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domingo, 1 de enero de 2012

Huir es de cobardes. Cap. 17



Y sofoqué un grito. Abrí los ojos como platos. Tenía esos mismos ojos delante de mí. Martín. Él estaba ahí, en el Spring Break. Y me daba por ignorante sobre todo lo que paso esa noche, si es que sabe realmente lo que paso esa noche. Martín era el bar ténder…

-Estuviste ahí –tartamudeé. Es más, creo que con dificultad me entendió.

No dijo ninguna palabra, se quedó mirando fijamente su taza de café que en ese momento el mesero había llevado en ese momento. Tal vez solamente esperó a que éste se fuera para hablar, porque en el momento en que él se retiro hacía la cocina, me miró a los ojos.

Pero justo cuando creí que iba a hablar, solamente me sonrió tímidamente. Así que me quedé exactamente igual a como estaba en el principio, lo que sí sabía era que tal vez el secreto que compartía entre Sebastián y yo, lo supiera alguien más. Y yo no salía del asombro… y del miedo. Sí, no había ocurrido algo de mayor proporción entre Sebastián y yo, pero aún así: el temor de que alguien más supiera un secreto que creías a salvo, era una relación bastante cuestionable. Las dudas agolparon mi cabeza, mis pensamientos empezaron a correr a velocidad y empecé a imaginar cosas que…

-¿Qué fue lo que viste? –exigí saber.

Y con un rostro prepotente, insinuó:

-¿Qué quieres decir? –alzó una ceja, sarcástico.

-No estoy para bromas, Martín –me estaba exasperando.

-¿Y esa noche si estabas para bromas con Sebastián, verdad Kate? –habló subiendo el tono y varios nos voltearon a ver.

-Que paso o no esa noche no es de tu incumbencia –solté las palabras arrepintiéndome en el mismo instante. Yo estaba cien por ciento segura de que él entendía que la situación había pasado a mayores en esa noche, o en peores casos: que de lo tan ebria que estaba, Sebastián hasta pudo haber abusado de mí. Sabía que la mente de Martín corría rápido, tan así si fue capaz de hacerme recordar cosas que me había limitado a omitir.

Quería explicarle que nada había pasado y que tal vez su odio hacia Sebastián provenía de ahí. Pero luego entendí que no tenía que explicarle absolutamente nada, ni aunque él lo quisiera. Otra cosa fuera si me lo pedía con amabilidad, pero ese no era el caso. Su rostro denotaba furia, tristeza, y sobre todo confusión.

-Yo sé que estás consciente de eso, Kate –escupió con odio.

-Deja de meterte en mi vida, ¿quieres? –Grité casi exasperada, y fue casi inevitable que varios me voltearan a ver cuando me paré de mi silla de un salto –Olvídalo de una vez por todas. Si no me afecta a mí, no le tiene por qué afectar a alguien más. ¡Es mi vida!

Y salí de la cafetería, como había estado saliendo últimamente de cualquier lugar: con alguien gritando mi nombre en mi espalda. Ya estaba cansada de la situación, pero esta vez no tenía por qué detenerme, Martín no era nadie en mi vida y no lo sería si seguía insistiendo con eso.

Aún no podía darme el lujo de llegar a mi casa como si nada, por lo que marqué rápido a Julia mientras caminaba en la oscura calle, con varias personas yendo a casa, o caminando por ésta misma por simple placer.

-¿Diga?

-¡Julia! –grité cuando al fin me contesto.

-¿En dónde andas metida? –susurró y me pareció oír un portazo.

-¿Ya se fue Stuart? –pregunté mientras disminuía el paso cuando me acerqué a mi casa, me giré para ver si Martín por si acaso me había seguido, y aparentemente no lo había hecho.

-Ya –me advirtió Julia –, pero tu madre está furiosa contigo.

-¿Se dio cuenta?

-¿Y cómo no lo iba a hacer? –habló con sarcasmo.

-Ya estoy enfrente, te veo arriba.

Y admito que tuve que armarme de suficiente valor para poder siquiera meter la llave en la cerradura, pero la puerta se abrió de golpe y tenía a mi madre, un poco molesta. Mi madre no era de esas que se enojan y ponen cara de estreñidas, no; primero le gustaba oír cómo me sentía y la razón del por qué actué como había actuado, y luego con calma me decía que no tendría que haberlo hecho y blah blah.

Pero su rostro estaba demasiado confundido, y su expresión aún más. Lo que estaba haciendo era hacerme sentir mal, y lo estaba logrando.

