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viernes, 2 de noviembre de 2012

Frustración. Cap. 22


Me hice un ovillo de nuevo a los pies de la escalera y me dejé llorar. Me dejé llorar para poder caer en un profundo sueño, del que no quería despertar para no encontrarme con la estúpida y absurda realidad…

La luz que entraba por mi ventana parecía querer lastimar mis ojos, así que me giré para poder retornar a la oscuridad. Aun tenía un poco de sueño, pero realmente no quería seguir dormida. Había tenido muchas pesadillas y al cerrar los ojos de nuevo, no podía evitar que las imágenes vinieran hacia mis ojos. Sentía pesada la cabeza y tenía nauseas, una corriente sumamente extraña recorrió todo mi cuerpo y estaba cien por ciento segura de que quería vomitar. 
Me levanté precipitadamente, en caso de que así fuera, y puse la mano en el pomo de la puerta para abrir y para correr al baño, pero ahí me quedé. Sentí como todo me daba vueltas y solamente vi como caía de nuevo al suelo, pero esta vez no me desmaye, solamente caí enfrente a mi espejo. Y me vi.
Cara sumamente pálida, ya no tenía el maquillaje, pero tenía los ojos rojos e hinchados. Todavía llevaba puesto el vestido de ayer, y estaba más que arrugado. Mientras contemplaba ese siniestro reflejo quise recordar como había llegado a mi cuarto. En ese momento, la puerta se abrió de golpe y salté ante el movimiento. Julia había entrado como si estuviera escondiéndose, cerró la puerta rápido y cuando me busco en la cama y me encontró en el piso, su rostro denotaba confusión.
-Quiero que me digas qué pasó ayer –exigió mientras me ofrecía su mano para levantarme. El tacto que su mano me ofreció era cálido, algo raro cuando por dentro yo me sentía helada.
-¿A qué te refieres? –dije mientras me volvía hacia mi ropero a buscar una pijama.
-Kate –dijo y su tono me hizo regresar la mirada hacia ella –, te encontré en el suelo de la sala, toda llorosa y fría. Estabas dormida, y tuve que cargarte hasta aquí… Lo hice porque no quería que tu mamá se preocupara.
Eso explicaba bastante, también porque ya no tenía ni una sola gota de maquillaje. Agache la vista porque no tenía una respuesta concreta a todo esto, no la tenía y no tenía idea de si en algún momento la tendría. Me agarré la cabeza entre las manos porque no quería llorar, pero todos los recuerdos vinieron tan rápido que no tuve tiempo a detenerlos. Entré como en un caso de pánico, o de histeria… pero no llanto.
Julia se asustó demasiado, y corrió hacia a mí para albergarme entre sus brazos. Y le dije todo. Le dije como había estado enamorada de alguien que al mismo tiempo podría ser un peligro para mí, para todos. Le dije lo de la enfermedad del hermanito de Martín, y de cómo él era el meno indicado para merecer algún tipo de exilio. Le dije la reacción que Sebastián ya había tenido conmigo en más de una ocasión con respecto a Martín. Se lo dije. Y estallé. Entre las lágrimas ya no se me entendía casi nada así que Julia se remitió a acariciar mi coronilla mientras yo sabía que llorar no arreglaría nada. Es más, era loco llorar si eras tú el que cortó… ¿no?
-No entiendo, Julia, no entiendo –masculle.
-¿Qué no entiendes, amor? –su voz parecía quebrarse, parecía no poder tolerar todo.
-¿Por qué, si lo hice para no salir lastimada? ¿Por qué me duele como me duele?
Y eso era cierto. Me dolía el alma por una decisión que había tomado pensando en mí, no en sentido egoísta, pero en algo más propio como buscar mi salud mental. Pero entonces esto no tenía sentido porque me estaba volviendo loca.
Y Julia tampoco sabía qué decir. Así que la abracé y le di un beso en la mejilla mientras salí hacia el baño a lavarme la cara. No tenía cara de ser un buen día, era domingo y tenía tarea por hacer, y agregarle a eso el gigantesco dolor de cabeza que tenía no era buena idea. No podía bajar con los ojos hinchados como los tenía, y definitivamente no tenía intenciones de quedarme en mi cuarto.
