Así que era hora detomar valor, y enfrentar las cosas que quedaran, pero antes tenía que ordenartodo lo que sentía por Sebastián… y me atrevería a decir que a partir de hoytambién tendría que ordenar lo que sentía por Martín…
Era sumamente desquiciadopensar que podría sentir algo por Martín, pero ahí estaba esa chispa dentro demí, ahí estaba su mirada guardada en mí mente… guardándola del resto del mundoy mostrándomela solo a mí. Me quedé dormida en el sillón encontrando losposibles contras ante todo esto, pero no me dio tiempo de ordenar mispensamientos antes de que la oscuridad me jalara hasta el fondo.
Desperté de nuevo enmi habitación, la luz que entraba a través de la cortina me alertó que ya erade día. Vi la hora y supe que aún era temprano, pero consideré prudentelevantarme pues tenía que ir al Instituto. Me bañé, dejé mi pelo suelto paraque se secara en todo en lo que salía. Me puse unos jeans, tenis, una blusaroja y mi suéter blanco. Bajé con la mochila en el hombro recordando que aún nohabía terminado mi tarea, pero tenía un periodo libre así que sonreí por nopreocuparme. Sonreí hasta que recordé que compartía ese periodo con Sebastiánporque supe que sería algo incómodo.
Mi madre ya estaba abajo y Julia, pero mi tía no estaba.
-Salió temprano esta mañana –dijo mi mamá cuando preguntépor ella.
-Tenía un trabajo o algo así –complementó Julia.
Desayuné con ellas,esquivando cada pregunta que mi madre me hacía de Sebastián, pero procurandoque no fuera un poco notorio, aunque fallé.
-Hija –habló mi madre –, ¿acaso te peleaste con Sebastián?
Julia lanzó una mirada furtiva hacia mí, pero la desvió tanpronto como pudo, ella tenía que disimular que no sabía nada.
-No, mamá –dije tratando de modular mi voz –. Pero tampocoes saludable pegarme a él como que fuera la última persona en el planetatierra, también tengo que sociabilizar y tengo muchas cosas que hacer.
Sonaba a la perfectarespuesta de alguien despechado, y yo lo sabía, pero no estaba segura de si mimadre lo sabía.
-Oh, está bien –musitó y se levantó del comedor para subir alas gradas.
Julia tomó mi mano enseñal de apoyo y yo apreté la suya. Le dije que me tenía que ir y que medespidiera de mamá. La verdad era que iba demasiado temprano, otra vez. Peroesta vez fue a propósito, porque quería pasar a la cafetería que quedaba cercadel Instituto.
Arranqué el carro ytomé el timón con fuerza. Me dirigí viendo al otro lado del camino, pendientede esa cafetería. Había llegado a la conclusión de que lo que sentía por Martíntal vez solo era curiosidad, o tal vez iba mucho más allá de eso, aunquetodavía no estaba segura…
Aparqué afuera de lacafetería, la cual estaba abierta. Me arme de valor y entré buscando con lamirada, pero solamente habían varias personas tomando un café o leyendo elperiódico o un libro. Me acerqué al mostrador y vi una campanita que estabapuesta sobre la tabla y la toqué.
-¡Voy! –gritó alguien detrás, como por las bodegas.
Al salir, Martín se sorprendió, pero su rostro se tornosombrío.
-Ah… ¿Qué quieres? –habló con tono golpeado.
-Vine a aclarar varias cosas –hablé con seguridad, él no ibaa intimidarme con esa mirada gélida.
-¿Cómo cuáles? –se recostó en la tabla, tratando de parecerentretenido.
-Lo que pasó ayer… ahí se tiene que quedar –traté de decirlocon un tono que demostrara que no me estaba volviendo loca.
-Eso ya lo sabía, porque de lo contrario… Dios nos libre deSebastián –se mofó haciendo un gesto de tragedia y riéndose después.
-¿Cómo está Scott? –pregunté ignorando su acción infantil.
-Está bien –recuperó el mismo tono de voz que siempre tenía…el que incluso me agradaba –, pasó la noche estable y mis papás estánagradecidos contigo.
Asentí mordiéndome ellabio, le estaba a punto de preguntar por el hospital en donde Scott estaba,quería ir a verlo, pero él volvió a hablar.
-Incluso yo –admitió un poco avergonzado.