-Kate… –pronunció.

-Mamá, si quieres que me compadezca por papá, no lo vas a lograr –solté mientras entré esquivándola y yendo hacía la cocina. Oí como me seguía con pasos lentos cuando se recostó en una pared del comedor viendo cómo rebuscaba en el refrigerador. En ese silencio incómodo me pregunté en dónde estaría metida mi tía, para un poco de ayuda. Calenté un poco de pollo que había en un hermético y lo miré fijamente mientras giraba en el microondas, intentando no darme la vuelta para verle la cara a mi madre.

-En más de algún momento tendrás que verme a los ojos –soltó.

Era casi escalofriante la conexión que teníamos, pero a veces le daba gracias a Dios de que no fuera tan profunda y de ese modo, a veces, y solo a veces, pudiera disfrazar mis sentimientos.

-¿Y qué quieres que diga? –dije sin girarme.

-¿Por qué huiste? –quiso saber con su voz natural llena de duda.

-Yo no huí –bufé.

-¿Y entonces cómo se llama eso que hiciste hace unas horas? –exigió una respuesta, incluso cuando no tenía respuesta para tal pregunta. Se hizo silencio y lo único que lo interrumpió fue el pitido del microondas finalizando su ciclo. –Y aún no entiendo de qué era exactamente de lo que huías, porque tú padre solo…

¿Así que no le había dicho? Ese hecho me enfureció un poco más, pero a la vez me tranquilizó porque no se armó gran escándalo como yo esperaba.

-¿Qué dijo papá exactamente? –pregunté mientras incontrolablemente me giré para ver su rostro. Estaba un poco apagado y ahora ella estaba sentada en las sillas del desayunador.

-Dijo que quería pedirte una disculpa –dijo frotándose las manos. Era increíble que llegáramos a extremos para que mi padre cediera un poco de su orgullo y se disculpara. Mi madre añadió –: Yo creo que se refería a su reacción con Sebastián.

Y bueno, sí. También él tenía que ver con todo esto, pero es que… la verdad era que estaba frustrada. Nunca quise que papá reaccionara así ante la noticia de Sebastián, nunca quise enojarme con Sebastián, nunca quise que esa ida al hotel saliera mal y mucho menos que yo terminara con gran coraje hacia mi padre y a esa típica recepcionista. Y a todo esto, estaba dejando a un lado el hecho de que Martín estaba casi por sobre de mí con tal de que yo me alejara de Sebastián, cosa que aún no lograba a entender del todo bien.

Debido a todo lo que tenía en la cabeza, no pude evitar no suspirar y agachar la cabeza cuando me di cuenta de todo lo que había pasado en unas cuantas horas. Parecía una película de terror, y si en todo caso yo no era el monstro que complicaba todo, entonces sería la cobarde que pudo hacer mucho, pero como huyó… todo se llevó a la ruina.

-¿Por qué huiste, pequeña? –habló mi madre. Y noté que la tenía enfrente de mí con sus manos en mi rostro limpiando varios surcos de lágrimas que caían de mis ojos, ¿era posible que no me haya deshidratado ya?

Pero no hablé, estaba harta de que me preguntaran qué tenía cuando ni yo misma lo sabía. Me alejé y me deshice de sus manos como pude, aún soltando lágrimas.

-¿Por qué huyes, Katherine? –exigió mi madre con tono autoritario, supuse que un poco cansada de ver mucho y no oír palabra alguna.

-¡No estoy huyendo! –Le grité –¿Qué acaso no me ves? ¡No me he ido a ningún lado!

Y de un segundo a otro, tal y como sentí cuando Jasmine lo hizo, mi madre me golpeó la mejilla. Y de la manera en que el golpe dirigió mi cabeza hacia la izquierda, ahí misma me quedé estancada de la conmoción. Mi madre jamás en la vida me había pegado, y ya lo había hecho… ¡y por algo tan pequeño!

Fue casi inevitable que los ojos se me llenaran de lágrimas, y para cuando volví la cara y vi su rostro, ella tenía la palabra “arrepentimiento” grabada en su frente. Tenía los ojos húmedos y se llevó las manos al rostro, tratando de ocultar la vergüenza. Me toqué la mejilla que me había abofeteado y juré que pude sentir como ardor, o algo así. Cuando sentí la punzada, cerré los ojos, dejando que las lágrimas escaparan y cuando los abrí, ella quería avanzar hacia mí…

-Kate…

Estiró una mano, pero como un reflejo me retiré de ella.

