Me puse un
alto a mis pensamientos, esto estaba tan mal. Yo quería con mi vida a
Sebastián, y nadie tenía que cambiarlo. Nadie. Si era cuestión de elegir,
elegía a Sebastián… por sobre muchísimas cosas.
Mi corazón
se acongojó ante esa decisión… ¿Era una decisión? Y si lo era, ¿había decidido
bien? Era tonto que en realidad alguien apareciera y me hiciera olvidar por lo
que había luchado tanto tiempo. No quería perder a Sebastián, no lo quería
hacer.
Entré y
cerré la puerta, apoyándome en ella, cansada. Pero el olor a comida me invadió
y mi estomago rugió, últimamente había estado comiendo demasiado. Llegué hasta
la cocina y Sebastián estaba abriendo un empaqué de arroz chino, el cual era mi
favorito. Me encantaba la idea de que me lograra complacer solamente con
comida.
-¿Ya
almorzaste? –preguntó en cuanto me vio.
-No –mentí.
-Traje tu
favorito –dijo mientras servía dos cucharadas de arroz en cada plato.
-Lo sé
–hablé mientras lo miraba fijamente.
-¿Qué? –preguntó
gracioso.
-Nada
–respondí, mientras caminé lentamente hacia él y simulaba buscar algo de tomar.
Me acerqué a él y lo abracé por detrás. Torné mis brazos a su cintura mientras
él se exaltaba; lo estreché tan fuerte hacía mí y apoyé mi cabeza en su
espalda, cerrando los ojos, mientras él seguía sorprendido.
Dejó todo
en donde estaba y se dedicó a acompasar su respiración, lo pude sentir en su
pecho. Poco a poco giró sobre sí, pero no aflojé los brazos ni un poquito. Aun
con los ojos cerrados, él me rodeo la cintura y yo apoyé mi cabeza en su pecho.
Su respiración me mantenía alejada de cualquier pensamiento, pero sentí cuando
el apoyó su barbilla en mi coronilla.
Y nos
quedamos así como estábamos, en silencio, quietos y aún así, conectados por
nada más que un abrazo. Pero para mí era suficiente.
-¿Kate?
-No
–respondí. No sabía qué era lo que diría, pero no quería que nuestro momento se
arruinara. Había llegado a la súbita conclusión que me dedicaría a él en todos
los sentidos posibles. Y me dedicaría a ser feliz, y si mi distanciamiento era
lo que lo hacía a él alejarse aún más, iba a hacer todo lo posible por
acortarlo.
-¿Me vas a
dejar decir algo? –preguntó irónicamente.
-No
–repetí.
- ¿Puedo al
menos intentar algo?
-¿Qué? –la
curiosidad me ganó. Saqué el rostro de dentro de su pecho y lo miré a los ojos,
y me arrepentí. Me miraba de esa manera que yo tanto adoraba: cada vez que lo
hacía, parecía que sus ojos se volvían más grandes; tenía un brillo peculiar en
ellos y parecía que dijeran millones de cosas a la vez.
Su mirada
me sonrojo y sonreí por naturalidad. Sonreí como solía sonreír cuando estaba
con él; sonreí porque eso era lo que sentía: Felicidad. Y él seguía sin decir
palabra alguna, pero en estos momentos las palabras sobrarían. Besó mi coronilla
lentamente haciendo que electricidad corriera desde ese punto hasta la punta de
mis dedos; besó mi frente haciendo que mi cuerpo se estremeciera; besó mi nariz
causando cierta gracia en mí y haciendo que riera; besó mi mejilla, haciéndome
saber su siguiente parada; besó mis labios tan delicadamente que parecía que no
era él, movió sus labios acompasados a los míos mientras me acercaba más a él.
Llevé mis
manos instintivamente hacía su pecho, torneando sus hombros y rodeando su
cuello de último. Me paré de puntitas puesto que de por sí él ya era bastante
alto, y mis labios querían más. Enredé mis dedos en su pelo, acercándolo aún
más a mí, mientras sus manos ardían en mi cintura. Pero de la nada, soltó mis
labios haciendo que se desvaneciera en el aire toda sensación de satisfacción
que pudiera tener, al ser cortada tan rápido. Cuando abrí los ojos y lo vi,
supe que su respiración no era acompasada, aún seguía unido a mí en nuestro
abrazo, pero su mirada era preocupada.