-No se nota –murmuré con antipatía, sus cambios de humor mesacaban de quicio.
-Pues, mi agradecimiento no se va a limitar a tus miedos–habló. Y esta vez ni siquiera se tomó la molestia de disimular que estabaenojado.
-Si todo esta amargura tuya es por lo de anoche –empecé–solo te digo que me estás juzgando mal.
-Pues yo juzgo lo que veo, y lo que veo es alguien que nopuede seguir lo que quiere por miedo a una persona que no vale la pena –hablócasi que solo para mí.
-¿Estás insinuando que yo quiero estar contigo? –mesorprendió lo rápido que todo había tornado su curso.
-Eso fue lo que demostraste anoche –se acercó más a mí,inundándome con su aroma, lo único que nos separaba era la barra de comedor.
Me retiré violentamente antes de hablar.
-Primero que nada, asegura tus opciones antes de hablar –meparé y le di la espalda, pero me volví para decirle lo último que tenía quedecirle –. Y para tu información, terminé con Sebastián desde el sábado, asíque lo que menos tengo es miedo hacia él.
Escruté su rostro ytenía una expresión que denotaba que él no parecía comprender, me alejé y salídando un portazo. Entre al carro y quería estallar, quería gritar de lafrustración, pero deduje que no saldría nada bueno de eso. Me limpié variaslágrimas que habían rodado por mis ojos y me dirigí al Instituto.
No sé por qué, perosentía algo extraño en el ambiente. Me apresuré a llegar a mi casillero y ahíestaban Luisa y Natalia, en cuanto las vi las abracé, aunque me imaginé susexpresiones, no me importo.
-¿Qué paso? –preguntó Luisa, mientras Natalia aun meabrazaba.
Me separé de ella, y traté de cuidar mis palabras pues sabíaque a este punto me quebraría fácil.
-¿Han visto a Sebastián? –pregunté modulando mi voz.
-Sí –dijo Natalia –, preguntó por ti, pero no habíasllegado.
-Está bien –dije mientras metía mi mochila al casillero.
-¿Qué pasó? –repitió Luisa.
-Terminamos –dije de lo más normal posible que pude, aunqueaun sentía algo en mi pecho al hablar de él, y al recordar esa noche.
-¿Qué? –Era Natalia la sorprendida – ¿Cómo? ¿Por qué?
-Sí, ¿por qué? –Luisa se unió al interrogatorio.
-No era la persona que creí que era –expliqué. Pero no dijemás, ellas entendieron que me resultaba difícil hablar de eso, y no queríahablar.
Nos dirigimos juntasa biología y cuando entramos, la venenosa de Jasmine ya estaba en su lugar. Laignoré, pidiéndole a Dios que a Sebastián no se le hubiera ocurrido contarle aella todo lo que nos sucedió. Me senté en mi lugar, el cual estaba unos cuatroantes que el de ella. Pude oír las puntadas de sus tacones repiqueteando en micabeza, poniéndome más alterada a cada paso. Se sentó delicadamente en elasiento al lado mío y me miro sonriendo. No le devolví la sonrisa, es más, lavi con una expresión de rareza en mi rostro.
-Bueno, Kate, tengo que felicitarte –su sonrisa erasemejante a la sonrisa fastidiosa del gato en Alicia en el país de lasmaravillas.
-La verdad me tiene sin cuidado qué es lo que ahora tupequeña cabeza considere algo fuera de lo normal –comenté mientras trataba deno verla, con ese cabello rubio que olía a artificial.
-Pues, me tienes tan contenta que ni tus más ínfimoscomentarios me importan –dijo con voz chillona –. Ya me contaron por ahí quedestrozaste a Sebastián este fin de semana.
La miré con ojossaltones y con la mirada pérdida, mi sentimiento más profundo en ese momentofue de querer matarla.
-Él estaba desconsolado que no sabía en quién desahogarse, yya ves que sirve estar como chicle en su zapato –sonrió malvadamente.
-Igual de arrastrada –susurré.
-¿Qué?
-Que me da igual –mentí –. Mira, si hice lo que hice fueporque sabía que Sebastián y yo no tenemos futuro.
-Que bueno que te diste cuenta –me apretó el hombro como side la nada, yo le agradara.