-No –susurré con la cabeza gacha y alejándome poco a poco mientras estallaba en llanto –. ¡No!

Y salí de la cocina a toda velocidad hacia mi cuarto, cerrando de portazo detrás de mí. Me tumbé en la cama, sobre las almohadas y empecé a llorar. ¡Es que no era justo! ¿Por qué todo, en este preciso momento, se tenía que sobrevenir sobre mí? ¿Qué acaso Dios no sabía que yo no tenía las fuerzas suficientes para sobrepasar todo esto?

Lloré, grité, estallé, y creo que casi me ahogaba, pero no me importó que media casa me oyera, necesitaba con todas mis fuerzas desahogar toda la frustración que llevaba dentro al tratar de hacer algo bien, algo por el bienestar de todos y que al final saliera patas arriba. Y de pronto, tocaron a mi puerta.

-¿Kate? –dijo Julia, entrando.

-¡No! –grité mientras empujaba de nuevo la puerta y la dejaba a ella afuera.

-Por favor, déjame entrar –suplicó.

-¡Déjame sola! –le pedí entre lágrimas. Y no oí absolutamente nada más. Poco a poco, me fui resbalando por la puerta hasta quedar sentada, y llorando.

La verdad era que no había una manera más patética de verme. Si es que “patética” era la palabra adecuada. Me tumbé en el suelo frío, tal vez así me lograba tranquilizar un poco, o meditar las cosas. Todo estaba tan mal que ni podía enumerar la cantidad de cosas que había arruinado ese día. Había alejado a mi padre de mí, había huido, le había gritado cosas a Martín, cosas que tal vez no tenía derecho a oír, y le había gritado a mi madre que fue lo que había hecho estallar el vaso al haber reaccionado ella de esa forma.

Estaba alejando a todos aquellos que se suponía que se preocupaban de mí, por creer que no lo hacían. Incluso a Julia. Quería meter la cabeza en mis sábanas pero existían dos contras: la primera era que no tenía la fuerza suficiente como para siguiera llegar a mi cama y la segunda era que si me ocultaba en ellas, de la misma manera tendría que salir. El mundo era cruel, pero no escuchaba que las personas se quejaran constantemente como yo lo había hecho tantas veces este día. O aprendieron a no sorprenderse tan fácilmente, o la vida les pegó tan duro que ya aprendieron a levantarse de las tantas repeticiones que han tenido.

Y yo aquí, escondida en mi cuarto. El mundo estaba hecho de pruebas, y estaba hecho para que “valientes” las sobrellevaran, no “cobardes” que huyeran. Huir era de cobardes, y la pura verdad era que yo estaba huyendo.

Hui de cualquiera que haya querido ser la explicación de mi padre, hui de cualquiera que haya sido la razón de Martín para creer que Sebastián no me convenía e incluso había huido de mi madre cuando quiso arreglar e intentar descifrar mis pensamientos, a las buenas. Había huido de todas las oportunidades que la vida me había brindado de saber cosas, de las oportunidades servidas en bandeja de plata, por así decirlo. ¿Cómo alguien en su sano juicio puede huir de algo así?

Si me lo preguntan, a mí, no sabría decirles, pero supongo que el miedo me estaba carcomiendo cada uno de mis huesos. El miedo a que esas oportunidades me cambiaran la vida, pues no quería; estaba satisfecha con lo que la vida me había dado y sabía que cualquier cambio lo estropearía, pero al pensarlo bien… ¡Yo había sido quién lo había estropeado todo desde un principio!

Lo único que le pedía a Dios era que todas aquellas personas a quienes había lastimado, pudieran entender mi cobardía, mi falta de valor, el por qué hui. Una persona como yo no estaba mentalmente capacitada para todo esto, y así lo demostré, derrumbándolo todo. Me dolía porque todos esperaban que madurara, que me comportara como una adulta y mientras yo lo intentaba, mi alma poco a poco se agrietaba y era solamente cuestión de tiempo para que se partiera en pedazos.