Cuando regresé, Julia había bajado así que aproveche a cambiarme. Busqué la ropa más casual que tenía, algo colorido… que fuera distinto a mi cara. Arreglé una mochila con mis cuadernos y metí mi computadora. Tenía que encontrar algún lugar a donde ir fuera de casa. Cuando baje, mi madre, mi tía y Julia tenían una amena discusión. Agradecí haber cubierto un poco las evidencias de que no estaba tan bien como aparentaba. Me uní a la charla y nos reímos un poco, le dije a mi madre que necesitaba salir para hacer unos proyectos y le dije que llevaría el celular por si necesitaba algo.
Iba hacia la puerta cuando ella me dijo:
-Olvidé decírtelo, llamó Sebastián hoy en la mañana.
Me frené en seco. Escuchar su nombre era extraño, era diferente. Me giré y la vi. Ella estaba normal, aparentemente él no le había dicho nada. Vi a Julia por encima de su hombro y me vio con ojos saltones, seguramente preguntándose lo mismo que yo.
-¿Y qué dijo? –dije normal, como si nada hubiera pasado.
-No dijo mucho, ya sabes cómo es él –habló mi madre como si le agradara la idea de recordarlo, lo cual me hacía pedazos por dentro, sin que ella lo supiera –solamente dijo que quería hablar contigo.
-Está bien, lo llamaré en cuanto pueda –mentí. No lo llamaría, no podría, sería tan… Bueno, no quería de todos modos. Dirigí una mirada rápida hacia Julia y salí de ahí.
Respirar el olor a contaminación de la calle nunca había sido más aliviador que antes, me recargué en la pared por un momento pues no quería caer o algo por el estilo. Decidí no ir tan lejos, pues quería caminar, para despejar la mente y que el aire me absorbiera lentamente.
En cuanto llegué al local del Café, entré. No pensé que Martín estuviera ahí, así que sentía más alivio del normal… incluso aunque ya no tuviera razones para no estar preocupada. Me senté en la esquina más retirada y prendí mi computadora y empecé a trabajar.

Pasé aproximadamente cuatro horas antes de que algo me alarmara, en la barra de servicio estaba un muchachito y reí al ver, con el rabillo del ojo, que venía en mi dirección.
-Milagro es verte por aquí, Kate –bromeó mientras limpiaba la mesa.
-No seas exagerado –sonreí ante su comentario –. Scott, te vi el viernes. Mi problema no es que no tengas cosas que hacer.
-Disculpa –dijo con tono ofendido, pero ocultaba su sonrisa –, al menos yo soy más eficiente que tú… tengo trabajo y estudio, por lo cuál es mucho más de lo que tú haces.
Reí y me di cuenta que era fácil hablar con él. Su sonrisa se disipó en cuestión de instantes y no pude evitar pensar en lo que Martín me había dicho con respecto a su enfermedad. Tenía miedo por él, pero solamente se quedó observando un punto fijo en el suelo, lo cual no me tranquilizó del todo.
-¿Scott? ¿Qué sucede? –me levanté deprisa y lo senté en mi lugar.
-No me siento… bien –dijo con un espacio largo entre cada palabra.
-¿Dónde está tu hermano? –empecé a alarmarme porque si no estaba Martín cerca era definitivo que no sabría qué hacer.
-En la casa –habló exactamente igual que antes.
-¿Tu casa está cerca? –pregunté ya alarmada.
-A dos cuadras –dijo tratando de respirar acompasadamente, pero había algo que se lo impedía.
No podía llevármelo caminando, ¿qué pasaba si se desmayaba a mitad del camino? Hurgue en mi mochila y tenía las llaves de repuesto del carro, y le dije que me esperara mientras traía el auto.
Metí todo a mí mochila rápido y corrí hacia mi carro, metí todo precipitadamente y me apresure a llegar al Café. Me lo llevé en el asiento del copiloto y noté que estaba muy pálido.
-Resiste Scott, por favor –estaba un poco asustada, yo más que él. Las manos me sudaban frío y no estaba consciente de lo que debía hacer. Tal vez debería llevarlo al hospital rápido, pero recordé que según Scott, yo no sabía nada sobre su enfermedad.
Scott me enseño la casa en donde vivía, le dije que se quedara adentro mientras yo tocaba la puerta.
Quien me abrió fue una mujer menuda, cabello cobrizo, ojos pardos, una que otra arruga en el rostro, pero su rostro cultivaba algo que me hacía preguntar si era de verdad la mamá de Martín.