Lo que ella no sabíaera que sus palabras me destrozaron por dentro. No me resignaba a que lo míocon Sebastián no tuviera futuro, y aunque yo se lo haya dicho, no era verdad.Si hice lo que hice fue por mi bien, pero eso no me evitaba seguir queriéndolocomo lo hacía en ese momento, en el momento en que ella me insinuó que ella eramejor que yo.
Aun cuando Sebastiánfuera la peor persona en el planeta, lo quería. Y, a veces, por momentos,quisiera que me tuviera de la mano, caminando por los pasillos del Institutojuntos, como lo solíamos hacer. Pero él era una persona totalmente diferente alo que yo creía, y no sabía si eso dolía más que el hecho de no tenerlo junto amí.
Tenía que recomponermi compostura antes de que Jasmine notara que por dentro no estaba bien deltodo. Me deshice de su mano en mi hombro, pues sentía que me apretaría hasta nopoder más. Me sonrió y caminó hasta su pupitre; no sabía si su intención eradañarme con sus comentarios, y lo hizo, pero ella no tenía por qué enterarse.
Mis ojos se mantuvieron pegados al reloj que estaba alfrente del salón por el resto de la clase. Quería salir de ahí, quería huir deahí y estaba dispuesta a que me llamaran cobarde, pero ya no lo soportaba más. Encuanto el timbre sonó, no esperé a Natalia ni a Luisa, fui directamente albaño. Dejé mis cuadernos al lado del lavamanos mientras me echaba un poco deagua en la cara, tragué un poco de agua y salí directo a mi casillero. Nataliaseguía ahí, pero Luisa ya se había ido a su clase. Abrí mi casillero y saqué latarea que no había terminado y me dirigí al salón del periodo libre. Cuandoentré sentí un alivio al ver que Sebastián no estaba ahí, y me senté en unamesa con varios compañeros de clases. A nadie le importa en donde se sienteuno, igual cada uno está ocupado con lo suyo.
Mi asiento quedaba alfondo del salón, lejos de la puerta, pero igual podía ver bien quienesentraban. Y en ese momento, entró una persona grande, cuadrada y se sabía queera hombre. Traté de no desviar la mirada, me mentalicé en escribir y en tratarde concentrarme más en mi tarea que en la persona que acababa de entrar. Semovió sigilosamente por el salón y escogió un asiento a una mesa del mío. Nohice nada por esconderme, pero aun no entendía porque mi corazón dio un vuelcocuando lo sintió moverse.
Alcé los ojosdisimuladamente, y ahí estaba. Un poco más pálido de lo que ya era, vistiendouna camiseta azul, con lo mucho que yo amaba el azul en él, estaba escribiendoalgo en un cuaderno, sin mucha concentración debo agregar, pero parecía noquerer remover la mirada de ahí. Y eso debería hacer yo, en vez deautocastigarme viéndolo a él.
Seguí escribiendo latarea que me faltaba y me propuse no dirigir la mirada hacía él en todo elperiodo, tenía que manejarlo como pudiera. Poco a poco, se me hacía más difícilrespirar. Tenía un nudo en mi garganta y un hoyo en mi corazón, quería evitarque las lágrimas salieran, pero de lanada empecé a ver ilegibles las letras demi trabajo. Cerré los ojos, conté hasta diez y rogué para que nadie meestuviera viendo. Gracias a Dios, esa sensación se fue, pero al abrir los ojos,me encontré con los suyos. Y nos vimos.
Nos vimos durante nosé cuántos segundos, mirándonos el uno al otro sabiendo que cuanto durara esamirada nos afectaría a los dos. No quería retirar mi mirada porque queríademostrar valor, pero él tampoco lo hacía. Y los segundos pasaban. ¿Eracorrecto? Y si no lo era, ¿por qué se sentía tan bien? ¿Por qué amaba tanto susojos? ¿Por qué tenía que estar sometida ante él? ¿Por qué lo quería tanto comolo hacía? ¿Por qué yo seguía aún aquí? Y sobre todo, ¿por qué seguíacuestionándome si era lo correcto?
Retiré mi mirada,pero no por debilidad, sino por bien hacía mí misma. Estaba más que segura deque era lo correcto, incluso aunque doliera como los mil demonios. Terminé miensayo, y eso era lo único que tenía que hacer. Metí todo a mi mochila y salídel salón diciéndole al profesor que tenía que ir al baño, lo cuál era mentira.Me dio un pase y salí. No me fugaría porque no era tan tonta, pero no le mirabasentido el seguir ahí, soportando la mirada de Sebastián perforándome elcorazón y todo lo que fuera que estuviera a su vista.