Tenía una decisión final hacia todos estos pensamientos: “No huir”. Y así lo iba a hacer, al menos a tratar. Lo primero que quería hacer era hablar con papá, pero eso sería posible hasta en la tarde. Luego, si podría, hablaría con mi madre, le pediría perdón y entendimiento hacía mí. Y por último hablaría con Martín, decisión no tan bien pensada del todo, pero quería sacar ese “alfiler” de mi pizarra de “pendientes”. Me abrumó el miedo por tal vez no querer saber lo que tenía que decirme Martín, o lo que pensaba, pero estaba segura que fuera lo que fuera, mi amor por Sebastián no cambiaría. En estos momentos era cuando él me tenía sujetada a la tierra, cuando más dependía de él. Y así como lo fui pensando, caí en un profundo sueño en donde dominaba la oscuridad. Tendida en el suelo frío respiré acompasadamente hasta la siguiente mañana…

La luz tenue entró por la ventana, haciendo que mis ojos se sintieran pesados, como si no hubiera dormido absolutamente nada. Desperté tendida en el suelo, tratando de respirar un poco antes de levantarme y sentía los ojos hinchados, supuse que había llorado hasta caer dormida. Me vi en el espejo de la puerta y lucía fatal: tenía un poco de máscara corrida por los párpados y los ojos hinchados como lo presentía. Tomé una toalla, aun no muy consciente de la hora, y me dirigí al baño para darme una ducha. En el pasillo me encontré a Julia y no fui capaz de sostenerle la mirada; tal vez era porque mi aspecto era del asco, o porque en realidad me sentía mal al haberla alejado.

-¿Cómo amaneciste? –preguntó ansiosa, casi ignorando lo de anoche.

-Cansada –musité.

-Te ves fatal –replicó en cuanto vio mi aspecto.

-Gracias –forcé una sonrisa –. Oye, lo siento por lo de anoche, es solo que yo…

-Tranquila –sonrió –entiendo que no querías ver a nadie y honestamente, me salvaste pues no tenía ninguna palabra de aliento adecuada.

Su sinceridad parecía avergonzarla, pero a mí me confortó.

-Oye, ¿y mi madre? –pregunté antes de cerrar la puerta del baño.

-No sé nada de ella –se encogió de hombros –, acabo de despertar.

-Está bien.

Me duché queriendo que las gotas quedaran impregnadas a mi cuerpo, que me relajaran no importando qué. Pero sabía que tenía que salir rápido, no tenía consciencia de la hora y todavía tenía que cepillarme el pelo. Salí y me vestí echando una última ojeada en el espejo de mi cuarto. Me sequé el pelo, alborotándolo un poco, pero me quedó esponjado, así que mejor me hice una cola de caballo. Bajé a trompicones las escaleras, con mi mochila en la espalda dispuesta a comer y, si podía, hablar con mi madre. Cuando llegué a la cocina solo me encontré a Lucía tostando un poco de pan.

-Buenos días –exclamó al verme.

-Buenos días –busqué con los ojos en toda la cocina, y no había señales de nadie –. ¿Y mi mamá?

-Sigue dormida –dijo ausente.

Metí el rostro entre las manos, quería echarme a llorar de nuevo, pero tenía que controlarme.

-Me contó lo que sucedió ayer –dijo tratando de empezar una conversación, y cuando saqué mi rostro de mis manos, tenía el suyo muy cerca del mío y sus ojos escudriñándome intensamente. Para evitar la incomodidad, miré hacia el reloj que estaba en la cocina y vi que era tarde.

-¿Esa es la hora? –exclamé mientras ella asentía.

Salí disparada tomando mis llaves de un jalón y saliendo a la carrera. Se me había hecho tarde y no quería retrasarme. Sentí un leve ardor en mi frente y cuando entré al auto, me miré en el retrovisor y noté que no me había puesto una gasa nueva en la herida de ayer. Sentía que la frente me palpitaba y me dolía, pero decidí mejor pedirle una gasa a Louis cuando llegara a la escuela.

Arranqué y traté de controlar un poco la velocidad. Llegué a la escuela más rápido de lo que creí y me dirigí a mi casillero. Luisa y Natalia estaban charlando armoniosamente y cuando me vieron se sorprendieron.

-Kate, creímos que no… –empezó Natalia.

-¡Dios Santo, Kate! –Exclamó Luisa –Tu herida está roja y…

-Lo sé, lo sé –exclamé un poco impaciente mientras abría mi casillero y dejaba mi mochila ahí. Tomé solamente mi libro de Biología y mi cuaderno y unos lápices –. ¿Han visto a Sebastián?

-Vi su auto –respondió Natalia –, pero a él no.

Honestamente no era que me preocupara en gran cantidad, pero quería saber en dónde estaba. Luego vino a mi mente que no tenía Biología con él, pero sí tenía uno libre así que podría verlo ahí. La herida me palpitó de nuevo, y recordé que tenía que ir a enfermería.