-¿En qué te puedo ayudar? –me preguntó con una voz dulce.
-Hola –no sabía cómo decir lo que iba a decir –, usted realmente no me conoce… Soy compañera de clase de Martín y estaba en el Café en dónde él y su hermano trabajan y me encontré a Scott y de repente se sintió mal y no sabía qué hacer y…
Con forme mis palabras eran dichas, su rostro cambió totalmente.
-¿En dónde está mi bebé? –me preguntó histéricamente.
-Está en mi coche –señale que estaba justo al lado de la acera –, está pálido y no sabía qué más hacer.
Mi cara de horror fue reflejada en sus ojos y le gritó a alguien que estaba adentro de su casa, y este salió disparado hacia la puerta. Era de apariencia mayor, tenía algunas canas y su mirada me recordaba a Martín… tenía que ser su papá. Ambos salieron hacia la acera y yo abrí la puerta del copiloto para sacar a Scott, el me vio una última vez y sus ojos me dieron las gracias, lo supe.
Lo entraron a la casa y la mamá de Martín me invitó a entrar, lo más prudente era decir que no e irme a mi casa, pero tenía una preocupación tan grande que no sabía que hacer más que aceptar. Me senté en el sillón de la sala, debatiéndome a no llorar pues los papás de Scott estaban arriba con él. El resto de la casa se oía vacía. De repente, la puerta se abrió y salté del lugar para ponerme en pie. Cuando se cerró, Martín era lo único que podía ver. Su rostro al verme se tornó confuso y me atacó.
-¿Kate?
No dije nada.
-¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo sabes en donde vivo?
Se fue acercando hacia mí y yo no sabía si gritarle que ahorita su hermano era más importante que mí mera presencia en su casa. Su padre, desde lo alto de las escaleras, habló:
-Ella lo trajo a casa, hijo.
En ese preciso instante su rostro cambió, era algo como confusión y ternura, como dolor y agradecimiento… no sabría decir, pero su tono cambió cuando me dijo:
-No te muevas, ya vengo –y salió disparado hacia las escaleras.
Estaba bastante confundida, pero obedecí. Me senté y oía pasos y pasos arriba. También oí cómo hacían cientos de llamadas y en cuestión de casi media hora, su mamá bajó.
-Disculpa, Kate, toda esta descortesía hacia ti –se disculpó con las mejillas coloradas, y por la manera en que respiraba estaba un poco cansada así que se sentó a mi lado.
-Oh, no tenga pena, señora… –me detuve, puesto que no habíamos sido presentadas… pero ella ya sabía mi nombre – ¿Kate?
-Oh sí, Martín y Scott nos han hablado de ti haya arriba –sonrió –Llámame Cath, y nada de “señora” por favor, no me gustan los títulos.
Parecía tener un buen humor a pesar de saber cuál sería la situación justo arriba de nuestras cabezas. Es más, tenía mejor humor que yo que no estaba vinculada hacia Scott. De pronto, unas sombras en lo alto de la escalera nos alertaron: era el papá de Scott con él en brazos, seguido por Martín. Nos paramos en cuestión de segundos y él solamente se dedicó a mirarme con ternura, darme las gracias de nuevo y a salir por la puerta que Martín ya tenía abierta.
No me dijeron nada y la confusión inundaba en mi cabeza hasta que Cath me habló directamente.
-Llevaremos a Scott al hospital más cercano –me dijo y tomó mis manos entre las suyas fuertemente; miró a Martín cuando volvió a hablar –. Hijo, quédate con ella.
Martín asintió, sin pesadez alguna y acompaño a su madre hasta la puerta. Consideré que mi presencia en esta casa no era requerida, además que sería incómoda, pero no quería dejar a Martín solo… con sus pensamientos, simplemente no lo haría.
Cuando regresó Martín, yo estaba de pie frente a la ventana, viendo cómo metían a Scott en el auto y cómo su mirada vacía me provocaba dolor. La respiración de Martín detrás de mí me exaltó, así que me giré de inmediato. Él estaba sentado en la otra esquina del sofá, viendo hacia el suelo, hacia la nada… No prestó atención alguna al ruido del motor encendiéndose ni a cualquier otra cosa que no fuera las rajaduras de los azulejos del suelo.
Me senté a su lado, sin decir nada, sin saber qué decir mejor dicho.