-¿Qué
tienes? –mi mano fue directamente a su mejilla, en un modo de tranquilizarlo.
Él la aprisionó entre su mejilla y su hombro, en una manera de no querer
soltarme.
-Recuerdas
que yo… que yo no quiero hacerte daño, ¿cierto? –soltó con tono tímido.
-Sí, pero
no veo que tiene que ver eso con…
Me corté.
Había algo en mi cabeza que sabía que también estaba en la suya, pero la
diferencia era que a él lo estaba atormentando de una manera increíblemente
perspicaz. Me deshice de su abrazo y me alejé de él, aún no muy segura de a qué
se refería. Su mirada era culpable, y no se mostro reacio a que me alejara, es
más, parecía como si lo entendiera. No lo vi a los ojos, le di la espalada
cuando hablé.
-¿Qué… qué
quieres decir? –me abracé a mi misma porque de la nada parecía que la
habitación se hubiera inundado de una brisa terriblemente fría.
Silencio.
Me desesperé de tal manera que me volteé con brusquedad para buscar respuestas
en su mirada, y lo único que encontré fue dolor en ella.
-Responde.
-Yo... –a
leguas se notaba que estaba teniendo una pelea consigo mismo, para no hablar…
para no hacerme daño –, recuerdas el Spring Break, ¿cierto?
-Sí, pero…
-y supe por donde iba –. ¿Otra vez con eso, Sebastián?
Torcí mis
ojos debido a la desesperación y subí las escaleras. A estas alturas no sabía
si me seguiría, pero no me importaba. Entré dando un portazo en mi habitación y
dirigiéndome hacia la ventana. Las lágrimas corrían por mis mejillas y no me
moleste en limpiarlas en cuánto oí que la puerta se abría.
-Kate.
-“Kate”
¿qué, Sebastián? ¿Qué? –no me gire para verlo. La voz me fallo al sonar
quebradiza, pero le daba más drama a la situación.
-Tienes que
entenderme, por favor –pidió con voz sublime.
-Sí, te entiendo
–dije y me giré esta vez para verlo a los ojos cuando hablara –, pero ¿quién me
entiende a mí? ¿Ah?
No dijo
nada.
-No puedo
besarte, no puedo siquiera acariciarte porque tienes miedo –y lo dije. Dije lo
que había estado en mi mente cada vez que se repetía una situación como la de
la cocina –. Entiendo que la noche del Spring Break haya sido una que no
quieras recordar, pero yo te perdone, Sebastián. Te perdoné y acepte tenerte en
mi vida. No sé si tú ya te has perdonado, pero parece que no.
Lo vi fijamente
a los ojos, y su expresión parecía dolida, pero al mismo tiempo yo sabía que él
ya sabía todo lo que le estaba diciendo, y que era solamente cuestión de tiempo
para que yo explotara. Lo supo todo este tiempo.
-Sebastián,
yo… -hablé no sabiendo qué resultado tendrían mis palabras –yo te quiero. Te
quiero más de lo que en realidad imaginé hacerlo, pero todo esto me está
volviendo loca. Tú sabes más que nadie que con respecto a tu “miedo” de hacerme
daño, yo… Bueno, aún no estoy lista para “eso” –articule las comillas en el
aire –, pero no puedo acercarme a ti por miedo a que me alejes, por lo mismo.
Él se
acercó a mí, esta vez a paso seguro. Cuando estuvo enfrente mía no habló,
solamente se limitó a verme a los ojos.
-No quiero
que me alejes –susurré mientras agachaba la cabeza y la apoyaba en su pecho –.
No quiero.
Rodeó mis
hombros tratando de consolarme.