-Tengo que ir a enfermería –cerré mi casillero –, ¿las veo en Biología?

Ambas asintieron y me encaminé a enfermería, un poco presurosa. Mi mente estaba totalmente aturdida, no había logrado hacer nada de lo que quería hacer hoy. Primero quería hablar con mis padres, pero ni con mi madre había podido hablar en la mañana así que tendría que hablarle en la tarde, igual que con mi padre. Pero todavía quedaba un cabo suelto: Martín. Podría ir en su busca, pero mi corazón sentía que debía hacerlo sin que los ojos de Sebastián pudieran notarlo. Sí, era como ocultárselo, y honestamente no me sentía bien al ocultarle algo, pero tenía que investigar. Además, era información sobre Sebastián, información que, independientemente de si fuera real o no, tendría gran significado para mí.

Cuando llegué a la enfermería toqué y la dulce voz de Louis me indicó que pasara adelante. Abrí la puerta tímidamente y asomé mi cabeza.

-¡Querida! –Exclamó al verme, me haló hacia adentro y me abrazo –Espero no estés enfadada conmigo por lo de ayer.

-No, no –negué –. Igual, tendría que haberme topado con las preguntas de Sebastián luego de un tiempo y solamente me lo ahorró.

La verdad es que sí estaba un poco enfadada, sí ella no hubiera usado su “plan” para que Sebastián oyera nuestra conversación, no hubiera discutido con él, pero eso ya no importaba porque ya todo estaba bien.

-Me alegro mucho –sonrió cariñosamente –, pero esa herida no se ve muy bien, ¿te has puesto gasas?

-Sí –asentí –es solo que hoy salí demasiado tarde de la casa y no me dio tiempo para poder ponerme una limpia. Por eso vine aquí…

Y deje la frase en el aire en el mismo momento en que ella se levantó de su silla detrás del escritorio y corría hacia una estantería llena de cosas médicas.

-Siéntate y terminaré contigo en cuestión de segundos.

Y eso estaba esperando porque tenía que llegar a mis clases. Y así fue: Louis terminó más rápido de lo que cantaba un gallo, literalmente. Me ofreció un caluroso abrazo de despedida y me envió directamente a mis clases, con órdenes estrictas de no desviarme. Incluso si el obstáculo se llamara “Sebastián”. Llegué justo a tiempo y me senté en mi lugar dos minutos antes de que la maestra llegara.

Cuando entré, pude sentir la mirada fulminante de Jasmine perforando cada uno de los poros de mi piel. El resto de la clase, bueno a ellos no les importaba mucho qué me pasara o qué me dejara de pasar, así que estuve más que todo tranquila. La clase transcurrió con un aburrimiento de tamaño proporcional y mi menté divagó una que otras veces al tocarme la gasa. Mi maestra se acercó para darme una hoja que había entregado el día anterior y para desearme una pronta recuperación, incluso cuando le sorprendió verme en su salón.

Cuando la campana tocó, le pisé los talones a Natalia y a Luisa, quiénes iban para su casillero. Les pedí de favor que me dieran sus cuadernos de Biología y del resto de materias que compartíamos para poder ponerme al día, y lo haría en la hora libre. Sentí como mientras caminaba, Jasmine empujó mi hombro.

-Oye, ¿cuál es tú problema? –le gritó Luisa. Jasmine se detuvo, se giró, pero no regresó hasta nuestro lugar, permitiendo que todos los que estuvieran ahí escucharan.

-¿Por qué no le preguntas a tú amiguita? –soltó señalándome con su cabeza, se rió amargamente y caminó charlando con una compañera.

Ignoré su comentario y seguí mi camino hasta mi casillero, pero estaba cien por ciento segura de que ellas dos no dejarían el tema ahí. Abrí mi casillero y ellas hicieron lo mismo, en silencio. Era solo cuestión de tiempo para que…

-Enserio, no entiendo cuál es su problema –exclamó Natalia.

-Lo que no entiendo yo, es por qué razón tú no has hecho nada –sonó incrédula.

-Y no lo haré –repliqué mientras sacaba mi mochila y metía los cuadernos que me habían dado.

-¿Por qué no? –reclamaron al uniso.

-Porque no –respondí y al ver que ambas se disponían a refutar mi decisión –, y punto y final.

-¿Cómo vas a dejar que ella te trate así? –preguntó Natalia.

-No voy a dejar que me trate de ningún modo –cerré mi casillero –, ella está enfurecida porque Sebastián no le puso atención por ser inmadura y malcriada, y si me rebajo a su nivel sería exactamente lo que Sebastián detesta. Además, no hay nada más gratificante que tu rival sepa que eres feliz.