Me dirigí a micasillero y metí mi mochila. No tenía pensado un lugar al cuál ir, pero seríadentro de los perímetros del Instituto. Tenía clases luego y solamente teníamedia hora antes de que tocara el timbre. Caminé hasta el parqueo, ahí solíanhaber unas pequeñas bancas detrás de unos árboles pequeños, parecía el mejorlugar para esconderse y el mejor lugar para no pensar. Me puse los audífonos yla música inundo mis oídos, haciendo que no me dejara escuchar mispensamientos. Cerré mis ojos por un segundo, pero al siguiente algo me alarmó.Alguien corrió rápidamente a mi lado, sin darse cuenta de mi presencia y corrióhacia su carro. Sabía quién era, pero no estaba segura de por qué corría contanta prisa. Martín entró a su coche y lo arrancó con suma desesperación, y loúnico que pensé fue en Scott. Casi me caigo de mi asiento en cuanto asimilé lascosas. ¿Será que algo le habrá pasado a Scott? Él era la única razón por lacuál Martín se alteraba. Me paré rápidamente y me frené en seco, tenía quepensar bien las cosas antes de hacerlas. No podía seguirlo como cualdesesperada, primero porque no era correcto y segundo no podía fugarmetotalmente del Instituto.
Resignada, regreséadentro, pero antes fui al baño de verdad. Fui por mi mochila para que no senotara mucho y cuando regresé al salón y le di el pase de vuelta al profesor,me sonrió. Volví al lugar en el que estaba antes y me puse los audífonos. Mirabafijamente a la mesa, a cada una de las pequeñas rajaduras que esta contenía,podía mirar la intercalación de los colores de la madera y algún que otrogarabato de cualquier estudiante que haya escrito algo para quedársele.
Estaba dispuesta aver lo que fuera para no verlo a él. Pero mi mente se dedicó a construirescenarios de las posibles causas por las cuales Martín salió tanprecipitadamente del Instituto. Imágenes crueles recorrían mi mente y esas depor si se encargaron de distraerme del sujeto del cuál estaba segura de que sumirada estaba en mí. Saqué mi teléfono para ver la hora, faltaban minutos ysentía que se hacían horas. Me sudaban las manos y estaba nerviosa,tamboriteaba los dedos en la mesa y mis compañeros solo me lanzaban miradasextrañas.
Al tocar el timbre,sentí que fue mi salvación. El resto del día pasó un poco más rápido de lo queesperé aún. El almuerzo fue bastante tranquilo. Sebastián se sentó a comer conla plástica de Jasmine y con unos amigos de él. Lo único que hacían era reír,nada de comer… solo reír. Era bastante tonto, pero me reí al notar eso. Lesconté a Natalia y a Luisa qué era lo que había pasado, y por qué lo habíahecho. Omití los comentarios sobre la situación con Scott y más lo que pasoconmigo y con Martín, quería evitarme aun más explicaciones que dar.
Después de todo, loúnico que me preocupaba era Historia. Era el periodo que tenía con Sebastián,aparte del libre, pero estábamos sentados a la par. Caminé lentamente hacia elsalón. Sentía como si fuera mi propio camino hacia algo que yo misma habíaescogido. Me aferraba a mis cuadernos, enterrando las uñas y suprimiendo laansiedad que tenía. Me senté rápido antes de que él llegara, pero no sirvió demucho porque en cuánto tomé asiento, él entró a la habitación. Varios posaronsu mirada en él y luego en mí, haciendo notar que había algo raro. Quiera queno, la gente observa cosas y se cuestiona por lo mismo. Extendí la vista alfrente, haciéndole caso omiso a su presencia, seguí escribiendo. Miré de reojocuando se sentó y esperé que no notara que mi cuerpo se había puesto rígidoinconscientemente.
Me dediqué agarabatear algo en una hoja del cuaderno antes que su voz me sacara decualquier pensamiento coherente que mi mente pudiera haber tenido.
-Kate –mi nombre en sus labios, de nuevo. Parecía que nadahabía cambiado, parecía que todo seguía igual, pero entonces si lo parecía,¿por qué sentí un vacío en mi pecho cuando escuche su voz?
