada extremidad de mi cuerpo, y no estaba satisfecha. Pero poco a poco, me retiró. Me decepcioné porque no esperaba eso de su parte, pero todo cambió cuando me susurró:
-¿Te parece si continuamos adentro? –en su rostro de dibujó una sonrisa traviesa, a la cual no pude no responder con un asentimiento. Abrí la puerta y él entró con la bolsa de comida. Algo me retuvo en el umbral de la puerta, pero no sabía qué. Me giré y empecé a ver en todas direcciones, y cuando vi la espalda de Martín yendo en dirección a la cafetería lo supe: había visto mi escena con Sebastián y se había alejado. Me cuestioné si Sebastián lo vio y por eso quiso entrar; me pregunté cómo Martín se habría sentido cuando nos vio, y por qué me volvía a sentir como una cucaracha.
Me puse un alto a mis pensamientos, esto estaba tan mal. Yo quería con mi vida a Sebastián, y nadie tenía que cambiarlo. Nadie. Si era cuestión de elegir, elegía a Sebastián… por sobre muchísimas cosas.





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Hace aproximadamente un mes publiqué, así que logré cumplir con el plazo establecido(?). Okno, el chiste es que ya publiqué.

Hello mi gente, ¿cómo están? Se estarán preguntando por mí y de cómo sobreviví a Los Juegos del Hambre, verán... ¡No lo hice! Terminé la saga como una semana después de mi última publicación y les digo que fuí un mar de lágrimas, me deshidraté completamente y en el epílogo me mataron, fue tan perfecto y tan safjsdkfasdfs que tuve que leerlo como cinco veces y las cinco veces volví a llorar. No cabe duda que es una saga bastante hermosa, por lo que a mí respecta: perfecta. 

Y desde ese entonces, he tratado de hacerme la trenza de Katniss, pero ya lo dije: estoy calva so... Eso. Okno, solo tengo el pelo corto. 

Otra cosa que quería decirles, en especial a un anónimo que anda por aquí, que YO NO SOY LA AUTORA DE THE RENEESME CULLEN STORY. Me confunden si así lo creen. Yo solamente era socia de Mari (la autora original) con un blog que creamos juntas, pero nada más. No soy ella. 

Este cap me gusto bastante, incluso cuando salió de una noche de desvelo. Me gusta a lo que lleva todo y ya vamos a saber pronto a qué se refiere Kate con decir "Los Restos de Mi vida". 

Les cuento, en Mayo, el 14 para ser exactos, cumpliré años... otra vez, como todos los años. Ja. Así que vayan pensando bien en su comentario que pondrán por aquí ese día, ah no se crean. También pueden postearme en facebook ^^

Gracias por seguir fieles a esto, gracias por seguir leyendo y por opinar. Les quiero decir que ustedes y sus comentario alegran mis días, así sin mentiras ni nada. Un día estaba tan enojada y de casualidad me puse a leer los comments que no había leído y me sacaron la sonrisa, gracias infinitas por eso. 

¡Lean, lean, lean! Y si no leen un libro, lean mi blog; y si no leen mi blog, lean un artículo; y si no leen un artículo, lean aunque sea la etiqueta de atrás del Shampoo... ¡Pero lean! Es tan lindo leer. 
Gracias de nuevo. Besos y siganme en mi nueva cuenta: @IamDreaming_ me reconocerán por una foto de Josh Hutcherson con su perrito -babas-.

Besos, mi gente.
Majo.

                                                  I'm in a love affair, without a love song.