Y en eso tenía toda la razón. Jasmine estaba ardida, y le ardía verme feliz al lado de Sebastián, y que él también lo fuera a mi lado, por lo que me iba a limitar a ser algo totalmente contrario a ella. Les sonreí a ellas cuando empezaron a decir que si eso era un método de ver las cosas, no estaba del todo errónea.

-Tenemos que ir a Historia –dijo Luisa refiriéndose a ella y a Natalia –, a ti te veo en Química y a ti –se dirigió a Natalia de nuevo –, nos vemos en el almuerzo ¿les parece?

Natalia y yo asentimos y nos separamos, iba en camino a la clase del periodo libre. Tomé mi teléfono cansada de buscar con la mirada y le mandé un texto a Sebastián:

“¿En dónde estás?”

Lo envié y en cuanto levanté la vista, encontré mi primer cabo suelto del día: Martín estaba del otro lado del pasillo hablando con unos amigos y riendo a carcajadas. ¿Y si hablaba con él ahora? ¿Me consideraría muy impertinente? Bueno, no tendría que ir a soltarle mis suplicas para que me dijera todo lo que sabía, y tampoco quería parecer interesada.

“Voy camino al libre. Te veo ahí.”

Leí el texto de Sebastián como si fuera una señal, de que por lo menos tenía que saludar a Martín o algo. Hubiera dado lo que fuera por querer ver mi cara ante tal decisión, pero como impulso, empecé a caminar en dirección a Martín. Poco a poco, todos sus amigos cesaron las risas, menos él, quién por supuesto no me había visto. En cuánto me vio, dejó de reírse y puso cara de pocos amigos; no parecía tener esa expresión ayer en la cafetería.

-Nos vemos luego –exclamaron sus amigos y salieron casi huyendo cuando ya estaba justamente delante de él. Los seguí con la mirada ignorando el hecho de que estaban casi que huyendo de mí.

-¿Qué les pasa? –pregunté retóricamente.

-No sé –habló cortante.

Supuse que estaba molesto debido a mi ida fugitiva de ayer.

-Oye, solo quería pedirte perdón por… -comencé.

-¿Perdón por qué? –me cortó de inmediato, escrutándome los ojos con el ceño fruncido.

-Por haber reaccionado así ayer –admití un poco avergonzada –. No estaba teniendo un excelente día así que… lo siento.

-No importa –musitó.

Y su actitud no cambió. ¿Entonces por qué estaba enojado?

-Oye, ¿hay algo más que te molesta? –me atreví a preguntar.

-¿Por qué lo dices? –desviaba la mirada de vez en cuando, pero me miró a los ojos esta vez.

-No sé –solté intimidada por su mirada –. No eras tan rígido ayer…

Y, como un rayo, la expresión en su rostro cambió. De estar molesto y empurrado, paso a ser un rostro apacible y apenado.

-Lo siento –se disculpó –, es que…

-¿Es que, qué?

-Es que no me siento cómodo hablando contigo aquí, en la escuela –lo confesó en susurros, avergonzado por completo.

-No comprendo –era totalmente la verdad.

-Yo… –comenzó.

-¿Kate? –habló una voz detrás de mí. Me giré y vi a Sebastián, rígido y con cara de pocos amigos – ¿No dijiste que estabas ya en el salón?

Cuando habló, no despegó su mirada de Martín, mas este no despegó sus ojos de mí, mientras yo miraba a Sebastián, pues los sentía clavados en mi nuca.

-Nunca dije eso –escruté.

-Entremos –me rodeó los hombros y casi que me obligó a entrar. Intenté ver por mi hombro, pero solo pude ver a Martín de reojo, quién alzó una mano para despedirse de mí. Hubiera hecho lo mismo si en ese momento no hubiera entrado al salón, arrastrada por los brazos de Sebastián.

No dije ni una sola palabra, pero tampoco quería provocar pelea alguna. Le platiqué de todos los trabajos que tenía que hacer y me dijo que me podría ayudar. Me preguntó por mi herida, y medio jugueteó con la gasa que Louis había colocado con mucho cuidado. Estaba concentrada en la hoja de un escrito, cuando sentí su mirada en mi perfil. Odiaba cuando hacia eso porque no podía concentrarme, y siempre terminaba riéndome, y esta vez no fue la excepción.