Me giré para verlo,cuidadosamente. Sabía que no era bueno pues no estaba preparada, aun no meencontraba del todo bien. Me miró y esbozó una media sonrisa, de las sonrisasque son para cubrir algún mal interior, y se me retorció todo al pensar que talvez era mi culpa ese mal que él tenía dentro.
-Hola –respondí con voz suave, porque me conmovió todo loque mis pensamientos me estaban diciendo.
-Estás hermosa hoy –dijo con un deje de tristeza en la voz.
Culpa. Eso sentía. Yél sabía que eso sentía, me estaba atacando y yo estaba desarmada.
-Gracias, pero no es cierto –dije tratando de que laconversación fluyera natural y se eliminara todo tipo de incomodidad –. Anocheapenas pude dormir.
-Ya somos dos –contestó un poco más animado.
Reí, pues en otrostiempos, hubiera amado ese parecido conmigo… pero hoy odiaba cada una de las cosasen que él y yo nos parecíamos. Lo odiaba. Pero solamente porque me hacía sentirdubitativa con respecto a mi decisión, me hacía sentir la peor persona en esteplaneta tierra.
-¿Pudiste hacer latarea que dejó el profesor? –preguntó él, como si nada.
Y cuando lo vi,cometí el gran error de ver sus ojos. Esos ojos pardos en los que tantas vecesme había hundido… y él lo noto, porque no retiró la mirada. Era tan difícilpensar que él y yo habíamos sido una pareja feliz hace unos días, y que hoy laincomodidad era el huésped principal en nuestra conversación.
-Ehh… sí –dije casi sin aliento, huyendo de su mirada –. Lahice hoy en el periodo libre, ¿por?
-Pregunta –sonrió, naturalmente. Me mordí el labio porquetenía que suprimir esas ideas que tenía en mi cabeza.
En ese momento, elprofesor de Historia entró y, gracias al cielo, nuestra conversación tuvo queterminar. Honestamente, prefería ahorrarme todo esto. La clase paso bastantenormal, la verdad era que me puse a pensar en Sebastián, y en cual sería supropósito hablando de lo más normal cuando ayer me suplico que habláramos de losucedido. Tal vez ya se había resignado a que eso era lo que debía pasar, talvez ya se había resignado a que lo único que podría tener conmigo seríaconversaciones de ese tipo de ahora en adelante… Tal vez ya se había resignadoa que me había perdido.
Y el corazón me dolióante ese pensamiento. Algo no se cree perdido hasta que se ha peleado hasta elúltimo momento, pero Sebastián no peleó por mí… No porque él no haya querido,sino porque yo no lo había dejado. Y de pronto, todo el dolor parecía ser miculpa, todo esto parecía ser mi culpa, en realidad no parecía… era mi culpa. Yhabía llegado el tiempo en que tenía que aceptar que me costaría dejarlo dequerer… dejarlo de necesitar a mi lado.
Sentí como lentamenteuna lágrima rodo lentamente por mi mejilla, así que la limpié rápidamentecuidando que nadie me viera. Me enfoqué en mi cuaderno y empecé a tomar nota, asacar ideas de lo que el profesor decía, estaba dispuesta a usar cualquier cosapara distraer a mi cerebro. En el momento en que el timbre sonó, salí de ahídisparada hacía el casillero. No quería tener otra charla con Sebastián y estarsusceptible a cualquier emoción que él me pudiera traer.
Mi próxima clase eraeducación física, y nunca había estado tan feliz de eso. Quería correr parafingir huir de mis problemas, de mis conflictos personales, de casa cosa queatormentaba mi paz. Pero lastimosamente la clase pasó demasiado rápido y nosentí el tiempo. Natalia y Luisa venían conmigo para el parqueo y estabanhablando de un programa en la tele que pasaron anoche, la verdad no prestabamucha atención, me estaba viendo los zapatos y estaba despistada.
Luisa me haló delbrazo y me llamó la atención.
-¿Qué ocurre? –pregunté.
Hizo un ademan con lacabeza para que viera lo que ella estaba viendo, y al parecer también Natalia,pues estaba con la boca abierta. Seguí el curso de sus miradas y vi que sedirigían hacia mi auto, pero no solamente miraban eso, sino a la persona paradaen la puerta del piloto, esperando. Esperándome a mí. Martín estaba recargadoen la puerta del piloto de mí auto, tenía los ojos cerrados y de lejos semiraba muy cansado. De pronto recordé que él se había ido y que yo lo habíavisto, pero no me explicaba para qué había regresado.