-Y quiero
que entiendas –saqué mi cara de su pecho y vi sus ojos de nuevo –que confío en
ti. Sé que nunca me harías daño. Y con respecto a “eso” –bajé aún más la voz –,
créeme que te diré cuando esté lista.
Sebastián
no hizo más que reír y abrazarme con ternura. Podría decir que estaba un poco
desilusionada, también quería saber qué era lo que él pensaba.
-Tienes
razón –tomó mi cara entre sus manos –yo nunca te haría daño.
Y me besó.
Pero era un beso muy diferente a los demás besos que me había dado, era como un
beso más libre. Sus manos bajaron hasta mi cintura mientras mis brazos
aprisionaban su cuello. Se sentía bien que al fin los dos sintiéramos lo mismo,
y de la misma manera. De pronto, él se sentó en la cama haciendo que su
estatura no me incomodara. Al ver que sentado era casi de mi misma altura, rió.
Me retiré de él porque no quería que se riera de mí, pero aún seguía atada a su
cuello.
-Gracias
–musitó mientras tomaba una de mis manos de detrás de su cuello y jugaba con
ella.
-¿Por qué?
-Por todo
esto –habló aún con mi mano entre las suyas, pero mi mirada escrutaba su rostro
–. Me refiero a que, si no me quisieras de verdad, solamente tendrías que
terminar conmigo para que todo esto acabara.
-Pero la
diferencia es que sí te quiero –dije mientras besé sus labios tiernamente.
-Por eso
–insistió –, gracias.
Sonreí de
la manera más natural posible en que alguien me hubiera hecho sonreír. Sebastián
era todo lo que alguna vez había pedido, y era mucho más de lo que alguna vez
podría tener. Jugueteó con mi mano que tenía entre las suyas y luego, la besó.
Me miró sonriendo y, cuando quiso volver abrazarme, toco un nervio en mi
estómago que hizo que me riera. Me miró sospechosamente, pero nunca le había
dicho que tenía cosquillas.
Y me atacó,
empezó a hacerme cosquillas y no podía hacer otra cosa que reírme. Y él también
reía, todo esto le causaba diversión. Era algo así como un ataque de caricias y
cosquillas, aunque de igual manera me encantaba que él fuera así. Cuando le di
a entender que ya era suficiente, se sentó en el suelo recostando su espalda en
la pared e hizo un ademán con la mano para que me sentara a su lado. Y lo hice.
Me senté a su lado cruzando las piernas y tomé su mano entre las mías. Apoyé mi
cabeza en su hombro y nos quedamos en silencio por unos minutos.
Y una
chispa saltó. Ese momento, así como estábamos, sin decir nada… era el momento
más perfecto que había tenido con él. No nos estábamos besando, ni estábamos
peleando; estábamos sentados, el uno al otro… como se supone que debe ser.
Teniendo en cuenta que yo lo quería a él por sobre todas las cosas y sabiendo
de por sí que él me quería, y que no me haría daño. Cerré los ojos, en paz
conmigo misma… feliz.
Y todo se
estropeó cuando habló.
-¿Sabes? He
estado considerando la idea de que conozcas a mis padres.
Y el balde
de agua fría cayó. Yo no estaba lista para eso, no estábamos listos para eso.
Me helé por completo del miedo, no por el temor de ya tener algo “formal”, sino
que a veces no causo una muy buena impresión. Traté de disimular mi tono de
voz, pero aún así me cuerpo se había puesto rígido y sabía que él había podido
sentirlo.
-¿Y eso
como para qué? –pregunté como quien obviamente no quiere la cosa.
-Quiero que
ellos te conozcan –habló con toda la naturalidad que podría tener –. Mis
hermanas no dejan de fastidiarme con que ya es hora de que te lleve a la casa.
-Yo… no
creo que sea buena idea.
-¿Por qué
no? –Inquirió –Conozco a tu mamá y a tu papá, a tu padre no en los buenos
términos que quisiera, pero los conozco. Conozco a toda tu familia, y quiero
que tú conozcas la mía.
Tomó mis
manos esta vez entre las suyas y me observó mi rostro, mientras yo seguía
viendo al vacio en línea recta.
-¿Cuándo?