Lo vi a los ojos y le sonreí, aunque en su respuesta fue algo tímido, o más bien: reservado. Seguí adelante escribiendo, pero aun sentía su mirada en mí. Usualmente, cuando hacia eso sabía que se debía a que sus pensamientos estaban divagando, y era un hecho de que en ese momento lo estaban haciendo, pero su rumbo era uno totalmente diferente.

-¿En qué piensas? – pregunté luego de tanta duda en mi cabeza.

-¿Estabas hablando con Martín Adams? –preguntó honestamente.

-Sí –admití mientras hacía como quien no quiere la cosa y volvía a mi libro de biología en busca de una página, obviamente lo hice para evitarme algo incómodo.

-¿Hablas frecuentemente con él? –volvió a tocar el tema de Martín.

-¿Eso era lo que tenías en tú mente todo este tiempo? –pregunté incrédula, aunque en realidad no lo estuviera del todo.

-No respondiste –se limitó a contestar.

Ahí se desvaneció mi sonrisa, y todo intento de bromear.

-No –respondí secamente –. Lo conocí ayer. Parece agradable, no sé la verdad… Me comentó que es compañero tuyo en algunas clases.

Me hice la vil y total vaca. Si iba a “investigar” necesitaba buscar información de ambos lados, si Sebastián se ponía tan nervioso ante mi amistad con Martín significaba que había algo, o hubo algo.

-Sí, en algunas –respondió ausente, garabateando en su cuaderno –. Y no es para nada agradable.

Cuando dirigí mi vista hacia él, noté que tenía aferrado el lapicero a su mano tan duro, que ésta casi se quedaba sin sangre que circular.

-¿Así? –Inquirí ignorando ese gesto – ¿Así es en todas las clases?

Y seguí buscando en el libro, “ausente”.

-No sé, la verdad… ni me interesa saber –su tono cambió y los vellos de los brazos se me erizaron –. Kate, no estoy muy seguro de que tu amistad con él sea buena idea… no sabes cómo es…

-Pues tú tampoco –trate de controlar mi tono, de no parecer tan a la defensiva de Martín –, ¿puedes dejar los celos a un lado?

-No son celos –sonó frustrado, como si yo no entendiera qué era lo que quería –, escúchame…

-Mira, si quieres que ya no me acerque a él, dímelo claramente –repliqué mientras empezaba a meter todo a mi mochila, un poco molesta, pero igual faltaban segundos para que la campana tocara de nuevo –, pero no dañes la imagen de un pobre muchacho solo porque sí…

Y me levanté, en parte para hacerlo más dramático: mala idea. Él se paró conmigo y, como era de esperarse, su altura lo hizo sonar más mandatario cuando gritó:

-¡Óyeme, Kate! –estaba casi furioso, sentía que los ojos se le iban a salir de sus orbitas. Me tomó de la muñeca con fuerza y no le importó que todo el salón nos estuviera viendo –Aléjate de él, ¿quieres? –Susurró –Hazlo por mí, ¿por favor?

Sonó absolutamente desesperado, contrariado y un poco exasperado. En ese momento, el maestro de turno llegó hacia nosotros y preguntó:

-¿Algún problema, señorita Johnson? –dijo con los anteojos cayendo por su nariz. ¿Era una broma? Sebastián me tenía sujetada a la fuerza, y su cara parecía de lunático, ¿y así se miraba algo bien? La campana sonó en ese mismo instante y me solté de Sebastián, enfurecida.

-No, ninguno señor –y fulminé con la mirada a Sebastián saliendo del salón, pero en la puerta él me llamó.

-Señor Anderson, ¿puedo robarle unos minutos de su tiempo? –pidió el profesor.

Sebastián maldijo por lo bajo y accedió a quedarse, se lo agradecí tanto y decidí no perder tiempo. Empecé a correr por los pasillos, sin aire, buscando desesperadamente el rostro de Martín. Encontré a uno de sus amigos en su casillero y corrí en su búsqueda.

-Oye –exclamé para llamar su atención.

Su cara se crispó un poco cuando me vio, pero lo disimuló bastante bien incluso cuando no me respondió.

-¿Me puedes decir en donde puedo encontrar a Martín? –cuestioné exasperada.

-¿A Martín? –Parecía incrédulo – ¿Por qué lo quieres ver?

-Eso no te importa –le corté con descortesía –, ¿me podrías decir a qué clase va?

Agachó la mirada, arrepentido de su decisión y habló:

-Está saliendo de gimnasia –musitó.

-Gracias –dije casi lista para echarme a correr.