-¿Quieres que me vaya? –pregunté sin pensarlo. –Digo, puedes querer estar so…
-No –me interrumpió, e inconscientemente su mano se posó sobre la mía –, no te vayas, te lo ruego.
Y me vio. Su mirada decía más de lo que él estaba diciendo en ese momento, y aunque no lo supiera él, yo podía comprender su dolor… yo podía. Mi instinto y mi acto reflejo, fue abrazarlo. Y eso hice. Entorné mis brazos, incómodamente debo agregar, en torno de su cuello mientras él poco a poco empezaba a soltar cada lágrima que llevaba contenida dentro de si.
Dijo un montón de cosas entre sollozos, algunas no entendí, pero entre otras insistía que él no quería ser testigo de todo lo que su hermano sufría, que él no quería quedarse sin hermano… que su padre había empezado a tener los síntomas hace unas semanas, pero que igual Scott era mucho más joven y tenía muchas cosas por delante.
La realidad era que Martín se sentía frustrado, se sentía impotente y eso a leguas se podía notar. No vi ningún contra de quedarme con él un rato, al fin y al cabo, él me necesitaba más que cualquiera ahora.

Pasaron los minutos, y sus sollozos se convirtieron en repiqueteos de sacudidas en su cuerpo, pero nada más. Luego, bruscamente se separó de mí y caminó hacia el baño, imaginé que se había avergonzado de haber llorado enfrente de una chica, pero ese era un cliché que no discutiría con él. Cuando salió del baño, regresó a sentarse a mi lado.
-Gracias –musitó.
Y no contesté porque realmente no sabía qué decir, hice lo que me gustaría que hicieran conmigo si me ven en una situación así. Solamente tomé su mano y la apreté mirándolo a los ojos. Me ofreció algo de comer y en ese momento me di cuenta que no había comido nada en toda la mañana.
-¿Qué quieres? –me preguntó levantándose un poco más armonioso. Me ofreció su mano para ponerme de pie del sofá –. Tengo varias dotes culinarias, sin alardear claro… sé cocinar cereal… y cereal… y –me miró de manera misteriosa –el cereal me queda muy bien.
-Oh por Dios –fingí asombro mientras contenía la risa –sabes muchas cosas, pero me quedaré con el cereal.
-Está bien –sonrió al ver que le seguía el juego y me dijo que lo acompañara a la cocina. Estaba pasando las escaleras hacia la derecha.
Se dedicó a sacar la leche del refrigerador y a bajar una caja de cereal de colores, de esos que les das a los pequeños. Quise saber, por inercia, qué pasaría con Scott, pero no consideré prudente hacerlo.
-¿Por qué tan callada? –preguntó mientras vertía leche en dos tazones.
-Supongo que son cosas que no se ven todos los días –no pude evitar decir lo que pensaba.
-Lo sé –dijo, como si se hubiera preferido que yo no fuera testigo de nada de lo que había ocurrido ese día. Llevó los tazones a la mesa, que estaba justo a un lado de la cocina y me invitó a tomar asiento mientras sacaba unas cucharas. Cuando me senté, saqué el teléfono porque me estorbaba en el pantalón y vi que todavía eran las once de la mañana.
Durante el desayuno improvisado, Martín empezó a hablarme de su vida con el trato de que yo también le contara algo de la mía. Era curioso haber estado estudiando la secundaria en el mismo lugar, compartir una que otra clase y nunca habernos tomado el tiempo de siquiera saber el nombre del otro.
-Habla por ti –dijo cuando se lo comenté en voz alta –. Kate, yo si he sabido tu nombre desde hace mucho tiempo.
-Ah, sí, sí –acepté de mala gana –mi maldición de ser hija de un abogado, sí.
-Bueno, sí –admitió, pero tuve el presentimiento de que se trataba de otra cosa aunque lo dejé pasar –, por lo tanto eso te convierte a ti en una persona egoísta y distraída.
Estaba a punto de defender mi nombre cuando mi teléfono vibró en la mesa. Ambos nos quedamos callados, yo más que nada al ver que el nombre “Sebastián” se leía en la pantalla. El teléfono vibraba por toda la mesa y nadie hacia nada por evitarlo. Al levantar la mirada de este y ver a Martín, noté que él no sabía de quién se trataba y me miraba extrañado… tal vez era por la expresión en mi rostro y por el hecho de que no hacía nada por contestar.
-¿No vas a contestar? –preguntó en el momento en que se levantó llevando su plato y el mío hacia el fregadero. En ese mismo instante, presioné el botón “Ignorar” mientras el nombre se desvanecía de la pantalla.
-Devuelvo la llamada luego –dije mientras me acercaba a la cocina tratando de que la sangre regresara a mis piernas.
-Deberías devolvérsela ahora –dijo mientras se dedicaba a escrutar los platos escurrir –. Que yo sepa, Sebastián no es alguien de mucha paciencia.
Y el aire que llevaba conteniendo en mis pulmones salió.
-¿De verdad me crees tan ingenuo? –dijo mientras secaba los platos y los guardaba en la alacena.
-Nunca dije eso –me defendí.
-Lo que sea –replicó –, insisto, deberías devolverle la llamada.
-La verdad, Martín, no tengo por qué hacerlo.
-¿Por qué no? –frunció las cejas.
-Porque no le tengo que dar explicaciones a nadie –solté enojada. ¿Por qué tenía yo que dar la imagen de la novia que siempre le dice a su novio a donde va? Y aun así, él ya no era nada mío.
-Está bien, tranquila –se aproximó hacia mí y tocó mi brazo desnudo como gesto tranquilizador. La electricidad que surgió del tacto entre yo y Martín era algo realmente extraña, no era algo cómo lo que sentía cuando estaba con Sebastián… era algo menos ¿carnal? Me generaban ganas de pasar tiempo con él, de hablar de lo que fuera. Inconscientemente, vi su mano sobre mi brazo y él, al notar que lo observaba, lo retiró.
-Creo que lo mejor sería irme –dije levantándome de la mesa, mientras oía el caer de los platos sobre el agua y el correr de sus pies en el momento en que me dirigía hacia la puerta.
-¿En serio? –me preguntó con ojos un poco decepcionados o tal vez avergonzados.
-Sí, tengo que terminar tarea y no quiero molestarte más –agaché la vista.
-No me molestas, para nada –explicó –, pero si así lo deseas.
Asentí y antes de salir por la puerta, un sentimiento de ingratitud empezó a crecer dentro de mí, así que me volví y lo abracé. Sabía todo lo que había estado pasando con lo de su hermano y yo sabía que él estaba preparado para lo “peor”, pero digan lo que digan… nadie lo está. Él me devolvió el abrazo y recostó su frente en mi hombro, murmurando cosas que no podía entender. Hablaba entre dientes, y su cuerpo empezó a temblar y sentí gotas cayendo por mis brazos.
Por lo que me quedé. Se había desmoronado en mis brazos y estaba sollozando como un niño pequeño, así que lo más cruel de hacer era irme y no iba a hacer eso, no lo iba a dejar solo. No quería. No era muy amiga de él, y eso él lo sabía… pero cualquier persona que vea a alguien llorar de ese modo, estaría dispuesta a consolar.
Luego de que se tranquilizara, se quedó rotundamente dormido en el sillón. Por suerte, había una colcha por debajo del mueble del televisor y se lo coloqué mientras iba a buscar algo que comer a la cocina. Cuando estaba ansiosa no hacía más que comer, era lo único que me tranquilizaba un poco. Cuando de repente, el bolsillo de atrás de mi pantalón vibró y saqué mi teléfono para ver quién llamaba… Era Sebastián de nuevo.
No podía declinar la llamada nuevamente, por lo que me armé de valor y contesté:
-¿Diga?
-Kate –dijo del otro lado. Su voz quemó cada uno de mis sentidos que aun se mantenían cuerdos por el momento.
-¿Si? –cortante, si así.
-Te he estado llamando toda la mañana –comentó como si entre nosotros existiera una relación de sana convivencia.
-Lo noté. No estoy lista para hablar contigo, Sebastián –murmuré, no quería despertar a Martín.
-Pero yo sí –su voz parecía un poco rota –, ¿en dónde estás? Quisiera hablar contigo.
Esta situación estaba mal en todos los ángulos posibles. Era para mí imposible decirle que estaba en la casa de Martín sin que pensara que era una cualquiera que únicamente terminé con él para ir a revolcarme con alguien más… o al menos estoy segura de que él usaría esos términos.
-No insistas, por favor –le rogué.