-Mañana
–soltó la palabra naturalmente, me atrevería a decir que incluso alegre.
-¿Qué? –fue
exactamente la única palabra que pude articular que no incluyera histeria o
algo así –. Será una sorpresa para ellos, así que mejor…
-Oh no,
ellos ya lo saben –otra vez su tono relajado, cuando yo por dentro quería
gritarle –. Lo vienen planeando desde hace una semana.
-¿Y por qué
narices no me dijiste antes? –pregunté con tono un poco alterado. Me pare y me senté en la
cama, quería al menos ver su cara de indiferencia.
-Porque…
-se detuvo –porque no estaba seguro de si llegaríamos a estar juntos para ese
día.
Dejó la
frase flotando en el aire y a mí con más dudas de las que alguien debería.
-Me refiero
a que estábamos tan distanciados que creí que, tal vez… era el final.
Se paró y
se arrodillo enfrenté mía, para alcanzar mi estatura y poder verme a los ojos.
-Ya hablé
con tu mamá para pedirle permiso, y dijo que sí –sonrió como niño travieso.
-¿Cuándo hiciste
todo eso? –pregunté cuestionándome si en realidad él era aún más listo de lo
que pensaba.
-Eso no
importa, lo que quiero saber es si quieres ir.
-Está bien,
si eso te hace feliz…
-No –me
interrumpió –. No quiero que vayas porque me hace feliz, y te llegues a sentir
incómoda o algo.
-Voy porque
quiero –dije mientras le daba un beso en la frente y me paraba para ir al baño.
El se retiró y se abalanzó sobre la cama haciendo muchísimo ruido.
Cuando
entré al baño, me vi en el espejo y estaba más pálida de lo normal. Me solté el
cabello para disimularlo un poco y regresé a mi habitación. Sebastián estaba
acostado boca abajo jugando con algo que había encontrado en mi buró.
-Está bien
–dije para llamar su atención –, si quieres que vaya, mejor recuérdale a mi
madre porque si le recuerdo yo, me mandará por donde vine.
-De eso no
hay problema –aseguró con voz altanera –, y hablando de tu madre –se paró de la
cama de un salto –, mejor me voy antes de que me encuentre aquí. Yo la llamo
luego.
Baje con él
hasta el primer piso, y realmente no quería dejarlo ir. Me dijo que me dejaría
la comida china para que cenara, lo cual me enterneció. En todo lo que bajamos,
tomé su mano y en realidad me aferré a ella como si fuera mi última esperanza
de vida, mi salvación. Ya en la puerta, él lucho consigo mismo poder para irse.
-Kate, en
realidad me tengo que ir –dijo con voz queda.
-Lo sé
–dije sin soltar su mano.
-Pero sabes
que no quiero, ¿verdad?
-Eso
también lo sé –sonreí y lo besé en los labios, en despedida.
-Te llamo
más tarde –me aseguró, y solté su mano.
Cerré la
puerta, apoyándome en ella mientras cerraba los ojos y me deslizaba hasta
llegar al suelo. No sabía qué hacer ya que Sebastián se había ido, la casa se
miraba tan vacía. Y luego, apareció en mi cabeza una persona a quién había
dejado afuera durante toda mi tarde.
Martin.
¿Y ahora
qué? No me podía dar el lujo de recurrir a Martín cada que Sebastián se iba, no
lo iba a tomar como segunda opción; eso era cruel e inhumano. Pero no podía
evitar pensar en él, en la figura de su espalda alejándose y en todo lo que
pudo haber pasado por su mente al ver lo que había visto con Sebastián y yo.
Tamborileé
los dedos sobre el suelo mientras decidía si hacer lo que tenía pensado o no,
pero decidí que algo era mejor que nada. Me levanté, metí la comida a la
refrigeradora y me preparé para salir. Caminé hasta la banqueta y comencé a
caminar hacia el pequeño letrero que leía “Café” al final de la cuadra. No
sabía si Martín estaba ahí, pero estaba dispuesta a correr ciertos riesgos.