-¡Oye! –Gritó este sujeto antes de que me fuera –Harías bien si no te involucras con Martín, digo… por su bien.

No entendí muy bien, pero no quería explicaciones. Salí corriendo hacía el gimnasio y me escondí en un pilar esperando a que saliera. Una bola de hombres salieron, todos apestosos a desodorante y de último iba Martín, iba platicando y riendo armoniosamente así que consideré dos veces lo que había planeado, pero enserio yo ya no podía esperar. Tan rápido como pude, lo tomé de la chaqueta y lo halé para el rincón del pilar, haciendo que quedara tan cerca de mí que tuve que contener la respiración, por instinto. Tenía sus ojos verdes tan cerca que si no hubiera estado tan decidida como estaba, hubiera jurado que la cosa hubiera terminado mal ahí.

-¿Qué te sucede? ¿Acaso estás…?

-¿Loca? –Terminé la frase por él –Sí, bastante.

-¿Qué quieres? –exigió saber.

-Necesito que me digas específicamente todas y cada una de las cosas que sabes de Sebastián Anderson…



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¡Feliz año, pequeños saltamontes! :D

Espero su 2011 no haya sido tan desastroso como el mío, y si lo fue tengan fe en que este será un mejor año. Qué mejor manera de empezar el año que publicando, en un símbolo de algo que haré durante todo este 2012 hasta que ustedes digan "Ya no quiero saber nada de esta aburrida historia", ahí es donde dejaré de escribir ;) Y ni ahí, solamente dejaré de publicar y eso.

Les deseo muchísimas bendiciones y una vez más gracias por este año tan hermoso que me dieron, aunque las entradas hayan sido pocas. Les agradezco de corazón, no saben cuanto.

Un minuto de silencio por quienes comienzan clases el viernes... OSEA YO. Juro que me quiero morir enserio.

Hablamos bien en la próxima entrada, porque ando de polizón en la compu de mi papá y ya me corre.

¡Besos y abrazos!


If you're gonna let me see the sun you set.

6 comentarios:

  1. oh me encanta!
    martin *-*
    siento que sabe más de lo que debería… algo malo de Sebas… genial :)
    y nos dejaste en la parte más intrigante!!! o.O
    espero con ansias el siguiente y feliz año igual!

    Sonrisas espolvoreadas!

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  2. OOOH que dientres pasa entre esos dos?
    Que dia mas terrible tuvo Kate te lo juró fue pesimo.
    Yo tambien creo que reaccionaria algo asi :D
    Y bueno feliz año (:
    Publica pronto (:

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  3. h°Oola preciosa..!!!!!
    jejejeje ya se que lo eh
    dicho un buen de veces
    pero es que cada capitulo
    es igual de genial que
    el anterior
    o incluso más jejejeje
    ya se publicaste este
    cap hace más de dos
    semanas pero las vacaciones
    y todo hicieron que me
    desconectara del mungo =P
    bueno te adoro niiña y escribe
    pronto bye!!!!!
    PD: Me encanta Martin ♥

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  4. Hola Majo amo tu blog realmente eres buena :D pero queria hacerte una pregunta no sabes si mari ya no volvera escribir capitulos de su blog THE RENESMEE CULLEN LOVE STORY por favor disculpa que te pregunte a ti se que eres su amiga pero ella no da señales de vida y somos varios los que estamos desesperados!! Sigue escribiendo nuevamente te digo que AMO TU BLOG!! :D

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  5. hola! tu blog es muy bueno pero yo soy fan de otro de tus blogs: The Reneesmee Cullen Story http://thereneesmecullenstory.blogspot.com/
    y me preguntaba si podrias escribir tambien allí ya que lo dejaste hace mucho, hablo por mi y creo que tambien por tus otras fans que te escriben a diario.
    Suerte!!!... y ya sabes no te olvides de nosotros :)

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  6. Heeey! Soy nueva por este blog, la verdad lo encontre hace unos dias y me encantó, todos los dias me he leido como 3 capitulos, hasta que pude llegar a este.
    La verdad me encanta tu blog, y no creo que deberias dejarlo (respondiendo a las preguntas de abajo)
    Y ojalá no dejes de publicar porque van ya 2 meses desde tu ultima entrada :'(
    Publica pronto
    Un beso y un abrazo
    Chica Soñadora *-*

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Hola, Soy Majo!
Comenta y dime qué tal esta mi blog?
Dime si soy buena o si simplemente debería dejarlo
:D
Grx