-Pero Kate, te estoy diciendo que ya cambié –ahora sonaba un poco histérico –y que lo podemos volver a intentar y…
-Sebastián, óyeme –pedí tratando de que mi voz no se quebrara –, si hice lo que hice fue para darme a mí un poco de tiempo, no a ti. Son muchas cosas las que tengo en la cabeza y no es sano para mí, y mucho menos para nosotros.
-¿Y qué es todo eso que tienes que pensar, eh? –y todo el “progreso” que decía decir que tenía se derrumbó –¿Acaso tiene que ver con Martín?
-Y si así fuera, ¿qué? –Lo reté –No estoy haciendo nada malo. Eres tú el que cuando lo dice así, suena como si te estuviera apuñalando por la espalda.
-Lo estas haciendo en este momento –respondió, secamente pero su respuesta me dejó sin aire.
-¿Ves? Eso es lo que necesito pensar –creí que rompería a llorar –. Me haces daño, Sebastián… ¿Y sabes qué es lo peor?
Se quedó en silencio como alentándome a seguir.
-Que así te quiero con toda mi alma –y colgué.
Esta situación era bastante ridícula. Yo lo quería, y me imaginaba que si él estaba dispuesto a hablar conmigo, pues él me quería también. Pero esto ya había llegado a algo muy tonto, a algo sin sentido. ¿Cuál era la necesidad de que yo me alejara de Martín? ¿Cuál era el pasado que ambos me estaban ocultando? ¿Por qué Sebastián enloquecía cada que mencionaba a Martín?
El susodicho no había demostrado ser nadie peligroso, es más era Sebastián quién había resultado peligroso con todos esos ataques de furia que no estaba dispuesta a tolerar. Todo esto me estaba derrumbando poco a poco por dentro, y la situación de Scott hacía desvanecerse todo lo que tenía a mí alrededor y preocuparme por él.
Todo eso era tanto para una sola persona, por lo que me derrumbé. Ahí, en el suelo de la cocina de Martín sollozaba como loca, como desesperada… estaba harta. Ya no quería, estaba cansada, quería que todo esto, absolutamente todo se desvaneciera y en su desaparición al fin yo pudiera encontrar la paz que no tenía desde hace ya varios meses.
Unos brazos me recogieron del suelo y me dieron paso a un abrazo cálido. Entre las lágrimas no podía evitar ver el rostro de Martín, siempre con esos ojos que parecían querer convencer a todos de que todo estaría bien… a todos menos a él. Me estrechó contra su pecho y me deje llorar en él. Me dejé inhalar su olor, un olor tan peculiar a él, algo como una mezcla entre café y una mañana soleada. Era sumamente raro. Pero no cedí. Me seguía chitando en mí oído, pero yo seguía llorando cual niña de quince años.
-Heeey, heey –trató de llamar mi atención – ¿Qué pasa, qué pasa?
-No entenderías –dije entre llanto.
-Déjame adivinar –dijo bromeando – ¿Sebastián?
Escudriñe sus ojos retirándome de su pecho y lo miré tan confundida, ¿era tan predecible todo esto?
-Sí, pero la verdad es que todo esto está fuera de tema –dije queriendo salir de sus brazos, pero al mismo tiempo no lo deseaba. Me sentía tan bien ahí, pero sabía que no era correcto sentirme así… por las razones que fueran, yo no debía sentirme bien con Martín, no tan bien.
Mi error fue no salirme de sus brazos, y eso desencadenó una serie de eventos que hubiera querido detener. Él no respondió, lo cual me preocupo pues sus manos escudriñaban mi espalda y sabía que él se había percatado de que estaba tensa. Retiró una mano de mi espalda y acomodó un mechón de mi cabello tan espontáneamente detrás de mi oreja, lo cual me puso aun más dubitativa de lo que ya estaba.
Mi respiración se volvió entre cortada. La mano de Martín se colocó en mi mejilla, con su pulgar haciendo círculos pequeños en ella. Se hundió en mis ojos, mientras que a mí no me pareció incómodo… es más, me hubiera resultado más incómodo de haber alejado mi vista lejos de la de él. Con la otra mano que tenía en mi espalda me acercó un poco a él, mientras que puse muy poca resistencia ante eso. Él se acercó un poco más y lo que había entre nosotros eran solamente centímetros. Pero, ¿qué hacer cuando tu mente dice “quiero” y tu cuerpo obedece, pero moralmente sabes que estas mal?
Su vista bajó hacía mis labios y quería romper a llorar, lo que mi cuerpo sentía era demasiado. Fue en el momento en que él habló cuando descartó cualquier pensamiento que tuviera.
-No lo voy a hacer si tú no quieres –susurró muy bajo, tan bajo que estaba segura que solo yo hubiera escuchado sus palabras si es que la habitación se hubiera encontrado poblada de gente.
Y recayó todo el peso en mí. Así que si pasaba lo que se miraba que iba a pasar, sería totalmente mi culpa. Una muy buena jugada por parte de Martín, dejarme a mi y a mis pequeños demonios batallar conmigo misma, sabiendo que tuve la oportunidad de escoger.
-No sé si sea lo correcto –las palabras salieron de mi boca sin siquiera pensarlo, sin siquiera pensar en el daño colateral que tendrían.
-No pregunté eso –dijo seguro de sí mismo.
Él sabía lo que estaba pasando por mí cabeza, yo sabía que él sabía… y él estaba jugando con lo que pensaba, y también con lo que sentía.
Se acercó lentamente, sabía que yo no me alejaría, y por eso lo hizo.  Sabía que muy en el fondo no me movería, él tomó ventaja de eso. Presionó sus labios contra lo míos, más suavemente de lo que yo imaginé, los presiono nuevamente convirtiéndolo en un beso dulce, en algo que realmente no tendría por qué verse incorrecto. Y fue ahí en dónde entendí que no estaba incorrecta del todo, es decir… ya no tenía novio, pero no precisamente había terminado con él para lanzarme a los brazos de Martín; de tal manera cualquiera me consideraría zorra o algo así, y no lo era.
Pero Martín era tan dulce, y no quiero decir que la lastima me movió a aceptar su beso, era solamente que no había nada malo en hacerlo. O tal vez todo esto era una manera de tratar de convencer a mi conciencia que en realidad sí quería besarlo…
Tomé su rostro en mis manos y lo acerqué más a mí, sus labios y los míos se sincronizaron de una manera tan rápida que no podría describirla. No era algo comparado con lo que yo había tenido con Sebastián, con él las cosas no eran iguales a esta situación… digo, sí nos gustábamos y nos queríamos, pero podría jurar que Sebastián nunca podría ser capaz de besar así.
Martín destilaba ternura al retener mi espalda con sus manos, no buscó más. Él lo único que quería era un beso, y nada más.
Cuando me separé de él, no lo hice del todo solamente de sus labios. Mis manos aún en su rostro, sus ojos encontrándose con los míos, y su mirada diciendo tantas cosas de las cuales yo era incapaz de descifrar.
-Tengo que irme –susurré, literalmente arruinando todo lo que quedaba del momento.
-Yo…
-No –lo interrumpí –, debo irme.
Me paré tratando de no ver hacía atrás, limpiando una lágrima que caía por mi mejilla antes que Martín hablara detrás de mi espalda.
-Te tienes que ir por Sebastián, ¿cierto? –supuso con la voz más dura de lo normal.
Me detuve en seco frente a la puerta, él ignoraba completamente lo que había pasado entre Sebastián y yo, y la verdad no creía que fuera prudente el momento para contar los sucesos. Me giré para ver su rostro.
-Yo no… –empecé diciendo.
-No –dijo, un poco decepcionado –, yo sé que es por él Kate.
No dije nada, porque decir algo era como avivar la llama.
-Le temes, Kate –murmuró mientras se acercó a mí, demasiado cerca pero ya antes habíamos cruzado esa línea –. Lo puedo ver en tus ojos.
Sus palabras me desconcertaron, aun cuando hubiera pasado lo que fuera yo todavía sentía algo por Sebastián, y lo quería más que a nada… y me dolía. Pero no estaba segura de si le temía. Ya había demostrado que era agresivo, pero no me molesté en prestarle mucha atención porque estaba segura de que él no haría eso, pues se trataba de mí. La duda albergó dentro de mí al cuestionarme si de verdad Sebastián sería capaz de estallar conmigo, si lo hacía cada vez que se mencionaba a Martín en la conversación… ¿pero por qué?
Agaché la vista porque no tenía respuesta a eso, no sabía qué decir. Y no haría de este momento más incómodo de lo que ya era.
-Tengo que irme –repetí como si él no hubiera hecho nada.
-Vete –me cortó en seco.
-Martín, yo… -me acerqué a él pero se alejó.