Cuando
entré, la cafetería estaba medio llena, aunque bastante para cualquier día
normal. Claro, era viernes y cualquier centro social se llenaba. Me senté en el
último asiento de la barra y pensé en si era una buena idea ir, aunque ya
estaba ahí. De pronto, el mismo chico que me atendió en aquella cafetería y el mismo
que me dio el papelito con las palabras de Martín, se hallaba parado del otro
lado de la barra.
-¿Qué
deseas…? Oh –exclamó al verme –. ¿Tú?
-¿Yo?
–pregunté.
-¿Tú eres
la amiga de mi hermano? –preguntó curioso.
-Eso
depende, ¿quién es tu hermano?
-Martín
–habló como si realmente lo admirara.
-¿Eres
hermano de Martín? –pregunté atónita. ¿Martín tenía hermanos? Eso era algo que
no me había dicho… Tampoco era como si habláramos mucho.
-¿Qué te
acabo de decir? –preguntó con sarcasmo.
Me reí ante
su comentario y el también.
-¿Cómo te
llamas? –preguntó de nuevo, sin ningún rastro de sarcasmo en la voz.
-Kate, ¿y
tú?
-Scott –me
ofreció su mano en un cortés saludo y luego sonrió. Realmente se parecía
bastante a Martín, por esa sonrisa suya, no sabía cómo no lo había descubierto
antes –. ¿Te ofrezco algo de tomar?
-Claro, un
Caramelo Macciato, por favor –sonreí.
-En seguida
–dijo y corrió hacia lo que parecía la cocina. Luego de varios minutos, regreso
con una taza humeante directa hacía mí.
Scott
atendió a varios clientes que se acercaron a la barra a ordenar algo, yo
disfruté tanto mi café que no sentí cuando la taza ya estaba vacía. Saqué mi
billetera para poder pagar el café, pero una mano tenía delante de mí un
billete plegado. Cuando me volví para ver su rostro, Martín sonrió vagamente.
Sentí un retortijón de culpa al ver sus ojos de nuevo.
-¿Qué te
trae por aquí? –preguntó enarcando la ceja. Su voz no había destilado ni una
sola gota de reproche ni de sarcasmo.
-Vine por
un café –admití sacando un billete y deslizándolo sobre la barra y empujando su
mano a propósito. Él sonrió y alzó las manos en signo de derrota. Me reí hacia
tanto drama.
Tomó
asiento a mi lado y traté de no tener contacto visual con él. Estaba cien por
ciento segura que él había visto a Sebastián cuando entró a mi casa, y lo que
había pasado antes, y no quería tocar ese tema. Sentía que él sería capaz de
leer mis ojos, de saber que me sentía culpable aunque no tendría por que
sentirme así por ningún motivo.
Pero lo
notó sin siquiera verme a los ojos.
-¿Por qué
tan callada, Kate? –inquirió.
-No lo
estoy –mentí; cuando vi a Scott a lo lejos, se me ocurrió algo para cambiar de
tema –. Nunca me dijiste que tuvieras hermanos.
-Nunca me
preguntaste –respondió sarcásticamente.
Me acomodé
raramente en la silla, pero Martín creyó que me iba a ir, y me haló de la
muñeca derecha antes de decir:
-Está bien,
¿qué quieres saber de Scott? –persuadió. – ¿Su segundo nombre? ¿Su fecha de
nacimiento? ¿Color favorito, tipo de sangre? –bromeó.
-Sabes que
no me refiero a eso –sonreí por sus comentarios.
-Lo sé –esta
vez habló con cierta tristeza -. Tengo dos hermanos. Scott es el menor, y
Lucas, el mayor, está casado y tiene familia. Yo soy el mediano. Pero Scott…
Y no
terminó la frase.
Me preocupé,
porque de todo lo que llevaba conociendo a Martín, que no era mucho tiempo, no
lo había escuchado tan nervioso.
-¿Scott...?
–por un lado, me pregunté si era correcto insistir, pero si él decidía no
hablar, ya era cosa suya.