-Mejor ve –me dijo Natalia –es obvio que quiere hablarcontigo.
Y las vi, con miedo en la mirada… y eso hasta yo lo podíasentir.
-Todo va a estar bien –me dijo Luisa. Cada una se despidió yse dirigieron a sus respectivos transportes, mientras yo estaba ahí, en mediodel aparcamiento, dudando… como era de costumbre estos días.
Me acerqué rápido, no quería ser grosera con él, peronuestra última charla no había sido muy agradable. Cuide que no se oyeran mispasos y estaba a la par de él, mientras el aún tenía los ojos cerrados y lacabeza recostada en el techo de mi auto. Visto desde tan cerca pude ver supiel, que estaba un poco pálida, y pude ver unas lunas moradas debajo de susojos. Su nariz era fina y sus pestañas largas, no sé por cuánto me habríaquedado viéndolo si es que no hubiera advertido que estaba en el Instituto.Pateé su pie para que despertara y cuando abrió los ojos, me vio.
-Hola –dije con un tono alegre más falso que cualquier cosa.
-Kate –susurró mi nombre arrastrando la palabra y denotandocansancio.
-¿Qué pasa? –me preocupe tanto por su tono de voz.
-Scott quiere verte –dijo firmemente con voz gutural.
Y ni lo dudé. Lo hice a un lado y abrí mi puerta. Él tocó elvidrio de la puerta del copiloto y la abrí. Él entró y se sentó diciendo:
-Vine caminando –dijo acomodándose en el sillón –a buscarte.
Y sus ojos verdes meescrutaron.
-¿Él está bien?
No respondió. Arranqué violentamente y me dirigí a la filapara salir del estacionamiento, la cual estaba avanzando un poco lento. Nosquedamos parados y no pude más que ver hacía mi ventana, quería dispersar todomal pensamiento que tuviera en la cabeza, Scott iba a estar bien.
-Oh, Dios –dijo Martín, que al parecer también estaba viendopara su ventana. Se acomodó en su lugar para ver hacia adelante nada más ycuando yo quise saber qué había visto afuera que lo disgustara, vi a Sebastián.Estaba parado, sino más a unos cuantos metros de la fila. Había visto a Martín,en mi coche, conmigo. En su mente, todo debería estar dando vueltas. Y sus ojosvieron los míos. Los de él demostraban cualquier sensación que se sintiera enel momento en que alguien a quién amas te decepciona o te traiciona.
-Kate –me alertó Martín. Al volver mí vista al parabrisas vique la fila estaba avanzando así que me apresure, un poco confundida, y salimosdel estacionamiento.
El resto del camino nadiedijo ni una sola palabra, ni él, ni yo. Sostenía el volante mientras loapretaba duro a veces, los nervios me estaban traicionando mientras la últimaimagen que tuve de Sebastián aturdía mi mente. Aturdía mis sentidos. Aturdíamis capacidades. Odiaba que él tuviera tanto poder sobre mí, sobre mi cuerpo,sobre mis nervios. Y en cuánto a Martín, mi cuerpo sabía que él sabía todo losestragos que mi mente tenía en este instante. Yo lo sabía. Aparte de susmiradas suspicaces en el rabillo del ojo. Luego de unos minutos en la carreterame indicó que fuera al hospital del centro, y cuando llegamos y apagué elcarro, el agachó la vista.
Aún en silencio, meretiré el cinturón de seguridad y él hizo lo mismo. Salimos del carro y el mecondujo por la puerta principal. Los hospitales aparte de escalofríos me dabancierta noción de pérdida. Parecían laberintos con tantos pasillos que no sabíacuál tomar y cual me llevaría a dónde. En cuánto me paré en el lobby sin sabera dónde dirigirme, él puso su mano cálidamente en mi espalda para enseñarme elcamino, y caminé a su lado. Un poco aturdida y confundida.
De pronto me embargóel sentimiento que inundaba el momento: estaba en un hospital por Scott y mispiernas temblaron. Mis pensamientos me traicionaron e imaginé lo peor, eimaginé a Martín sopesando todo. Cerré mis ojos de golpe para ahuyentar losmalos pensamientos y él lo noto. Retiró su mano de mi espalda y paró. Abrí misojos de golpe y me lo encontré justo enfrente de mí.