-Vete, Kate –habló mientras que su voz destilaba orgullo.
-Está bien –dije cansada de su actitud. Me dirigí hacia la puerta y me volví hacia él antes de abrirla –, si hay noticias de Scott quisiera que me dijeras, por favor.
El asintió solo una vez y atravesé la puerta. Era realmente absurdo lo que había ocurrido hoy, entré en el carro y me quedé un segundo pensando en todo, absolutamente todo. En Scott, en los papas de Scott, en la amabilidad de Cath… Y en Martín. Sobretodo en Martín. Me tenía confundida, me sentía enojada y frustrada.
Arranqué el carro y me dirigí directamente hacía mí casa, ni quería pensar en la tarea que me quedaba por hacer. Me estacioné frente a la casa y saqué mi mochila. Entré a la casa y al parecer no había nadie, todo estaba a oscuras… se parecía al día de ayer.
De nuevo me encontraba sola, batallando conmigo misma, en este rotundo silencio que me alentaba a continuar con esa batalla pues no había nadie quien me dijera si mis acciones estaban correctas. Me acurruqué en el sofá, tenía frío… aunque el clima afuera era cálido. Quería romper a llorar, quería olvidar… pero era imposible. Así que era hora de tomar valor, y enfrentar las cosas que quedaran, pero antes tenía que ordenar todo lo que sentía por Sebastián… y me atrevería a decir que a partir de hoy también tendría que ordenar lo que sentía por Martín…






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Here comes the chapter!
Ok, este cap no sé si destila tanto drama como los pasados, pero tiene un buen.
El motivo de mi ausencia es simple: me desguinzé el pie el 9/10 y que si que cuando llego al hospital el doctor que quiere enyesarme el pie, y pues lo hizo :( así que estuve con yeso las últimas tres semanas de colegio y pues ahí me toco andar con muletas -____-
Entre varios días que falté y con todo y yeso, salió este cap. Gracias a Dios, el lunes ya me quitaron el yeso y ya puedo caminar, solamente me falta terapia. Pero bueno, ahí he andado tranquila y feliz porque ya se acabó el año escolar -festeja-. Es en serio, el miercoles fuí a traer notas y oh Dios, fue tan abrumador. El tiempo pasa demasiado rápido y, oh sorpresa, ya estamos en noviembre.
Prometo escribir más, honestly, no he tenido nada bueno que hacer y serán mucho más frecuentes porque en serio quiero que vean como va esta historia.

Otra cosilla... Con el asunto de Marii... yo a ella la estimo muchísimo pues fue ella quien me dio la oportunidad de administrar un blog junto a ella y quien me inspiró para abrir el mío propio. Creanme que tener un blog requiere una como "responsabilidad", pues te comprometes con las personitas que te leen, pero también esperamos como escritoras y admons de los blogs, que en todo caso, si tuvieramos un desfalco de tiempo, que lo comprendan. Marii acaba de empezar U este año, y no creo que la universidad sea tan lijera, ella tendrá su agenda y todo, pero no piensen así de ella. Nosotras escribimos por nosotros, pero más por ustedes, entonces la verdad quisiera que tomaran eso en cuenta... Si no tuvo la oportunidad de seguir con su blog, está bien... pero dió mucho de sí para que ese blog diera frutos. Yo solamente estoy abogando por el nombre de una amiga mía.

Gracias de nuevo, a toooooooooodas ustedes que me leen, yo sé que no he de ser la mejor, pero en serio, significa mucho para mí que lean. Gracias, gracias, gracias... un beso grandototote y nos vemos prontico.

But loving him was red, burning red.

3 comentarios:

  1. Esto se está poniendo bien bueno..!!!
    Jejeje me encanta que cada capítulo tenga su
    inyección de drama..!!! Todo se vuele muy
    interesante.
    Te adoro mujer =D Anduve desaparecida
    porque entré a la Uni...!!!
    Vivió sola y todo es tannnnn diferente pero al mismo
    tiempo es genial.
    Bueno nos vemos =D
    Besitos..!!!

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  2. me encantooooooooooooooooooooooooooo
    cerré mi blog:(

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  3. Lo último es de Taylor, verdad?
    Bueno simplemente, yo siendo Katy, ya hubiera tenido una crisis, como alguien soporta tanto drama en su vida? O:
    Pero igual me encanta leerlo ♥

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