-Él… él
está enfermo –las palabras que salieron de su boca me parecieron tan irreales;
el tono de su voz destilaba dolor, pero a la vez ese sentimiento que evitaba
por completo la resignación… ¿Esperanza? No sabía lo que era, lo único que
sabía era que él aún no quería creerlo. A juzgar por ese tono, tenía por seguro
que no se trataba solamente de una gripe.
Giré mi
cabeza para buscar a Scott por en medio de la multitud, queriendo ver su rostro
una vez más y que no fuera muy tarde. Estaba en un rincón, atendiendo a un par
de chicas bastante atractivas. Pude oír que les hacía varios complementos, y lo
pude ver sonreír. Sus dientes blancos iluminaron su rostro, cualquiera que lo
viera pasar diría que no estaba enfermo de tal gravedad, teniendo en cuenta que
a este punto no sabía qué era lo que tenía.
-Si prefieres,
no me digas… –insistí. No quería saber más, y esa era la verdad.
-No, te lo
diré –no estaba muy agradecida con él respecto a eso –. Digo, sinceramente me
haría bien hablarlo con alguien.
No podía
refutar eso, así que, por más que mi verdad fuera no escuchar sobre la
enfermedad de Scott, quería apoyar de corazón a Martín.
-Scott tiene
un tipo de distrofia muscular llamada Duchenne. Es hereditario, supongo, porque
mi abuelo lo tenía y no estoy seguro de mi padre lo tenga también –se miró las
manos un poco inquieto, sabía en qué estaba pensando: le preocupaba que él
también tuviera esa enfermedad.
-¿Tu abuelo
la “tenía”? –remarqué la última palabra dándole a entender mi pregunta.
-Murió –soltó
con tono duro.
-Pero no
por causa de la enfermedad, ¿verdad? –pregunté.
Silencio.
-¿Martín? –Dije
su nombre con la esperanza de que supiera que, aunque no lo creyera, a mí
también me estaban doliendo sus palabras. Saqué conclusiones en la cabeza y me
cuestione solamente una cosa –: Martín, ¿la enfermedad de Scott tiene cura?
Silencio.
-¡Martín! –Exclamé
casi en llanto –Dime que su enfermedad tiene cura –susurré para que no se
notara el quiebre de mi voz, pero fue en vano cuando él seguía viendo al piso –.
Dime la verdad.
Quería la
verdad.
-No.
Pero a
veces la verdad duele.
Una
palabra; dos sílabas. Un dolor en el pecho punzó dentro de mí, era raro ya que
yo no había entablado ninguna relación con Scott, pero su apariencia y su forma
de ser a primera vista, denotaban que era una persona llena de vida… y que todo
lo contrario era algo imposible para él.
La emoción
me embargó. Lo que fuera que haya sido ese sentimiento, me abrumó por completo.
En ese preciso momento, Scott se acercó a mí y cuando habló me hizo apreciar su
voz como era en realidad: era baja, como la de un niño que recién cambió de
voz, tenía un tono ligero y una manera tan extraña de pronunciar las “s”.
-¿Te puedo
ofrecer algo más? –sonrió y un poco de su pelo cayó sobre su frente.
En cuanto
lo vi, quise gritar… quise llorar, quise gritarle al mundo y cuestionarle por
qué estaba haciendo esto con Scott.
-No,
gracias –apenas logré articular. La vista se me nubló y temía romper a llorar
en cualquier momento –Me tengo que ir.
Salí a
zancadas del lugar cuando una lágrima rodó por mi mejilla. No me detuve a ver
el rostro de nadie, mucho menos el de Martín. Me acababa de alejar de la
cafetería, cuando alguien me haló por la muñeca. Me exalté, pero a ese punto ya
tenía los surcos de lágrimas marcados en mi rostro.
-No puedes
hacer eso –me recriminó Martín un poco molesto, pero cuando notó mis lágrimas,
dulcificó su tono –. Me refiero a que, a Scott no le gusta ser tratado de una
manera especial… él cree que es por lástima.