-¿Qué sucede? –tomó mi cara entre sus manos, asumí que teníaalguna expresión de miedo.
-¿Él está bien? –las palabras salieron de mi boca sincontrol, sin siquiera poder medir el daño que le causaría hablar de ese temaahora.
Agachó la vista, se agarró la cabeza con las manos, se alejóde mí, y luego se acercó cuidadosamente de nuevo. Cuando habló, su voz pareciósincera, pareció abierta, parecía que me conociera de años.
-No te voy a mentir –aclaró un poco la voz, pero seguíasiendo un susurro –, no sabemos su situación, y mi papá no sabe qué pensar–desvió la vista –. Mi mamá está deshecha y, Kate, ella es la única por la cuálno me he derrumbado ya.
Sus palabras eran tan reales y tan verdaderas que parecíanque en cualquier momento se derrumbaría. Y me di cuenta que si estaba hablandode eso conmigo fue porque yo traje el tema a colación.
-Oye, oye –tomé sus manos entra las mías, porque me estabaponiendo nerviosa, pero lo vi directo a los ojos –, yo estoy contigo.
Susurré, parecía como si le hablara a la nada, pero sabíaque él me había escuchado.
-Sé que no soy un buen apoyo y sé que tal vez no seré lapersona indicada, pero aquí estoy –y era la verdad. Me estaba entregando a élcomo el apoyo que tal vez necesitaba, como alguien incondicional que no seiría. Envolvió mis manos entre las suyas y las apretó para darme a entender queentendía las palabras que le había dicho.
-Gracias –susurró y me sonrió. Me sonrió y no pude evitardevolverle la sonrisa.
Cuando retomamos el camino, soltó mi mano pero mantuvo otraentrelazada entre sus dedos. Era algo de chantaje emocional porque sabía queestaba aprovechando el momento y le quería encontrar tres pies al gato, y lascosas no eran así. Pero lo dejé, permití que pasáramos todo el camino hasta lahabitación de Scott tomados de la mano, pero en cuanto llegamos a la puerta mesolté inmediatamente y él no hizo ningún gesto.
Entré con timidez,pero la calidez de Cath me abrumó. Me abrazó y se retiro para que pudieraavanzar a la camilla. Y ahí estaba Scott; más pálido de lo normal y con unasmedias lunas muy remarcadas por debajo de sus ojos, los cuales tenía cerrados.Se me retorció todo al verlo de ese modo. Vi en toda la habitación y no estabael padre de Martín, estaba a punto de preguntar por su ausencia cuando Scottabrió los ojos. Sonreí instantáneamente y la comisura de su labio subiólevemente, no sabría si era por el cansancio o porque de verdad le faltaban fuerzas.
-Viniste –susurró con voz lastimera.
-Por supuesto –sonreí y no me había dado cuenta que mi vozse había quebrado. Involuntariamente le acaricié el pelo y sus mejillas setornaron de un rosa pálido.
-Mamá, vayamos a comer algo –Martín tomó a su mamá de lamano y la encaminó hacia la puerta, para antes darme una mirada furtiva. Lesonreí para que no se preocupara.
-Le gustas, ¿lo sabes? –dijo Scott como si nada.
-¿Qué? –dije volviendo la cabeza.
-Mi hermano –aclaró la voz –, te quiere.
-Eso no es posible, apenas y me conoce –persuadí.
-¿Eso importa? –debatió.
-Bueno, bueno, bueno –dije tratando de alejarlo del tema lomás lejos posible –, a debatir a otro lado, te toca descansar. ¿Cómo te sientes?
-Un poco mejor –asintió mientras yo me sentaba en una sillaal lado de la camilla –, aunque admito que sí me asusté un poco.
Se rio y tomé la libertad de reírme también.
-Y tú también –continuó –, tendrías que haber visto tu cara.
Y se carcajeo. Causando una gran alegría dentro de mí. Yparecía que también dentro de él. Cuando las risas cesaron, se puso serio de lanada y habló con voz tenue y lúgubre.
-Kate, voy a morir.
Sus palabras fueron como dagas cortando cada uno de mis nervios.
-¿Qué? No, Scott –traté de controlar mi voz –. Tú vas aestar bien.