Había
llegado a un punto en donde era inevitable negar mi llanto, y Martín me rodeó
con sus brazos por los hombros. Y rompí a llorar. No entendía muy bien por qué,
y Martín tampoco, al juzgar por lo que dijo:
-¿Por qué
lloras, Kate? –acarició mi cabeza con una mano.
-¿Por qué,
Martín? –Le devolví la pregunta entre sollozos – ¿Por qué a Scott? No lo
conozco, no sé cómo es, e incluso es loco que este en gran llanto por tu
hermano… pero me parece muy injusto.
Estaba
furiosa con todos, con la vida, con las personas… con todos.
-Llorar no
soluciona nada –susurró. Noté que estábamos a mitad de la acera, y la gente nos
rodeaba al pasar –, pero me enternece que llores por mi hermano, quien es un
desconocido para ti.
Me sonrío
amargamente, mientras trataba de encontrar algo bueno en todo esto. Me deshice
de su abrazo para poder verlo a los ojos.
-Tu hermano
no se merece esto –dije con tono firme y certero, lo cual me sorprendió ya que
hace dos segundos estaba llorando desconsoladamente.
Los ojos de
Martín se llenaron de lágrimas y toqué tu mejilla con mi mano, en signo de
consuelo y de apoyo. Ahora y para todo lo que me necesitara.
No sé cómo
fue que nos despedimos ese día, pero el camino de regreso a mi casa fue
bastante difícil. Traté de no pensar en Martín, pero pensaba en Scott… en esa
vida tan larga que tendría la oportunidad de vivir, pero que no lo haría. Tenía
tanto por experimentar, por arriesgar, por sentir… Era muy injusto que
simplemente por azar del destino alguien con tan agradable alma se vea visto de
un infortunio así.
La
expresión de Martín al confesar ese gran dolor que llevaba dentro quién sabe
cuánto, puesto que me había dicho que necesitaba hablar de eso con alguien, me
sorprendió también. Verlo tumbado en vida por el dolor, y tratar de disimular
solamente porque su hermano quiere ser tratado de la manera en que trata a
todos… que es como Scott debería ser tratado desde un principio.
Y mis
lágrimas sin explicación me inundaron aún más. No sabía la razón certera del
por qué llorar así por alguien a quién no conocía bien, era ilógico más bien. Pero
la noticia, el modo en que Martín me lo dijo fue bastante impulsivo para mis
lágrimas.
Saqué las
llaves del bolsillo del suéter y trate de quitar todo rastro de agua en mis
ojos, aunque fue en vano porque los tenía hinchados. Abrí la puerta y cuando la
cerré, solté un suspiro. Era simplemente demasiado para un simple día.
Y todavía
no había acabado.
Cuando me
giré para la sala, la luz ya estaba prendida. Mi madre estaba sentada en el
sillón que daba de cara hacia la puerta con una taza de té en la mano, y
alguien estaba en el sillón que daba las espaldas a la puerta.
-¿Mamá?
Y de pronto
la persona que estaba en ese sillón, se giró.
Se me fue
el aire de los pulmones en cuanto vi a mi padre sentado, con su sonrisa usual.
-Hola,
Kate.
--------------------------------------------
-sigh- too much drama in this chapter.
Y sí, demasiado para mí... nunca había escrito ningun capítulo tan dramático.
Ok, antes de que salga con antorchas y todo el bochinche, les pido perdón por mi, otra vez, ausencia. Tareas, vacaciones, mi cumpleaños, regresar al colegio... demasiado. -uy sí-. Pero ya volví.
Fingí demencia toda la tarde para poder terminar el cap, le dije a mi madre que estaba haciendo tarea -ñaña-.
Bueno, este cap me gusto, realmente es algo que no escribo seguido (drama), pero me gusto en parte. Es interesante saber cuales son las reacciones de las personas ante el dolor o ante la idea de éste, no sé que pabadas digo.
Hice un poco de investigación hacia la enfermedad mentada en este cap, así que no se crean que es inventada porque sí existe...
También estoy llegando a un punto de la historia en donde cada cap es como Pretty Little Liars... -cara de "ohporDiosnomelocreo"- jaja o algo así.