-Eres como los demás, se niegan a aceptarlo –dijo mientrasgiraba su cabeza al lado contrario mío –. Yo ya lo acepté, por ejemplo. Me heresignado a una vida corta, tal vez porque así es o porque Dios así lo quiso,pero al menos yo no lo cuestionaré como todos ustedes.
Sus palabras me demostraron aquella valentía que jamás habíavisto en el alma de cualquiera. Me aferré a su mano y con lágrimas en los ojos,él me volteó a ver.
-Lo he aceptado, Kate –apretó sus dedos en torno a mi mano, apretándola,y sabía que lo hacía por el dolor que estaba sintiendo, pero era aquel dolor dealma que ni las más abundantes lágrimas saben calmar; un dolor espiritual –y tequiero pedir un favor.
-Dime –dije dejando escapar unas lágrimas.
-Prométeme que tú lo vas a aceptar –una lágrima rodó por sumejilla mientras habló. Me partía el alma oírlo hablar de esa forma; se habíavisto obligado a madurar rápido y a aceptar su muerte, cosa que no merecía.
-Lo prometo –solté entre sollozos –. Y también te prometotratar de darte tus mejores últimas experiencias. Haré lo que me pidas.
Y en cuanto dije eso, se soltó a llorar agachando la cabeza.Me acerqué a él y lo abrace mientras el rodeaba mi cintura. Apoyó su cabeza enmi pecho y yo apoyé la mía en la suya, mientras susurraba bajo que todo iba aestar bien.
Y en ese momento le pedí a Dios, que si era su voluntad llevárselo,que al menos me diera la oportunidad de cumplir mis promesas, y de no fallarle.Mi corazón se partiría si yo le fallaba. Me sentía apegada a él emocionalmente,dejando a un lado cualquier cosa que nos uniera. Él había confiado en mí paradecir todo eso, para sacarlo de su alma.
Me embargó el miedo de no poder ser capaz de cumplir mipromesa, de fallarle y fue el momento en que me hice una promesa a mí misma.Haría todo lo posible para que Scott tuviera unos últimos días feliz,independientemente de si Martín aceptaba su condición.
Y… cuando Scott se fuera… No me iría solo así, me prometítambién estar ahí para Martín. Si en todo caso me quería seguir teniendo en suvida.
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So, here comes the chapter. Batallé demasiado para que saliera este capítulo, en serio.
Amé tanto escribirlo, lo logré y al final terminé llorando. Ya sé en dónde va a terminar todo esto, lo tengo todo planeado y espero no me odien mucho por lo que haré con los personajes, pero es parte del escribir y de convertirse en escritora. Amo este blog tanto como las amo a ustedes, quienes me apoyan día a día, no importanto la frecuencia con la que posteo porque saben y me entienden que no tengo una vida fácil.
Este mes estuve yendo a terapia, por lo del yeso. Solo voy hasta finales pues en diciembre en serio no querré despertarme temprano. También fuí al Coldplay Live 2012, y pues morí en el cine. Lloré cual magdalena y pues eso.
Dejando a un lado el hecho de que ya ví Breaking Dawn Part 2, y pues también lloré demasiado. No pude contenerme, y el hecho fue de que se pasaron 5 años de mi vida tan rápido y no fue fácil para mí. Aparte que la película está cardiaca, joooodido.
Un enorme beso a mi seguidora número 90, tú sabes quién eres... cough cough Anny Muñoz (si es que lees esto), muchísimas gracias a tí y a cada una de las que me sigue. Por ustedes es que me gusta esto. Weyes, solo 10 para los 100 sdfjaskdfjakjsdf una emoción cardiaca.
Un enorme beso a mi seguidora número 90, tú sabes quién eres... cough cough Anny Muñoz (si es que lees esto), muchísimas gracias a tí y a cada una de las que me sigue. Por ustedes es que me gusta esto. Weyes, solo 10 para los 100 sdfjaskdfjakjsdf una emoción cardiaca.
Buenop, sha me voy corazones. Siganme en tuiter @IamDreaming_ y pues, lo que quedé. También tengo tumblr, pero me da huevita pues mi internet es una basura. Y de milagro sigue posteando en blogger.
Nos vemos en la próxima entrada, la cual va a estar sldfkjadskfasdfasdf.
Gracias.
She loves everything and nothing, at all.