Bueno, deseenme suerte para todo este semestre, recién empecé hace una semana y ya quiero vacaciones. Pero es parte de mi día a día.
Una vez más, y como lo digo en cada publicación, las amo infinitamente. Porque ustedes y mi perrita, a diferencia de mi ex, son las personas más fieles que conozco. Ja.
-Un beso enorme para cada una, las mejores de las suertes en todo lo que hagan, y prometo publicar pronto.
Comenten también. :*
I'll be true to you, no matter what you do.
Hola! Nueva en tu blog.
ResponderEliminarEste cap mue ha atrapado de verdad, la manera en que relatas el amor de Kate y Sebastian.
Es genial. Yo amo a sebastian<3
Te sigo, besos!
Lovely.
ResponderEliminarNo sé porque a veces amo más a Martin que a Sebas xD
lol
Pero en fin, amé el cap (:
Sigue escribiendo que quiero saber que pasara!
Y Scott :'(
Llegue a pensar que ya no ibas a volver
ResponderEliminara publicar . . .
Te extrañe mujer...!!!!!
Por cierto me encanto este cap.
Fue muy emocional =(
Por lo menos escribe una vez al mes, siii..????
Tengo curiosidad por saber
como termina todo este embrollo ..!!!
Te quiero niña. Y nunca dejes de escribir....!!!!!
Hola!
ResponderEliminarFeliz cumpleaños!
Oh por dios, its so much drama♥
Pero lo ame!
Oye majo como marii recomendaba tanto este blog y vi que esta en la lista donde ella tiene en su perfil sus blog supongo que la conoces solo quiero saber porque abandono los blogs! En especial el de la historia de Renesmee si la vez dile que sus fans la extrañan y que ella es extremadamente buena escritora... Que por lo menos le de fin a la historia :\ (aunque es sin presion deseguro se aburrio porque tiene ya 11 meses casi un año que no escribe nada bueno ok ya me dejo de tanta habladera solo dile que es buena muy buena ^^) besos chao... Att: su mas reciente fan!
ResponderEliminarHola! Boé, por motivos que asumo que seran los mismos por los cuales Mari dejó de publicar, yo ya no habló muchito con ella. Lo que sé es que este fué su último año de la prepa, y pues por lo que noté, estaba muy triste respecto a eso. Creeme que también como a tí, me dejó en intriga, pero ¿qué le vamos a hacer? Trataré de hablar con ella, y te cuento. ;)
Eliminar:\ Gracias eh ^.^ y habla con ella a ver que dice :3 (y que se deje de floja haha yo ya termine la prepa tambien y la universidad no me consume tanto tiempo) ehhehe ^^
EliminarPS: voy a empezar a leer tu blog veo los comentario y parece que es bueno lo unico es que si me pongo adicta a tu blog y dejas de escribir te busco donde sea que estes y te mato!
EliminarMajo,tenés un premio en mi blog
ResponderEliminarbadaaabiinggbaadaaabuum.blogspot.com
el capitula ha estado genial, tengo una curiosidad enorme por saber que pasa, y ecribes muy bien, te dejo mi blog por si quieres pasar a leerlo, me encantaria saber tu opinion sobre mi historia.
ResponderEliminarhttp://historiasdemiimaginacion.blogspot.com.es
besos
majo... Recien me di cuenta que marii es tu madrina, yo erroneamente había entendido que era ella quien escribia este blog, es por eso que le pedia que continuara con "the renesmee cullen story" lamento la confusión.
ResponderEliminarTú historia es espectacular! me gusto mucho, hoy encontre tu blog (pensando erroneamente que era de mari) y lo encontre fabuloso!
disculpa por la confunsión :P no fue mi intención molestarte ! sorry!
un abrazo cariñoso
María José P.
Me encanto...
ResponderEliminarno tengo palabras para describirlo
sufrí con este capítulo, fue tan real
me encanta como escribes, sigue así
es increíble como haces que me vuelva
adicta a leer tu blog, como
no puedo despegar la vista de la pantalla
por seguir leyendo, es increíble
publica pronto
abby(: